TAMBIÉN ENTRE LAS BALAS SE HALLA EL SEÑOR

TAMBIÉN ENTRE LAS BALAS SE HALLA EL SEÑOR

Impulsado por una chica, José Bautista Rojas llega al sacerdocio, a los desiertos de Irak y a los mares del Lejano Oriente como capellán militar

Por JUAN JOSÉ GARCÍA, Ph.D.

Jamás podía pensar un joven mexicano inmigrante sin papeles que un día iba a ser el representante de Dios en los desiertos de Irak como único capellán católico para miles de marines, marineros y soldados de Estados Unidos, enfrascados en una lucha a muerte en la provincia de Anbar.

Y SIN EMBARGO…

José Bautista Rojas nació en Guadalajara, Jalisco, México, en la familia formada por Eliazar Bautista y Alicia Rojas, el mayor de ocho hermanos de los que dos fallecieron. “Ahora somos tres y tres” (tres mujeres y tres hombres), como él dice a VIDA NUEVA. Su escolarización, cuenta, “fue muy limitada, apenas dos años de primaria en Guadalajara y dos en Jalpa, Zacatecas, adonde se había mudado la familia”.

Su padre trabajaba en la construcción y su mamá “en lo que saliera, especialmente vendiendo tamales, tacos, burritos y otros productos de su cocina”. Desde pequeño tuvo que trabajar en cualquier cosa que pudiera hacer un niño o un adolescente.

A los 16 años de edad se armó de valor y, con la ayuda de un coyote, cruzó la frontera con el objeto de mejorar su vida y la de su familia. Así llegó a Los Ángeles donde, al principio, vivió con unos conocidos y posteriormente se mudó a vivir de alquiler en Hawaiian Gardens con unos amigos.

“Trabajé en todo: marqueta, cervecería, carpintería, pizca de la fresa por Santa Ana, imprenta, lavandería de autos y jardinería. Trabajé mucho y muy duro y, como en el caso de muchos de nuestra gente, fui explotado”. Como muestra relata que en la “marqueta” trabajaba 90 horas por semana y le pagaban 60 dólares”. Es más, dice, “un vez me tuvieron que llevar al médico y esa semana el jefe me dio 20 dólares”. Así pasó seis años de rudos empleos “trabajando en lo que cayera”.

En cuanto a la ayuda de su familia, “al principio sí les enviaba dinero, pero luego me descarrilé un poco y no enviaba. Me extravié por las malas amistades”, confiesa. En efecto, cuenta, cuando se fue a vivir a Hawaiian Gardens en un tráiler con unos amigos, en poco tiempo eran más de cien personas. “¿Qué podía hacer un muchacho entre tantos adultos?”, se pregunta.
Después de un tiempo “mi mamá inmigró a toda la familia”.

UNA ‘CHAVA’ SALVADORA

Todos en su familia eran católicos practicantes y con ellos “me acerqué a la Iglesia y luego a los grupos juveniles. Conocí a una chava quien me puso la condición para seguir de novios que tenía que ir a misa. Y fui. Más tarde me quedé con la misa, pero sin la chava”, dice entre risas recordando aquellos tiempos.

“Un día oí la homilía de un padre español, Santiago Merino, comentando la invitación de Jesús a Juan: ‘Ven para que veas’ [donde vivo]”, le dijo. “Yo lo tomé como una invitación personal a conocer y seguir de cerca a Jesús y nunca había sentido tanta alegría y paz como en la Iglesia”.

A partir de entonces, “ayudé en la Iglesia en todo lo que pude y me uní a los grupos juveniles que se juntaban para platicar, orar y hacer obras de caridad, es decir que encontré en ellos un ambiente de familia”. Y algo más.

Su salvadora era parte de esos grupos y con ella comentaba su vida interior, sus sentimientos, sus inquietudes, de modo que un día ella me lanzó una pregunta que iba a alterar mis planes: “¿Sabes qué?, yo creo que Dios te está llamando al sacerdocio, piénsalo bien”. Y me prometió “no salir con otro hasta que yo decidiera”.

Búsqueda apasionada

“Esa pregunta/respuesta de la chava me cambió el rumbo de mi vida. Asistí a un retiro de discernimiento en el seminario mayor de San Juan en Camarillo -‘Ven para que veas’ se llamaba-, que daba al grupo de los asistentes la oportunidad de ver si Dios los llamaba al sacerdocio. Duró un año el discernimiento”. La muchacha esperaba.

A continuación entró en la Casa Reina de los Ángeles, un centro que había creado el Arzobispo Cardenal Rogelio Mahony para que los aspirantes al sacerdocio se pusieran al día en inglés y materias de la escuela secundaria, antes de ir al Seminario Mayor de San Juan de Camarillo. La Casa estaba en el Valle de San Fernando y cada día acudían los muchachos a la Escuela Evans para Adultos del centro de Los Ángeles.

Tras la Evans entró en el Programa de Transición que preparaba a los muchachos para los estudios de Filosofía y Teología en San Juan. Por entonces comunicó a la “chava” su decisión firme de seguir hacia el sacerdocio. La muchacha dejó de esperar y hoy día está casada. De vez en cuando se saludan.

Al cabo de once años de estudio para el sacerdocio, José Bautista Rojas fue ordenado sacerdote por el Cardenal Mahony en la Iglesia de San Juan de Dios en Norwalk, de la que es actualmente párroco y a la que pertenecen sus padres. “Fue su iglesia antes que mía”, dice el Padre José.

Pasó un año en Santa Isabel de Hungría del Valle de San Fernando y luego cinco en San Juan.

NO BASTA REZAR

El Padre José tuvo que presidir dos funerales que marcaron su futuro: un marine y un soldado caídos en la guerra de Irak. Los oficiales encargados de dar la triste noticia a los familiares le contaron que algunas madres preguntaban si sus hijos habían recibido los Santos Sacramentos antes de morir. “Imposible -les respondían-. No había sacerdotes católicos en sus filas”.

Esto le hizo meditar pensar y llegó a la conclusión de que “no basta rezar por los soldados en la guerra, hay que hacer algo más”. Ese “algo más” lo llevó a pedir permiso al Cardenal Mahony para servir como capellán en las Fuerzas Armadas. Obtenido el permiso, pasó a incorporarse a la Arquidiócesis Militar Católica de la nación y empezó su preparación.

Primero en Newport de Rhode Island, base naval de las más grandes del país donde pasó cuatro o cinco meses. Siguieron seis meses con los marines en Camp Lejeune de Carolina del Norte. De ahí el salto a Irak en momentos que la guerra estaba en su apogeo. Trece meses.

“Al llegar -cuenta- sus unidades sufrían de siete a ocho bajas todos los días: destrozos físicos, espirituales, de todas clases. Además, los enfermeros cuidaban también a los heridos del frente enemigo: mujeres, niños, combatientes”.

¿Y QUÉ HACE UN CAPELLÁN EN LA GUERRA?

“Estar allí, acompañar, apoyar física y espiritualmente a los soldados con misas, confesiones, reflexiones espirituales. Tenía que ir de lugar en lugar a decir misa para los marines, marineros y soldados católicos, a veces para uno solo. Por otra parte, el capellán no está ahí sólo para los católicos sino para todos los que quieran acercarse a él y dar testimonio de la presencia de Jesús”, dice.

[A este efecto, VN recomienda ver en Google dos preciosas piezas escritas por el Padre Bautista desde el frente: “Bless me, Father”, la historia del soldado José destrozado por la metralla, y la narración de la conversión al catolicismo de una mujer musulmana movida por el ejemplo del Padre José].

Inclusive los soldados no heridos, dice, necesitan apoyo. “Son jóvenes, alejados de sus familias, padres, novias o novios, amigos. Sufren depresión, se desesperan, se sienten tristes, tienen miedo, y el capellán está ahí para acompañarlos, aun sufriendo él mismo los efectos de la guerra en la primera línea”.

“La pena -dice a VN- es que únicamente había un capellán católico por los 17 de otras religiones, cuando un 40 por cierto de los marines eran católicos”.

De Irak regresó a Camp Lejeune para trabajar como pastor de la Parroquia de San Francisco Javier con las familias militares que sufrían los mismos efectos que sus seres ausentes. “Sobre todo los niños te parten el corazón llorando porque no está el papá o la mamá”, dice el sacerdote.

AL MAR Y REGRESO A CASA

Luego fue destinado a la Armada y se embarcó en el portaaviones USS Stennis, para dos misiones de meses en el Golfo Pérsico. Su presencia en la Fuerza de Combate (Strike Force) le hizo volar por helicóptero de barco en barco para atender a los marineros.

En 2013 dejó las Fuerzas Armadas y regresó a la Arquidiócesis de Los Ángeles, donde primero fue administrador de la Parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en Los Nietos y luego nombrado su pastor en 2015. Se da el caso de que sus padres pertenecen a esa parroquia muy activa. Por eso dice el hijo que “fue antes suya que mía”.

A los jóvenes que están pensando en dedicarse al sacerdocio, el Padre José les dice: “No hay un regalo más hermoso que el sacerdocio; que no rechacen ese regalo de Dios. Y que lo amen”. VN

PREGUNTITAS

¿QUÉ LE GUSTA COMER?- “Un plato lleno. Las enchiladas que hacía mi mamá”.

¿COCINA?- “Muy poco, lo suficiente para no pasar hambre… y que no falten los frijoles fritos”.

¿QUÉ LEE?- “De todo un poco. Ahorita leo ‘How to impress people’. Hace poco leí ‘How not to marry a jerk’.

¿PASATIEMPOS?- “Me gusta el cine y el tiro al blanco”.

¿VIAJES?- “Me gustaría visitar la Tierra Santa, que no conozco, y regresar al Lejano Oriente”.

CONSEJO PARA QUIEN ESTÁ CONSIDERANDO EL SACERDOCIO- “Le aconsejo que halle la voluntad de Dios, que le escuche y la siga con alegría, con vocación de servicio, pues sólo así será feliz”.

PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO
8545 South Norwalk Boulevard- Los Nietos, CA 90606-3393
Más información: (562) 692-3758

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