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“SOMOS UN CUERPO”

Una reflexión del Cardenal Rogelio M. Mahony, Arzobispo de Los Ángeles

En los primeros meses del 2008 Yo, junto con líderes Arquidiocesanos, visitamos los 20 Decanatos a lo largo y ancho de la Arquidiócesis. Nuestro propósito fue triple: 1) Poner al corriente a los miembros de los Consejos Parroquiales, los Consejos de Finanzas, los Trabajadores de las Parroquias, y otros líderes parroquiales sobre los acuerdos referentes a las demandas y procesos civiles resultado de la mala conducta sexual de algunos de nuestros sacerdotes. 2) Dar una cuenta de nuestras deudas y de la manera como estas deudas serán pagadas y 3) Explicar como esperamos salir de este trágico capítulo en la vida de nuestra Iglesia.

Me inspiró ver el gran número de líderes parroquiales que llegaron a esas reuniones. Me impresionaron con su apertura, sus preguntas sinceras, sus válidas preocupaciones, y su voluntad de considerar mi petición de asistencia en este reto particular que enfrentamos como Pueblo de Dios de Los Ángeles.

Casi todas las personas que ejercen liderazgos entendieron que nuestra Arquidiócesis estaba manejando más de 550 demandas que cubrían 75 años: de 1931 hasta 2006. Se dieron cuenta de que cerca del 90% de estos incidentes ocurrieron en tres décadas: los 50s, los 60s y los 70s- alcanzando su culmen al principio de los 80s y declinando progresivamente desde entonces. Desde la mitad de los años 80s hasta el presente, la Arquidiócesis comenzó a implementar políticas y procedimientos cada vez más estrictos para afirmarnos que la Iglesia es una realidad segura para todas las personas, especialmente para los niños y niñas así como para la juventud.

Muchas personas cuestionaron el por qué las parroquias de la Arquidiócesis en 2008 tienen que cargar con la responsabilidad de lo que sucedió hace muchas décadas. Después de todo, muchas de las personas que pertenecen a nuestras parroquias hoy en día ni siquiera vivían en aquellos años o si quienes vivieron, no fueron responsables por las acciones de sus sacerdotes en épocas pasadas.

Se recibieron algunas sugerencias de personas que dijeron que la Iglesia y nuestra Arquidiócesis necesitaban confrontar este problema y nuestra presente situación volviéndonos hacia los métodos por los que muchos grandes negocios y corporaciones pudieran manejar estos asuntos.

Sin embargo, en el sentido más pleno, nosotros no somos solamente una corporación civil o de negocios. Somos miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Y como tal, la Iglesia vive con valores distintos de los que animan a una corporación. Las ricas enseñanzas de la Iglesia sobre el Cuerpo Místico de Cristo, vivificadas por el Espíritu, brotan de las luces interiores que San Pablo nos ha compartido en sus cartas.

“Pues así como nuestro cuerpo en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros.” (Rm. 12, 4-5).

“Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo.” (1 Cor. 12, 12).

Al describir la unidad que tenemos en y a través de la Eucaristía, San Pablo hace notar lo siguiente:

“Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan.” (1 Cor. 10, 17).

El sentido para nosotros como Iglesia Católica es profundo: Las personas no vivimos aisladas unas de otras. Ni nuestras 288 parroquias son independientes unas de otras –experimentando la unidad sostenida por unos lazos meramente externos como pudiera sugerir la unidad en una corporación civil. Más aún, por nuestro Bautismo cada persona participa de la gracia de ser parte viva, miembro vivo de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Nuestras oraciones y buenas obras contribuyen a la construcción del Cuerpo de Cristo; y nuestros pecados y fallas disminuyen el Cuerpo de Cristo. Como San Pablo hace notar al hablar sobre la Eucaristía: El pan es hecho de muchos granos de trigo, pero es solamente un pan –El Cuerpo de Cristo; el vino se hace con muchas uvas individuales, pero es una sola bebida espiritual –La Sangre de Cristo.

¿Cómo afecta esta comprensión del misterio nuestro entendimiento del escándalo por las malas conductas sexuales? Afecta de una forma muy importante, como miembros del Único Cuerpo de Cristo heredamos todo el bien hecho por aquellas personas que se han ido antes que nosotros, pero también hemos heredado los efectos de los pecados y fallas de quienes se han ido antes que nosotros.

En los tiempos del Antiguo Testamento, el profeta Josué le recordó al pueblo que el entendimiento de la herencia es esencial en la revelación divina:“Os he dado una tierra que no os ha costado fatiga, unas ciudades que no habéis construido y en las que sin embargo habitáis, viñas y olivares que no habéis plantado y de las que os alimentáis”. (Josué 24: 13).

Recordemos que el vasto número de iglesias, escuelas, oficinas y otros edificios y servicios parroquiales se construyeron y pagaron por generaciones Católicas pasadas –irónicamente, los Católicos de los años 50’s, 60’s y 70’s. Ustedes y yo en toda la extensión de la palabra, “heredamos” los regalos y sacrificios de esas generaciones y ahora usamos todas esas edificaciones sin tener necesidad de construir las más de ellas – pues nos han sido heredadas. Eso es lo que significa pertenecer al Único Cuerpo de Cristo –las bendiciones de quienes se han ido antes que nosotros ahora son nuestras.

Sin embargo también existe la otra cara de la moneda: las faltas, pecados y errores de tiempos pasados son también parte de nuestra herencia –aún cuando nosotros no fuimos la causa de aquellos errores. Mujeres y hombres sufrieron daños personales en las décadas pasadas, aunque nosotros no nos dábamos cuenta de los daños que se estaban causando. Pero ahora esas personas han salido a luz para decir sus historias y buscar que la Iglesia se haga responsable de quienes por tantos años han sufrido.

Consecuentemente, somos nosotros quienes ahora estamos ejerciendo liderazgos en nuestras parroquias, ministerios y apostolados a través de la Arquidiócesis. Así como se nos han dado nuestras bellas iglesias, escuelas y otros edificios sin costo o sacrificio alguno de nuestra parte, así también hemos heredado los problemas de los años pasados.

Enfrentando esta responsabilidad colectiva como miembros del Único Cuerpo de Cristo es como la Iglesia funciona –no como funciona una corporación o un negocio.

A través de nuestras presentaciones en los Decanatos, las diferentes personas que ejercen liderazgos en la Arquidiócesis no culparon a nadie –como por ejemplo, a los pasados Arzobispos, pastores, directores de escuelas u otros líderes. Aún más, en el espíritu y anhelo de llevar la sanación y reconciliación al Cuerpo de Cristo, asumimos la responsabilidad de enfrentarnos a las dificultades provenientes del pasado. Yo acepté abiertamente mi responsabilidad por los errores y juicios equivocados que hice. De la misma manera expresé mi petición de perdón a todos ustedes a nombre personal y en nombre de la Iglesia, sin culpar a ninguna persona de los diferentes períodos históricos.

Me he quedado sorprendido por el interés y comprensión de todas las personas que sirven en posiciones de liderazgo a través de la Arquidiócesis, así como por las fervientes oraciones elevadas por todas las víctimas y sobrevivientes y por la generosidad heroica que tantos de ustedes están manifestando para ayudar en la total satisfacción de esta deuda. Muchas parroquias hicieron donaciones especiales para ayudar a cubrir la deuda mientras que otras hicieron préstamos con muy bajo o con ningún interés. Los feligreses de algunas parroquias tuvieron la iniciativa de promover diversas acciones para recaudar fondos invitando a otras personas a colaborar en estos generosos esfuerzos.

Muchos de los sacerdotes de nuestra Arquidiócesis donaron un mes de su salario para ayudar. Sorpresivamente siguen llegando por correo cheques inesperados, viniendo estos de individuos no solo de nuestra Arquidiócesis sino de diversos lugares de California y de sitios aún más allá de nuestro Estado.

Todas estas expresiones son más que actos meramente externos. Son acciones que demuestran un entendimiento profundo de lo que significa ser verdaderamente miembros del Único Cuerpo de Cristo.

Las narraciones evangélicas que nos hablan de Cristo Resucitado nos hacen ver claramente como el cuerpo glorificado de Cristo lleva todavía la marca de sus heridas. De la misma manera también la Iglesia, -su Cuerpo- lleva sus heridas.

Llevar estas heridas –al mismo tiempo que imploramos a Cristo nuestro Sanador que nos regale el bálsamo de sanación con el que Su Espíritu nos unge- es nuestro regalo y nuestra tarea mientras continúa nuestra marcha hacia adelante esforzándonos por llegar a alcanzar aquella vida abundante en la que Cristo será todo en todos y donde toda lágrima será enjugada.

Que Nuestra Señora de Los Ángeles continúe guiándonos y dirigiéndonos en el espíritu de sanación, reconciliación, unidad y recuperación. VN

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