
PALABRAS DEL CARDENAL ROGELIO MAHONY SOBRE LA MUERTE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II.- “Un legado de vida, luz y amor”
Hace veinticinco años el mundo se sorprendió e irrumpió en alegría por la elección de Karol Wojtyla, cardenal Arzobispo de Cracovia, como obispo de Roma, el primer Papa polaco. Hoy ya no estamos del todo sorprendidos, sino profundamente tristes por la noticia del paso de Su Santidad el Papa Juan Pablo II a la vida eterna.
Todos nosotros aquí en Los Angeles, recordamos vivamente la visita del Papa Juan Pablo II, los días 15 y 16 de septiembre de 1987. El Santo Padre estuvo con nosotros celebrando Misas al aire libre en el Memorial Coliseum y en el Estadio de los Dodgers. Él fue el anfitrión de una reunión de líderes ecuménicos e interreligiosos, así como líderes de la industria del entretenimiento. Uno de los eventos más memorables fue su encuentro con los jóvenes en Estudios Universal. Los jóvenes y el Papa estaban conectados por la televisión con otros grupos de jóvenes en Seattle, Denver y St. Louis. Todos estaban envueltos en oración, canto y diálogo con él.
El Papa habló directamente a la maravillosa diversidad étnica del Sur de California en su homilía en el Estadio de los Dodgers, y nos invitó a una más profunda unidad y armonía entre todos aquí:
Hoy en la Iglesia en Los Angeles, Cristo es anglo e hispano; Cristo es chino y negro; Cristo es vietnamita e irlandés; Cristo es coreano e italiano; Cristo es japonés y filipino; Cristo es indígena americano, croata, samoano y muchos otros grupos étnicos. En esta iglesia local, el único Cristo Resucitado, el único Señor y Salvador, está viviendo en cada persona que ha aceptado la Palabra de Dios y ha sido lavada en las aguas salvadoras del Bautismo. Y la Iglesia, con todos sus diferentes miembros, permanece como el único Cuerpo de Cristo, profesando la misma fe, unida en esperanza y en amor.
Algunos ya comienzan a llamarle “Juan Pablo el Grande”. De sus innumerables logros, muchos recordarán su infatigable energía para viajar, su longevidad, o la canonización de tantos santos durante su pontificado. Otros se enfocarán en su papel para echar abajo la Cortina de Hierro. Solamente la perspectiva de tiempo, distancia y la reflexión histórica permitirán medir la grandeza de su vida y de su legado.
Al ser elegido hace veinticinco años, el Santo Padre eligió el nombre de Juan Pablo, siguiendo las huellas de sus predecesores, Juan Pablo I, Pablo VI y Juan XXIII. Cada uno estuvo imbuido de la visión de Concilio Vaticano. En cuestión de días, Juan Pablo I se ganó el corazón del mundo con sus brazos abiertos y su atractiva sonrisa.
Paulo VI mismo, nombrado por San Pablo, el apóstol de los gentiles, trabajó incansablemente por una Iglesia que, renovada en el profundo compromiso con su misión, está llamada a llevar el Evangelio de la Vida a las gentes de todas las razas, países y lenguas, especialmente a los pobres de la Tierra mediante el trabajo de Evangelización.
Juan XXIII tomó su nombre del Discípulo Amado, Juan Evangelista, cuyo evangelio proclama a Jesucristo como el Amor de Dios y la Luz del Mundo. El amor y la luz del “Papa Bueno Juan”, hicieron de él un perdurable icono de humildad, escucha, sensibilidad y apertura hacia aquéllos de diferentes tradiciones religiosas, así como hacia los no creyentes.
Es en esos nombres, Juan y Pablo, que podemos encontrar la clave para entender la real contribución de la vida y el legado de nuestro Santo Padre. Imbuido en la Luz y el Amor de Cristo, trabajó incansablemente por la unificación de todos los pueblos, buscando reconciliación y unidad con aquéllos de diferentes tradiciones, sobre todo, con los judíos, nuestros hermanos mayores en la fe. Y él estaba impulsado por la misión, por una gran preocupación de llegar a todas las gentes en todo el mundo, proclamando la Palabra de Vida en la Iglesia y en el mundo entero.
El mundo ha contemplado cómo el una vez vital y vigoroso Papa viajero, ha ido siendo minado por los efectos del envejecimiento y la enfermedad. En años recientes, algunos se han maravillado de su capacidad para continuar su servicio efectivamente. Pero desde la perspectiva de la fe cristiana, el Papa Juan Pablo II nunca fue un testigo más convincente de la esperanza del Evangelio, que en sus últimos días y meses. Aún en su decadencia y agonía, nuestro Santo Padre se ofreció a sí mismo como un don por la Iglesia y por el mundo, vaciándose de sí mismo, exponiéndose a sí mismo delante de nosotros, compartiendo en la vida de Uno que se entregó a sí mismo como don (Filipenses 2, 6-11) y a través de la propia entrega hasta la muerte, se ha convertido en Vida, Luz y Amor para el mundo.
El compromiso de San Pablo resume la totalidad de la propia entrega del Papa Juan Pablo II al servicio de Jesucristo y del Evangelio: “Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas” (2 Corintios, 12-15). VN
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