FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE.- Homilía de su Eminencia Cardenal Rogelio Mahony

Lunes 12 de diciembre 2005

Catedral de Nuestra Señora de Los Angeles

Alabado sea Dios nuestro Padre quien nos llena de bendiciones.

Su inmenso amor nos otorgó la más gran bendición al darnos al Salvador por medio de la Virgen María. En su sabiduría, Dios no sólo permitió que la Virgen María nos trajese a su Hijo amado al mundo en la humanidad de nuestra carne sino, más grandiosamente, como una verdadera misionera, lo ha traído a estas tierras de América, para cumplir el proyecto de Dios de hermanarnos.

Esta mañana, al reunirnos al rededor de la Mesa que une el cielo y la tierra, nuestro corazón se llena de gozo al celebrar la fiesta de Santa María de Guadalupe, la Madre del Señor Jesucristo y nuestra madre.

La Palabra de Dios, que tiene como centro de su mensaje a Cristo Jesús, nos habla del papel de Maria en el plan de Salvación. La segunda lectura proclamada esta mañana nos recuerda que el Dios hecho hombre, nacido del Padre antes de todos los siglos, nace de María en la plenitud de los tiempos “para que así recibiéramos nuestros derechos de hijos (e hijas)”… y también para que recibiéramos en “nuestros corazones el Espíritu … que clama al Padre: ¡Abba!, o sea ¡Papa!”

¡Sí, nosotros somos hijos e hijas de Dios y por su amor, hijos e hijas de Maria! Y por eso tenemos que ser como ellos. Como dice el dicho “los hijos se parecen a sus padres.” Las lecturas también nos recuerdan que nuestra Madre, la Santísima Virgen, es parte de la Historia de la Salvación y está unida al misterio de Jesús. Ella es modelo de lo que debe ser la Iglesia, y que como humilde y fiel sierva de Dios se identifica y compromete con los pobres y necesitados.

Remontándonos al encuentro de 1531 vemos a Santa María de Guadalupe acudiendo al monte del Tepeyac con una presencia muy original. No aparece como una mujer europea, ni como una india de nuestro continente, ella es una mujer mestiza. Ella es la mejor expresión de la raza nueva que en aquel momento surgía en la Historia. Y así, la dulce morenita del Tepeyac va a ser desde entonces, la que de su identidad a la Iglesia de este Continente, la que marque el camino para llevar el Evangelio en un estilo propio, de un modo inculturado. Veamos tres características que marcan esa fisonomía propia de nuestra Iglesia en América.

EN PRIMER LUGAR, María aparece en la Biblia como modelo de pobreza, de humildad, es la mujer que necesita todo de Dios. Cuando se aparece en América, su diálogo de íntimo sentido maternal lo dirige hacia un indito, marginado, pobre. Así comienza María la evangelización de América, como una mujer pobre dialogando con los pobres. La pobreza de María es hambre de Dios, es alegría en el desprendimiento, es libertad, es necesidad del otro, del hermano, es apoyarse en los otros para socorrerse mutuamente.

Este es el estilo de iglesia que Maria nos viene a ofrecer. La Iglesia apoyada en el poder de Cristo, apoyada en el poder de Dios, no en la autosuficiencia o en el propio poder. Por eso María nos enseña a vivir entre los pobres, entre la gente marginada, porque ellos nos ofrecen salvación. No es que los ricos estén condenados, pero todos debemos hacernos humildes, pobres, necesitados de Dios, porque ese es el camino para encontrar el perdón y la salvación. Le damos gracias a María por haber marcado, desde el inicio de nuestra civilización cristiana en el continente, con esa marca bendita de la pobreza evangélica, a la cual nos está invitando este día para ser felices con la felicidad del Evangelio.

EN SEGUNDO LUGAR, Santa María de Guadalupe es la imagen de una Iglesia que no quiere sentirse fuera de las alegrías y las tristezas de la gente. Ella quiere estar en plenitud en la vida de los pueblos, por eso, María es parte de nuestra historia y la sentimos en el alma de nuestro pueblo. Nadie se ha metido tan hondo en nuestro corazón, como nuestra Virgencita Morena. Su imagen es una manera como la Iglesia se hace presente, con la luz del evangelio, en la civilización de los pueblos, en las transformaciones sociales, económicas, políticas.

Una Iglesia al margen de la historia no sería la Iglesia redentora de los hombres. La verdadera y auténtica Iglesia de Cristo, está presente, como María, en el corazón de cada hombre y en el corazón de cada pueblo. Por eso bendecimos a María de Guadalupe por habernos dejado este gesto sublime de vivir tan hondo en la realidad de nuestro pueblo. Ustedes y yo como Iglesia, hagamos lo mismo que hizo nuestra madre: guiados por nuestra fe, seamos luz del mundo, sal de la tierra, ejemplo en el hogar, fidelidad en el deber cumplido. Que esa fe que engendró Mama Lupita y que llevamos desde nuestro bautismo, sea la sal y la luz en medio del mundo, en que nos toca vivir.

Y FINALMENTE hermanos y hermanas, María es el modelo de una Iglesia que sabe conjugar la evangelización y la promoción humana. Una evangelización sin hechos concretos, sin compromisos reales, sería una evangelización falsa. El evangelio que hemos escuchado, nos recuerda que debemos salir y proclamar las maravillas de Dios y preocuparnos por las necesidades de nuestros semejantes, especialmente para que descubran sus propios talentos, para desarrollar todas sus capacidades, para ofrecerles caminos reales de felicidad. Evangelizar y promover la dignidad humana, como María, es la gran tarea de la Iglesia que tenemos que implementar siempre en nuestra vida eclesial.

La Iglesia aprendió de María la verdadera evangelización que “proclama la grandeza del Señor”, anuncia y anticipa los frutos de la redención y se manifiesta en unos corazones renovados.

Hermanos y hermanas, ¡Alabado sea Dios! por el don de la Virgen de Guadalupe, nuestra madre. Hoy estamos aquí porque queremos imitarla, renovando nuestro compromiso de evangelizar como lo hizo ella. Que nuestra presencia aquí, no sea solamente un evento folclórico, que sea una reflexión profunda para vivir como Ella, para trabajar en la sociedad, promoviendo cambios a favor de la justicia, de la verdad, del amor y de la paz.

Vamos a ofrecer a Dios, unidos con María, la gran devota, la gran cristiana, el sacrificio inmaculado del cuerpo y la sangre de Jesucristo.

¡Que viva la Virgen de Guadalupe!

¡Que viva Cristo Rey!

¡Que viva la Católica!

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