“EL OBISPO COMO SACERDOTE”

Por los miembros de la Comisión Teológica Arquidiocesana

CUARTO DE UNA SERIE DE ARTÍCULOS SOBRE EL CARGO DE OBISPO

Este artículo se hace en tres puntos. En primer lugar, la liturgia catedral donde el obispo que preside simboliza la relación armoniosa entre el común (“real”) sacerdocio de los fieles y el sacerdocio ministerial. En segundo lugar, la “plenitud del sacramento del Orden”, que posee el obispo, se expresa en las acciones litúrgicas y sacramentales propias del obispo que expresan su responsabilidad como agente de comunión entre las Iglesias locales en la diócesis. En tercer lugar, la función sacerdotal del obispo también expresa nuestra participación en la Iglesia universal.

El papel del obispo como sacerdote es único y puede ser experimentado de una manera abundantemente simbólica en la Misa en la catedral cuando, en el altar, el obispo preside acompañado por el pueblo de Dios compuesto por laicos, ministros, diáconos y sacerdotes-celebrantes. Para poder comprender el bello simbolismo contenido en esta liturgia debemos recordar lo que es el sacerdocio.

Para el cristiano, la acción fundamental del sacerdocio es el “ofrecimiento a Dios de dones y sacrificios” (Heb.5:1, 1 Pedro 2:5). A través de su muerte y resurrección Cristo es el único alto sacerdote, y el sacerdocio es un compartir lo que Cristo ha hecho por nosotros (Heb. 5:1-10, 7:24-27). Todos nosotros los que hemos sido bautizados hemos recibido una parte del “sacerdocio real” de Cristo (también llamado “bautismal” o “sacerdocio común” de los fieles) el que constantemente ejercemos consagrando al mundo por medio de nuestras oraciones y acciones, y en especial cuando, unidos con Cristo, nos ofrecemos al Padre durante la celebración eucarística.

Aquéllos que comparten el sacerdocio ministerial a través del Sacramento de Órdenes están al servicio de los bautizados y su ministerio sacramental es ordenado hacia el desarrollo de la gracia bautismal de todos los fieles. En la liturgia de la catedral nosotros vemos al obispo, quien ha recibido la plenitud del Sacramento de Órdenes, guiando y asistiendo al pueblo entero de Dios en el ejercicio del sacerdocio propio a sus diferentes vocaciones. En la Iglesia temprana esta comunión, esta unidad dentro de formas diversas del ofrecimiento sacerdotal, era descrita como una armonía musical, como cuando San Ignacio de Antioquía escribió que los ministros ordenados están “ajustados al obispo como las cuerdas de un arpa”, permitiendo que todo el pueblo de Dios se “haga un coro, armonioso en amor, cantando al Padre por medio de Jesucristo”.

El ministerio sacerdotal del Obispo está también visible no sólo en la catedral, sino también en nuestras parroquias locales. Como pastor principal de la diócesis que posee la plenitud del Sacramento de las Órdenes, el obispo es quien ordena a los sacerdotes y a los diáconos que sirven al pueblo de Dios en las diversas comunidades que componen la diócesis. Es el obispo quien bendice la crisma y los santos óleos que se distribuyen a las parroquias y se usan en los sacramentos del bautismo, la Confirmación, y la unción de los enfermos. Es el obispo quien autoriza a los sacerdotes celebrar válidamente el sacramento de la penitencia y regularmente celebrar la Eucaristía dentro de los límites de la diócesis. Es el obispo quien normalmente preside en el sacramento de la Confirmación, aunque puede delegar esta responsabilidad a un sacerdote. Y es el obispo quien solemnemente consagra edificios que sirven como lugares de oración. En todos estos actos sacerdotales el obispo es ambos, un símbolo y un sirviente de communio, de la relación dinámica que conecta a nuestras Iglesias locales una con las otras en la diócesis.

Finalmente, el sacerdocio del obispo expresa una communio internacional que abarca a la Iglesia entera. Cuando un obispo ejerce el sacerdocio ordenando a otro obispo, él puede hacerlo legítimamente sólo con la participación de otros obispos que representan la Iglesia más amplia, y con el permiso de la Santa Sede, representando a la Iglesia a través del mundo. De esta manera el ministerio sacerdotal del obispo nos asegura y nos recuerda que nunca estamos solos: unidos unos a los otros en una communio que trasciende todas las fronteras nacionales nosotros somos parte del cuerpo entero místico de Cristo, que es también un cuerpo compuesto de Iglesias individuales. VN

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