“EL OBISPO COMO PASTOR Y PADRE DE LA IGLESIA LOCAL”

Por los miembros de la Comisión Teológica Arquidiocesana

SEXTO DE UNA SERIE DE ARTÍCULOS SOBRE EL CARGO DE OBISPO

Este ensayo se hace en tres puntos: En primer lugar, el papel real de un obispo es único, diferente a cualquier reino terrenal. El obispo es el pastor que vive con, y no por encima de su comunidad, cuidando por cada persona dentro de su diócesis así como lo hace con la comunidad en su conjunto. En segundo lugar, el obispo es la cabeza amorosa de la familia de fe, el mejor de los padres, que extiende la caridad a todos dentro de la Iglesia, así como a aquéllos que están separados o no bautizados. En tercer lugar, el obispo ofrece atención especial a aquéllos que comparten en su papel de sirvientes, aquellos otros pastores de los fieles, sacerdotes, diáconos y laicos que buscan ofrecer dones de liderazgo y talento a la Iglesia.

La imagen del rey, como representada en el Antiguo Testamento, incluye a un pastor cuidando a su rebaño (Ezequiel 34, 23) y a un padre que protege y provee a sus hijos (Salmo 72). En el Nuevo Testamento, Cristo está pintado sentado al lado derecho del Padre, presidiendo sobre el mundo y sobre toda la creación como sacerdote, profeta y rey (Hebreos 1, 1-4). El obispo comparte este triple cargo de Cristo de una manera especial, sirviendo a su pueblo. La descripción de la oficina majestuosa del obispo se encuentra en el documento del Concilio Vaticano Segundo, Christus Dominus, 16. Este se enfoca en la noción de que el obispo es primero y ante todo, y en todos los aspectos, un sirviente de su pueblo. Toda la autoridad que él posee es manifestada solamente por medio de su servicio a los demás.

El obispo no carga el cetro de la monarquía, sino el báculo, o bastón torcido, que es un símbolo de su llamado a actuar como un “pastor”. El buen pastor vive en medio de su pueblo; él no tiene dominio sobre ellos. Como Cristo, el Buen Pastor (Juan 10, 11-18), el obispo, como buen pastor, cuida de cada miembro de su rebaño tanto como cuida a su rebaño entero. Para poder ser efectivo, él debe conocer a sus ovejas, y ellas deben conocerlo a él. Él busca conección y familiaridad con sus necesidades en las circunstancias sociales en las que ellos viven y, más generalmente, las necesidades del momento. De esta manera, él conocerá las necesidades específicas de su rebaño como un todo y de cada miembro, para que así él pueda consultar mejor el bienestar de los fieles de acuerdo a la condición de cada uno. Él actúa con la profunda convicción de que él es responsable ante Dios de las almas a su cuidado.

De igual manera, el obispo es un padre verdadero y amoroso de la familia cristiana. Como un buen pastor, el ama a su rebaño como a sus propios hijos. Él los sirve igual que las madres y los padres cuidan de sus hijos, con preocupación por sus necesidades físicas, sociales y espirituales. La misión de la Iglesia y el papel del obispo involucran el cuidado de la persona humana completa, cuerpo y alma. Él es llamado a cuidar de una manera especial a los pobres, defendiéndolos y protegiéndolos de la opresión y a ayudar a la comunidad más amplia de la Iglesia a entregarles a ellos lo más esencial en la vida. Este servicio de caridad se extiende a los pobres fuera de la Iglesia al igual que a los pobres dentro de la Iglesia. Igualmente, el obispo extiende su mano amorosamente a todos aquéllos fuera de la Iglesia, tanto a los hermanos y hermanas separados como a los no bautizados que viven dentro de los límites de su diócesis. Él busca la manera de facilitar el ecumenismo por medio de cualquier forma de asistencia para responder a las necesidades de aquéllos que componen la comunidad más amplia dentro de los límites de su diócesis.

El obispo también busca establecer, facilitar y educar a la asamblea de pastores bajo su supervisión, es decir a los sacerdotes, diáconos y líderes laicos, que lo ayudan a realizar su servicio amoroso de sacrificio propio -como se ve en los mejores padres humanos- a todas las almas a su cuidado. De esta manera, él cumple con el papel de pastor y de padre, para “unir y moldear a la familia entera de su rebaño, para que todos, consciente de sus propios deberes, puedan vivir y trabajar en la comunión de amor” (Christus Dominus, 16).

El obispo es el buen pastor de su diócesis, moldeado como el Buen Pastor, Jesucristo mismo, quien conoce a sus ovejas, las ama como si fueran sus propios hijos, y cuida de todas sus necesidades. VN

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