“EL OBISPO COMO MAESTRO”

Por los miembros de la Comisión Teológica Arquidiocesana

QUINTO DE UNA SERIE DE ARTÍCULOS SOBRE EL CARGO DE OBISPO

Este ensayo se enfoca en tres puntos. En primer lugar, establece el vínculo entre la función episcopal de enseñar y la vocación profética del obispo como un miembro bautizado del Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo. En segundo lugar, explica la vocación profética a la luz de la plenitud de la vida de Cristo, muerte y resurrección. En tercer lugar, resume la forma en que la Iglesia pide al obispo para ejercer su cargo como maestro y profeta de entre y para beneficio de toda la gente de la Iglesia local.

La mayoría de nosotros sabemos que la Iglesia usa el santo crisma para ungir a los recién bautizados y para conferir el sacramento de la Confirmación. Sin embargo, muchos de nosotros no estamos enterados de que la Iglesia también usa el crisma para ungir las manos de un sacerdote y la cabeza de un Obispo el día de su ordenación. Aunque nuestro próximo Arzobispo ya ha sido ordenado Obispo, es instructivo para nosotros reflexionar sobre el significado de la unción sacramental de un Obispo.

La unción con crisma es una señal de que los bautizados, los confirmados, y los ordenados comparten un lazo común. Todos son miembros del Pueblo de Dios llamados a vivir como Cristo en, a y por el mundo, cada uno de una manera específica. El Rito Bautismal proclama, “así como fue ungido Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, vivan siempre ustedes como miembros de su cuerpo, compartiendo la vida eterna”. En el artículo anterior de esta serie, nosotros aprendimos que el Obispo vive su vocación bautismal y ministerial de sacerdote como Cristo santificando a los fieles de su diócesis, más visible en la celebración de los sacramentos. En este artículo, nosotros reflexionamos sobre la actividad del obispo en la enseñanza, específicamente cumpliendo el aspecto profético de su cargo en el Cuerpo de Cristo.

En ambos, el Viejo y el Nuevo Testamento, la vocación fundamental de todos los profetas no era predecir el futuro sino anunciar la presencia de Dios, de llamar al pueblo a serle fiel a Dios y a una vida de justicia y compasión. Dios le anunció a los Israelitas, que por medio del convenio ellos eran llamados a caminar con Dios como Su propio pueblo. (Exodo 33:12-34:9) Más tarde, Dios llamó a otros profetas a recordarle al pueblo que si ellos salían del convenio encontrarían solamente tristeza y destrucción (Elías, Eliseo, Isaías, Jeremías, Ezequiel). Ellos le recordaron a los Israelitas el amor imperecedero e incondicional de Dios (Oseas 11: 1-4; 8-9) y su deber de concretar ese amor por medio de actos genuinos de justicia y misericordia (Miqueas 6: 1-4; 6-8). La vocación profética de Juan Bautista fue preparar el camino de Cristo (Jn. 19-34). Es claro que las narraciones de la Transfiguración en los evangelios (Mt. 17: 1-9; Mc 9: 2-8; Lc. 9:28-36) presentan a Jesús como el Cristo, más grande que todos los profetas que lo precedieron, pero como ellos, llamado a volver la atención del pueblo hacia Dios y hacia el Reino de Dios: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. (Lc9:36) Por medio de su enseñanza, de sus acciones, y especialmente por su pasión y muerte, Cristo vivió enteramente la vocación de profeta. A través de su resurrección, “Dios lo engrandeció y le concedió el Nombre que está sobre todo nombre” (Fil. 2:8-9).

Dios ha llamado a nuestro próximo Arzobispo de entre Su Pueblo, para vivir la vocación bautismal a través de su ordenación sacerdotal y episcopal única. De muchas maneras, pero especialmente cuando él preside desde la cátedra (la silla Episcopal) en nuestra Catedral de Nuestra Señora de los Angeles, y proclama y predica la palabra de Dios, él ejercerá su cargo como maestro y profeta entre el público para el beneficio de todo el Pueblo de la Iglesia de Los Angeles: “El Obispo como heraldo de fe dirige nuevos seguidores a Cristo. Como su maestro auténtico, es decir, uno investido con la autoridad de Cristo, él le proclama al pueblo confiado a él las verdades de la fe que ellos deben creer y vivir. Bajo la luz del Espíritu Santo, el Obispo explica las enseñanzas de la fe, sacando de la casa del tesoro de la revelación cosas nuevas y viejas. Él trabaja para que la fe dé fruto y, como el buen pastor, vigilante protegiendo a su pueblo de la amenaza del error” (Ceremonial de Obispos, 15). VN

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