“EL OBISPO DENTRO DE LA COMUNIÓN DE IGLESIAS”
Por los miembros de la Comisión Teológica Arquidiocesana
TERCERO DE UNA SERIE DE ARTÍCULOS SOBRE EL CARGO DE OBISPO
En este ensayo en tres puntos. Esto demuestra, en primer lugar, cómo el Concilio Vaticano II recuperó la comprensión de la Iglesia como una comunión de iglesias, basado en el concepto de comunión. En segundo lugar, se estudian los fundamentos del Nuevo Testamento para la comunión. En tercer lugar, contempla varias formas de comunión expresadas visiblemente en la vida de la Iglesia, especialmente a través de la oficina del obispo.
Uno de los grandes logros del Concilio Vaticano Segundo fue la recuperación del concepto de la Iglesia como una comunión, que es como se comprendía la Iglesia del primer milenio. Antes del Concilio la mayor parte de los católicos conocía la Iglesia como una simple institución monolítica, imaginada como una pirámide, con la autoridad descendiendo de Dios al Papa, a los obispos, a los sacerdotes, y luego al pueblo. Desde esta perspectiva, la Iglesia fue subdividida en unidades administrativas llamadas diócesis o arquidiócesis. El Dominico francés Yves Congar una vez caracterizó este modelo de Iglesia, proveniendo de una amplia base hasta un simple punto en la cima, como correspondiendo a la tiara papal, la Iglesia como una monarquía papal.
Sin embargo, el Concilio, se movió en una dirección diferente. Describió a los obispos como miembros de un colegio cuya cabeza, el Papa u Obispo de Roma, ejerce autoridad suprema sobre la Iglesia universal (Lumen Gentium 22), mientras que cada Obispo gobierna la Iglesia particular que se encarga a su cuidado (LG 23). Así el Concilio vió la Iglesia como una comunión de Iglesias.
El concepto de comunión está profundamente enraizado en el Nuevo Testamento. La koinōnia Griega significa un compartir, una participación, o comunión en otra cosa. Describe el compartir o la participación en la vida de Cristo que viene de Dios como un regalo: “Dios es fiel, y por Él ustedes fueron llamados a fraternizar (koinōnia) con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor” (1 Cor 1:9). Para Pablo especialmente, los miembros de la comunidad, unidos por su comunión en el cuerpo y la sangre de Cristo, se convierten en su Cuerpo (1 Cor 10:16-17). Hay una dimensión Trinitaria en kionōnia que aún encuentra expresión en nuestro saludo litúrgico: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo y el amor de Dios y la unión (koinōnia) del Espíritu Santo esté con ustedes” (2 Cor 13:13; cf. Phil 2:1). El autor de Actos usa la palabra koinōnia para describir la “vida comunal” de la comunidad primitiva de Jerusalen (Actos 2:42). La segunda carta de Pedro, usando un particularmente fuerte lenguaje, dice que a través de las promesas de Dios “ustedes podrán llegar a compartir (koinōnoi) en la naturaleza divina” (2 Ped 1:4).
Si la comunión describe nuestra parte de la vida divina, ésta es siempre expresada por medio de señales externas. Estar “en comunión” con la Iglesia es compartir su Eucaristía. En la Iglesia antigua los viajeros recibían de su Obispo una “carta de comunión”, identificándolos como miembros de la Iglesia del Obispo para que así ellos fueran bienvenidos a la Eucaristía al llegar a sus destinos. La ordenación de un Obispo requería la participación de por lo menos tres obispos para desmostrar que este nuevo Obispo y su Iglesia estaban en la comunión de Iglesias. La antigua práctica de fermentum, enviando un pedazo de pan consagrado de la Eucaristía del Obispo a sus sacerdotes o a un Obispo de una Iglesia vecina, es todavía evidente hoy cuando el sacerdote u Obispo deja caer una partícula de hostia dentro del cáliz antes de la comunión. Un sacerdote ordenado presidiendo en una liturgia es un signo de comunión entre la congregación local, el Obispo, y la Iglesia universal, igual que el Obispo es una señal de la Iglesia Católica como una comunión de Iglesias. Todas estas son señales de vida en comunión.
La comunión de la Iglesia hoy se mantiene por los lazos de comunión que unen a unos obispos con otros y al Obispo de Roma (LG22,25). Pero también se puede perder la comunión, como pasó entre la Iglesia del oriente y el occidente en 1054, o también en la Reformación en el siglo dieciséis, o cuando un individuo rompe su comunión con la Iglesia (excomunicación) por causa de serio pecado (cf. 1 Cor 5:2). Otros “instrumentos de comunión” incluyen la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB), cuya oficina central está localizada en Washington, D.C., el Sínodo internacional de Obispos que se reúne cada ciertos años en Roma, y por supuesto, un concilio ecuménico. El Colegio de Cardenales sirve como consejero al Papa y a la Curia Romana y elige a su sucesor. La meta del ecumenismo es llevar a todas las Iglesias hacia completa comunión en una comunión de todas las Iglesias, dentro de la cual la Iglesia de Roma mantendrá su papel de primacía. VN
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