<!--:es-->EL LEGADO DE NUESTRO HERMANO: UNA IGLESIA QUE IRRADIA EL AMOR DE DIOS<!--:-->

EL LEGADO DE NUESTRO HERMANO: UNA IGLESIA QUE IRRADIA EL AMOR DE DIOS

La Iglesia es una familia y cada familia vive por el amor y sacrificio de aquéllos que parten antes de nosotros. San Pablo dijo: “Estamos rodeados por una gran nube de testigos” (Heb. 12,1).

Esto es verdad en nuestra gran Arquidiócesis de Los Angeles.

Nos inspiraremos en el testimonio de nuestro hermano el Cardenal Mahony por muchos años. Recordaremos su amor y sacrificios por la Iglesia mientras llevamos adelante las muchas obras buenas que él empezó aquí.

El legado que nos deja el Cardenal Mahony es una Iglesia que irradia el amor de Dios y la verdad del Evangelio. Él nos ha mostrado lo que Cristo quiere que su Iglesia sea: una comunión de culturas y una comunión de santos, una familia de Dios formada por muchos países, razas y lenguas.

El Cardenal Mahony ha construido una Iglesia que recuerda al pobre y defiende la libertad y dignidad de la persona humana, desde la concepción hasta la muerte natural. Él ha proclamado a Jesucristo y nos ha ayudado a entender mejor las exigencias del Evangelio en nuestras vidas.

Jesús nos llama a un amor que derrumbe los muros que nos dividen, las barreras que impiden que seamos una sola familia. Muchas veces, estos muros están en nuestros corazones. El Cardenal Mahony nos ha ayudado a ver esto y a abrir nuestros corazones al amor de Dios.

El otro día estuve leyendo el libro del Éxodo, y me llamó la atención una vez más ver cómo los israelitas habían sido formados por su experiencia de esclavitud en Egipto.

Moisés les dijo después de que habían sido liberados: “No angustiarás al extranjero; porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Ex. 23,9).

Esta es una de las cualidades que yo admiro mucho en el Cardenal Mahony. Él tiene “el corazón de un extranjero”.

Me inspira su amor hacia el inmigrante, hacia los extranjeros entre nosotros. Me desafía el llamado que nos hace a vivir el Evangelio, a encontrar a Cristo en el pobre, y a amar al inmigrante como nuestro prójimo y amigo.

Personalmente, siempre estaré agradecido a mi hermano por hacerme sentir bienvenido aquí en mi nuevo hogar. Estoy agradecido por su hospitalidad, él es un buen maestro y amigo. Le digo: Gracias, hermano. ¡Bien hecho, siervo bueno y fiel!

Rezo para que Dios bendiga y proteja a nuestro hermano, el Cardenal Mahony, y le conceda paz. Rezo también para que yo sea un digno sucesor suyo como Arzobispo.

Y le pido a Nuestra Señora de Guadalupe que ruegue por todos nosotros en esta familia que nuestro Padre ha congregado aquí en Los Angeles.

Que nuestra Iglesia siempre sea un signo de que Dios está cerca de nosotros, y de que en sus amorosos ojos nadie es un extraño, y de que nadie es extranjero para ninguno de nosotros. VN

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