UN CRISTIANO ES ALGUIEN CON UNA VOCACIÓN

UN CRISTIANO ES ALGUIEN CON UNA VOCACIÓN

Por MONSEÑOR JOSÉ H. GOMEZ
Arzobispo de Los Ángeles

El 3 de junio ordenaré sacerdotes a siete hombres excelentes, y la semana siguiente ordenaré como diáconos permanentes a 19 hombres ejemplares.

Todos los días le doy gracias a Dios de que sigamos siendo bendecidos con vocaciones al sacerdocio, al diaconado y a la vida religiosa. Actualmente tenemos cerca de 90 seminaristas estudiando en el Seminario St. John y en la Casa Juan Diego.

Y hemos continuado con el largo y paciente trabajo de construir una cultura que favorezca las vocaciones en la familia de Dios de aquí, de la Arquidiócesis de Los Ángeles.

La verdadera clave de la cuestión de las vocaciones sacerdotales -y de cualquier otra cuestión en la Iglesia- es inspirar una renovación de la vida cristiana. Todo lo relativo a la Iglesia queda claro cuando entendemos las hermosas exigencias de la vida cristiana, cuando entendemos lo que significa ser cristianos.

Un cristiano es alguien que ha conocido a Jesucristo y que ha respondido a su llamado a ir con Él y a seguir el camino de vida que nos propone.

Por definición, todo cristiano tiene una vocación, porque todo cristiano ha escuchado y respondido a ese llamado -“Sígueme”- de Jesucristo.

Como ya sabemos, vocación simplemente significa “llamado”. Pero desafortunadamente, este término se ha convertido en una de esas “palabras de Iglesia” como “santidad” y “santo”, que ha perdido la fuerza de su significado en nuestros tiempos.

Hoy en día, muchos de nosotros, los que pertenecemos a la Iglesia, pensamos que estas palabras sólo se refieren a personas especiales, a unos cuantos elegidos. Pensamos que sólo las personas especiales pueden ser santas.

Y pensamos que una vocación es algo reservado sólo para “personas especiales”, para esos hombres y mujeres selectos a quienes Dios llama al sacerdocio o a la vida consagrada.

Toda alma es llamada por Dios. Ustedes y yo no estaríamos aquí -no habríamos nacido- si Dios no nos hubiera llamado a la existencia. “El Señor me llamó desde el seno de mi madre”, dijo el profeta Isaías.

Dios nos llama al ser desde lo más profundo de su corazón. Nos llama al ser porque tiene un papel que quiere que desempeñemos en su plan para la redención del mundo. Y nos invita a responder a su llamada con todo nuestro corazón, con toda nuestra vida.

Tenemos que cultivar esta conciencia vocacional en nuestros jóvenes. En nuestros hogares, parroquias y escuelas, tenemos que enseñarles a nuestros jóvenes que la vida cristiana es una aventura emocionante; que Dios tiene para cada vida un camino personal, que nadie más puede recorrer.

Debemos alentar a los jóvenes, hombres y mujeres, a buscar a Dios y a orar para que conozcan su voluntad para sus vidas. El Papa Francisco dice que los jóvenes deberían decir todos los días una oración sencilla: “Señor, ¿qué quieres que haga? ¿Qué camino debo seguir?”.

Es importante también que le enseñemos a nuestros jóvenes a confiar en el plan de Dios; a no tener miedo a comprometerse.

Hay tantos cambios e incertidumbres en el mundo actual… nuestras relaciones humanas pueden estar tan fragmentadas y pueden ser tan superficiales… En una cultura así, es difícil para los jóvenes -y para cualquiera de nosotros- imaginar el tomar una decisión permanente o que dure para toda la vida.

Tenemos que ayudar a nuestros jóvenes a estar abiertos a la voz del Señor, abiertos a escuchar su voz que habla claramente en sus corazones.

¡Dios necesita de cada uno de nosotros! Esto es lo que necesitamos proclamar en la Iglesia.

Dios llama a hombres y mujeres a vivir la vocación del matrimonio y de la vida familiar para mostrarle al mundo la belleza del amor y la dignidad de la vida humana.

Él llama a hombres y mujeres a todas las vocaciones que sirven para construir nuestra sociedad y nuestra cultura humanas: en el área de los negocios y la educación, en la del gobierno y el servicio a la comunidad. Dios quiere que haya buenos cristianos en todos los ámbitos de la vida.

Él llama a los hombres y a las mujeres a consagrarse a vivir la pobreza, la castidad y la obediencia, a vivir vidas de oración y de servicio a los necesitados.

Él llama a hombres al ministerio del servicio en el diaconado.

Y, finalmente, Dios llama y elige hombres para que sean sus sacerdotes, para que conformen sus vidas más estrechamente con la imagen de Jesús y para que tomen parte, por una participación más profunda e íntima en el sacerdocio y misión de Cristo mismo.

Y en cualquier camino que Dios nos llame, Jesús va con nosotros.

Esto es importante. Jesús no nos llama simplemente a seguirlo para luego dejarnos solos. Él va con nosotros y se quedará cerca de nosotros y nos apoyará en cada paso de nuestro recorrido.

Así que necesitamos tener esa confianza, y debemos compartirla con los jóvenes.

Nunca deberíamos tener miedo de entregarnos completamente a Jesús. Él nos dará siempre la gracia que necesitemos para seguirlo, para desempeñar cualquier vocación a la que nos esté llamando.

Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes. ¡Y oremos por nuestros nuevos sacerdotes!

También, me gustaría recomendarles una vez más que digamos todos los días esa sencilla oración que yo recé en mi juventud:

Señor, te pedimos que nos concedas vocaciones. Concédenos muchas vocaciones. ¡Danos muchas y santas vocaciones!

¡Y que nuestra Santísima Madre María nos llene esperanza y nos guíe! VN

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El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, ‘Inmigración y el futuro de Estados Unidos de América’, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).

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