<!--:es-->“YO SÉ QUE DIOS ME DARÁ LA GRACIA DE SERVIR BIEN A ESTA IGLESIA LOCAL”<!--:-->

“YO SÉ QUE DIOS ME DARÁ LA GRACIA DE SERVIR BIEN A ESTA IGLESIA LOCAL”

Declaración del Arzobispo José H. Gómez, nuevo Arzobispo Coadjutor de Los Angeles

Yo sé que ustedes me perdonarán si mis comentarios son breves. Esta es la clase de momento en que, para mí, las palabras no pueden describir completamente mis sentimientos.

Estoy muy agradecido con el Santo Padre por darme esta oportunidad de servir a la Iglesia con un mentor y líder como el Cardenal Rogelio Mahony. Estoy agradecido al Nuncio Apostólico, Arzobispo Pietro Sambi, por apoyar la confianza del Santo Padre en mí. Yo trataré con todas mis fuerzas de ganarme esa confianza.

Estoy especialmente agradecido –profundamente agradecido– al Cardenal Mahony mismo y a mis hermanos obispos, sacerdotes y diáconos aquí en Los Angeles, por la calidez y buena voluntad que me han mostrado desde que supieron de mi nombramiento.

Después de que recibí la noticia de mi nombramiento, fui a la capilla a pasar algún tiempo en oración ante el Santísimo Sacramento. Pedí la gracia de ser generoso y de darme totalmente al llamado de Dios. Pero también pedí la fuerza para aceptar esta nueva tarea, la que es indudablemente abrumadora. Mi sola consolación es el hecho de que Dios me está llamando y Él es misericordioso y me ayudará a ser fiel y a servir a Su pueblo en la Arquidiócesis de Los Angeles.

Nunca olvidaré que al terminar mi conversación telefónica con el Arzobispo Sambi, Nuncio Apostólico para los Estados Unidos, la primera cosa que vi fue una pintura de Nuestra Señora de Guadalupe en el pasillo, y como ha sucedido en cada momento de mi ministerio, sentí su amor y protección. A María de Guadalupe quisiera confiarle mi nuevo ministerio en la Arquidiócesis de Los Angeles.

Me siento triste de dejar San Antonio. Yo nací en México, mis hermanas todavía viven allá, y estoy muy orgulloso del amor mexicano por la vida, la familia y la fe que me hizo convertir mi corazón a Dios. Pero mi madre creció en San Antonio y yo primero serví como sacerdote en Texas. Ahí es donde me convertí en ciudadano americano y también estoy muy orgulloso de eso.

La gente de San Antonio tiene una bondad especial y una gracia que siempre los mantendrá cerca de mi corazón. Con su paciencia y generosidad, ellos me enseñaron cómo ser obispo. Yo nunca los olvidaré y nunca dejaré de dar gracias a Dios por el privilegio de haberlos servido.

Pero la vida de un sacerdote u obispo, no le pertenece. El único hogar verdadero que tenemos es el amor de nuestro pueblo. Y ese amor es el mismo dondequiera que la gente crea en Jesucristo y se reúna como una comunidad católica de fe. Así, yo creo que Dios me dará la gracia de servir bien a esta Iglesia local, como el Cardenal Mahony lo ha hecho durante muchos fructíferos años. La calidez de la gente aquí da vida a las palabras que escuchamos muy a menudo: Nosotros no somos realmente extranjeros aquí, sino solamente amigos que no se conocían.

Cuando estaba poniendo en orden mis pensamientos para hoy, escribí que la Arquidiócesis de Los Angeles es una de las comunidades católicas más grande en los Estados Unidos. Pero en realidad, es mucho más que eso. Es una de las grandes comunidades católicas en el mundo. Los Angeles, como ninguna otra ciudad en el mundo, tiene el rostro global de la Iglesia Católica. Ese hecho nos invita a hacer dos cosas: primero, dar gracias a Dios por nuestra diversidad y la energía que esto crea; y segundo, comprometernos más profundamente con las cosas que nos unen: el entusiasmo por Jesucristo; confianza en el Evangelio; reverencia por la Eucaristía; servicio a los pobres; defensa de los niños aún no nacidos, los inmigrantes y los incapacitados; y el amor a la Iglesia, como nuestra madre y maestra.

Esas son las cosas que han purificado y renovado la Iglesia en cada generación. Y estar con todos ustedes ahora, como parte del ministerio del Cardenal Mahony, es el regalo más grande que he recibido en mi vida, junto al sacerdocio mismo.

Al Cardenal Mahony le prometo mi fraternal cariño y fidelidad, y toda la energía de mis días. A mis hermanos obispos, sacerdotes y diáconos, les prometo escuchar bien y aprender bien. Y yo les prometo amarlos y apoyarlos como un hermano. Por favor, oren por mí para que sirva a la Iglesia y su gente de manera que honre a Dios, les honre a ellos y honre a los testigos del Cardenal Mahony y sus predecesores.

A la gente y los religiosos de la Arquidiócesis, les doy las gracias por acogerme en sus corazones, y por favor, nunca dejen de orar por mí. Un obispo puede vivir con las críticas del mundo. Como cada obispo descubre muy pronto, esto es parte de la descripción de trabajo hasta los primeros doce apóstoles. Pero ningún obispo puede vivir sin el amor y las oraciones de su pueblo. Así que por favor, nunca olviden al Cardenal Mahony, a mis hermanos obispos o a mí mismo en sus oraciones.

Muchas gracias por su amabilidad hoy. Dios nos bendiga a todos y nos renueve en Jesucristo. VN

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