<!--:es-->REFLEXIONES SOBRE LA VISITA DEL PAPA FRANCISCO A CIUDAD JUÁREZ<!--:-->

REFLEXIONES SOBRE LA VISITA DEL PAPA FRANCISCO A CIUDAD JUÁREZ

Por MONSEÑOR JOSÉ H. GOMEZ

ARZOBISPO DE LOS ÁNGELES

La semana pasada tuve el privilegio de cruzar la frontera hacia México, y de concelebrar la Misa con nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, en Ciudad Juárez.

Esta Misa fue una estupenda y gozosa celebración de la vida y la esperanza. Fue uno de esos momentos en los que realmente se puede ver que la Iglesia es una hermosa familia. Asistieron varios miles de personas -sacerdotes y religiosos y una multitud de niños y familias- que viajaron ahí de todas partes de México para estar con nuestro Santo Padre.

Fue ciertamente una semana muy emotiva para el Papa, en la que él se esforzó por llevar palabras de esperanza y misericordia a algunas de las personas más pobres y oprimidas de este hemisferio. Se veía profundamente conmovido por la tragedia humana de todos esos millones que sufren por la corrupción de sus líderes, de las bandas criminales, del tráfico de personas, de la violencia, pobreza e injusticia económica.

Y la difícil situación de los inmigrantes y refugiados en México y Estados Unidos fue un tema constante a lo largo de la semana de peregrinación del Papa. La Misa en Ciudad Juárez destacó el drama provocado por los retos que enfrentamos actualmente a lo largo de nuestra frontera común con México.

Es triste que la inmigración se haya convertido en un tema tan controvertido, tanto entre nuestros dos países, como en nuestra política nacional aquí en Estados Unidos. Es especialmente triste ver las divisiones entre los católicos estadounidenses, ya que la gran mayoría de nosotros somos hijos e hijas de inmigrantes.

Para el Papa, y para todos nosotros que somos pastores de la Iglesia, la inmigración no es un tema político o económico; la inmigración tiene que ver con las personas. Y, en una medida cada vez mayor, tiene que ver con los niños y con las familias.

Es deber de una nación soberana tener fronteras seguras. Nadie discute eso. Pero el reto más profundo que enfrentamos en Estados Unidos es la manera de responder a los 11 millones de seres humanos que están viviendo dentro de nuestras fronteras sin documentos.

En este momento parecen ser fichas humanas en un tablero en el que parecen formar parte de una permanente “clase inferior”. La mayoría de ellos han estado aquí durante mucho tiempo y están trabajando arduamente y contribuyendo a nuestra sociedad y a nuestra economía; pero no tienen derechos y viven en el temor constante de ser detenidos y deportados.

Como cristianos tenemos que ayudar de alguna manera a estas personas, sin importar de dónde vengan ni cómo hayan llegado aquí. Son madres, padres, hijos, abuelos. Todos ellos son nuestros hermanos y hermanas.

Durante la Misa en Ciudad Juárez, estuve orando por toda la familia de Dios de aquí, de Los Ángeles, y especialmente por nuestros hermanos y hermanas que se encuentran atrapados en nuestro defectuoso sistema de inmigración.

Y durante esta celebración sentí la poderosa presencia del amor de Dios por nosotros. Fue una sensación real y verdadera de que Dios no nos deja, de que nunca nos abandona. Él es nuestra esperanza, y siempre está cerca de nosotros con sus tiernos cuidados y con su misericordia. Y está especialmente cercano a aquellos que son pobres y de los que sufren y están oprimidos.

Desde que la Virgen de Guadalupe visitó por primera vez nuestros pueblos hace tanto tiempo, ésta ha sido siempre la experiencia de la Iglesia en el continente americano. Nuestra Santa Madre vino como la Madre de la Misericordia y nos trajo el don de la fe, el don de Jesús, el don de conocer la cercanía de Dios y su deseo de compartir nuestra humanidad.

El Papa dijo que la visita de la Virgen de Guadalupe fue el principio de una nueva civilización en las tierras de América; de una nueva civilización cristiana, nacida del encuentro entre las culturas española e indígena.

Y mientras hablaba de los sufrimientos de las personas del continente americano, el Papa Francisco llamó a los asistentes -y nos llamó también a todos nosotros- a usar nuestros dones para continuar la misión de Nuestra Señora de Guadalupe.

La Virgen le dio a San Juan Diego la misión de construir un “santuario para Dios”. Esa es nuestra misión también. Y es una misión continental. Estamos llamados a hacer de nuestro país y de todos los países del continente americano, un “santuario para Dios”.

Construimos este “santuario” a través de nuestras obras de misericordia y de nuestros actos de amor. Lo construimos al caminar junto con nuestros hermanos y hermanas, llevando la luz del amor de Dios, de forma que resplandezca en nuestros hogares y vecindarios, en nuestras parroquias y escuelas, en pocas palabras, en todos los ámbitos de nuestra sociedad y de nuestra cultura.

De modo que en este tiempo de Cuaresma, pensemos más acerca de cómo podemos ir en busca de los que se sienten solos y de los heridos, de los hambrientos y de los que no tienen un techo. Vayamos en busca de los que están olvidados y despreciados por nuestra sociedad: del prisionero del refugiado y del inmigrante.

Este fin de semana, espero verlos a todos ustedes en el Congreso de Educación Religiosa. Y sigamos orando unos por otros. Oremos de este modo:

Que nuestra Madre, la Virgen de Guadalupe, abra nuestros corazones al amor de Dios y nos ayude a amar como Jesús ama y a ser misericordiosos con los demás como Él es misericordioso con nosotros. VN

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