PROMOVER UNA CULTURA CATÓLICA EN LA CUAL LOS HOMBRES PUEDAN ESCUCHAR LA VOZ DE CRISTO

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ Arzobispo de Los Ángeles

El sacerdocio es un don y un misterio en el plan de Dios para la salvación del mundo. Cada sacerdote recibe un llamado especial de Dios. Este llamado es una invitación a una vida de aventura en el servicio del plan de Dios y de su Reino.

¡Nunca puede haber suficientes sacerdotes!

Por eso todos los días rezamos por las vocaciones. Oramos de una manera intensificada cada año en la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, la cual hemos celebrado este año el 15 de mayo.

Jesucristo fue el primero que oró por vocaciones sacerdotales.

Recordamos la conmovedora escena en el Evangelio: Él había recorrido todas las ciudades y pueblos, enseñando, predicando y curando. Y se conmovió con el deseo de Dios que la gente tiene en su vida.

Así que oró para que más hombres pudieran llevar la buena nueva del Reino de amor de Dios: “La cosecha es mucha pero los trabajadores son pocos. Por lo tanto, ¡Oren al Señor de la cosecha para que envíe trabajadores a su mies!”

Aún en tiempos de Jesús había una “escasez” de vocaciones. Eso es porque el sacerdocio es verdaderamente para aquellos elegidos personalmente por Él. Como dijo: “Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”.

La dificultad está en asegurar que los hombres siempre puedan escuchar la voz de Cristo en su vida. El Señor siempre llama trabajadores a su mies. Pero los hombres necesitan “oídos para escuchar”. Cada época y cada cultura presenta desafíos particulares.

En su mensaje para la Jornada de Oración por las Vocaciones de este año, nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, dice: “Particularmente en estos tiempos… la voz del Señor parece estar ahogada por ‘otras voces’ y su invitación a seguirlo mediante el don de la propia vida parece ser demasiado difícil.”

Esta es la razón por la que el tema de la Jornada de Oración de este año es “Proponer Vocaciones en la Iglesia Local”.

Nunca estamos solos como católicos. Somos una familia de Dios. Pertenecemos a los demás en Jesucristo y somos responsables el uno por el otro.

Cada uno de nosotros, como hermanos y hermanas en la familia de Dios, tiene el deber de apoyar y animar las vocaciones. Nuestra oración diaria por las vocaciones debe coincidir con acciones y actitudes que ayuden a promover una cultura en la cual la invitación de Cristo pueda ser escuchada y en la cual esta invitación “tenga sentido.”

Cada sacerdote viene de una familia y una parroquia. Así que estas son áreas de especial oportunidad y responsabilidad.

Mi propia vocación creció silenciosamente a través de los años. Yo crecí en un hogar católico donde la vida ordinaria estaba llena de amor y devoción. A través del amor que experimenté en mi familia, llegué a conocer a Jesucristo y su amor por mí.

A través del ejemplo de mi madre y de mi padre, sentí el llamado de Cristo en mi corazón y quise conocerlo más y amarlo más. Y su ejemplo estuvo apoyado por el testimonio en nuestra comunidad parroquial. Siempre conocí sacerdotes buenos y piadosos, así como catequistas fieles y líderes laicos dedicados.

Al final, comprendí que Nuestro Señor me estaba llamando a ser su sacerdote. Y esta ha sido una vida hermosa para mí.

¡Llevar hombres y mujeres al encuentro con el Dios viviente! ¡Pronunciar las palabras de misericordia de Cristo mismo, proclamar la buena nueva a los cautivos por el pecado! ¡Sanar a los corazones afligidos, ofrecer su Cuerpo y su Sangre, nutrirlos con el Pan de Vida!

El sacerdocio es una vocación rica y demandante. Compromete la vida entera y la llena de satisfacción, de dulzura y gozo de una manera tal que siempre me ha parecido muy difícil describir.

El Papa Benedicto nos recuerda: “La capacidad de fomentar vocaciones es el sello distintivo de la vitalidad de la Iglesia local.”

Entonces, renovemos nuestro compromiso a dedicarnos –en nuestras familias y parroquias– a promover una cultura católica en la cual crezcan las vocaciones.

Encomiendo nuestra oración a Nuestra Señora de Los Ángeles.

Pidámosle a ella que nos obtenga las gracias necesarias para ayudar a que nuestros jóvenes crezcan en amistad con Jesucristo. Necesitamos enseñarles buenos hábitos de oración diaria y la lectura orante del Evangelio.

Necesitamos animarlos a que hablen con Jesús en la oración. A que le pidan con frecuencia que les muestre Su voluntad para sus vidas. A que quieran conformar sus vidas a Su voluntad.

Y especialmente en esta ruidosa cultura de los medios, necesitamos enseñar a nuestros jóvenes a que se sientan bien en medio del silencio. Sólo así van a poder escuchar la voz apacible y suave de respuesta que les da Nuestro Señor. VN

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