‘LOS CAMINOS A LA SANTIDAD SON MUCHOS’

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ Arzobispo de Los Ángeles

Reflexiones sobre el Testimonio del Beato Papa Juan Pablo II

El Beato Juan Pablo fue un regalo de Dios para nuestro tiempo. Él fue testigo del poder de la santidad en la historia.

Su beatificación será una gracia hermosa para la Arquidiócesis de Los Ángeles, para California, y para todas las naciones de América y el resto del mundo.

Me siento unido a él a través de un filial afecto y de profundos lazos de gracia.

Yo era un nuevo sacerdote, recién ordenado hacía tres meses, cuando fue nombrado Papa en 1978. Él me nombró Obispo en 2001 y, poco antes de su fallecimiento en 2005, me llamó a ser Arzobispo.

En 1987 tuve el privilegio, junto con docenas de sacerdotes hermanos, de celebrar la Eucaristía con él para más de 350 mil fieles en San Antonio. ¡Nunca olvidaré ese día!

Lo conocía como un sabio y Santo Padre Espiritual. Y percibo la acción de la mano de la Providencia, en el hecho de que sea beatificado al comienzo de mi ministerio aquí en Los Angeles.

Las enseñanzas del Beato Juan Pablo y su testimonio personal continúan inspirando mi Ministerio Pastoral.

Él era poeta, filósofo y dramaturgo. Pero más importante aún, el Beato Juan Pablo era sacerdote.

Una vez dijo: “La Santa Misa es el centro absoluto de mi vida, y de cada día de mi vida”.

Nuestro ‘llamado más elevado’

El Beato Juan Pablo nos ha llamado a todos a la Santidad, a la que describió como “el ideal más elevado de la vida cristiana”.

Nos ha invitado a aceptar la vocación que nos ha sido dada a cada uno en el Bautismo. Dijo que eso implicaba que viviéramos para la gloria de Dios, y para amar y servir a nuestro prójimo. Él quería que nos uniéramos a su búsqueda del Reino de Dios, en la construcción de la civilización del amor y de una cultura de vida.

Estas no eran ideas originales; son la esencia del Evangelio. El don del Beato Juan Pablo era hacer que el ideal Cristiano pareciera nuevo otra vez.

Él vivía el Evangelio con una pasión e inteligencia que eran atractivas. Hizo que el estilo de vida cristiano pareciera tan hermoso, tan llamativo. Muchos querían seguirlo, querían conocer la alegría que él tenía.

Él se convirtió en un verdadero padre espiritual de nuestro tiempo.

Especialmente cuando hablaba con los jóvenes, enfatizaba el hecho de que Dios tiene un plan para cada persona. Nos desafiaba a darnos cuenta de que hemos nacido por una razón, de que cada uno de nosotros tiene un destino en este gran drama de la salvación.

Se negaba a aceptar la premisa falsa de que la fe cristiana nos hace indiferentes o condescendientes ante las injusticias y necesidades humanas.

“La oración intensa”, escribió, “no nos distrae de nuestro compromiso con la historia. Abre nuestro corazón al amor de Dios, y al hacerlo también lo abre al amor hacia nuestros hermanos y hermanas, y nos hace capaces de moldear la historia según el plan de Dios”.

Nos puso como ejemplo a los Santos y Mártires que cambiaron la sociedad en que vivieron, así como la vida de aquellos que tenían a su alrededor.

Nos recordó que Cristo nos llama a cada uno de nosotros a ser Santos; que nosotros también estamos llamados a moldear las vidas y la historia de nuestros tiempos según el plan de Dios.

Una nueva Evangelización

Nos recordó que el Cristianismo transformó el mundo. No a través de la violencia, sino por la fuerza de hombres y mujeres que vivieron las enseñanzas de la fe con alegría, valentía y esperanza.

De eso se trata el llamado a una nueva Evangelización: re-crear el mundo a la imagen de Cristo y su Evangelio.

Él sabía que amplios sectores de la sociedad funcionan ahora como si Dios no existiera; y sabía que el mensaje cristiano era solamente uno más de los muchos “mensajes de salvación” que se encuentran en el mercado global de las ideas.

Frente a esa situación, propuso una visión hermosa y elevada del Cristianismo: proclamó que Jesucristo es la respuesta para todas las preguntas humanas.

Para él, la nueva evangelización es siempre personal. Quiere decir que se trata de que cristianos individuales compartan el regalo de la fe, corazón a corazón, con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Pero la nueva Evangelización también implica evangelizar la cultura, traer las enseñanzas de la Iglesia a un diálogo con el pensamiento contemporáneo.

El Beato Juan Pablo nos recordaba como San Pablo predicó el Evangelio en el Areópago, el centro de la élite cultural en la Antigua Atenas. Los cristianos de hoy, decía, deben llevar el Evangelio a todos los “Areópagos” de la cultura moderna.

Nos llamaba a infundir los valores del Evangelio en todas las áreas de nuestra vida cívica, poniendo especial atención a las áreas donde las actitudes y opiniones de la élite son formadas y expresadas – la ciencia, la política, los negocios, las artes, la filosofía, la educación superior, el entretenimiento popular, los medios.

La importancia de Estados Unidos

El Beato Juan Pablo visitó prácticamente todas las regiones de Estados Unidos. Millones de estadounidenses le escucharon hablar. Yo he tenido la bendición de ejercer mi ministerio en 3 ciudades que visitó: Denver, San Antonio, y ahora Los Ángeles.

Él veía a los estadounidenses como un pueblo cuyo estilo de vida tenía hondas raíces en los valores morales y espirituales; veía una profunda inspiración cristiana en nuestros documentos fundacionales, especialmente en la Declaración de la Independencia, con su visión de que los derechos humanos son inalienables, y nos fueron dados por el Creador.

Pero a lo largo de los años fue creciendo su preocupación de que nuestro sentido de las verdades morales y la Santidad se estaba desmoronando.

En su última visita a este país, en St. Louis en 1999, nos hizo un llamado a la conciencia:

América se enfrenta ante… tiempos de prueba. Actualmente existe un conflicto entre una cultura que afirma, protege y celebra el don de la vida, y otra que trata de excluir de la protección legal a grupos enteros de seres humanos, como los no-nacidos, los enfermos terminales, los discapacitados, y otros considerados “inútiles”.

Por causa de la gravedad de las cuestiones implicadas, y debido al gran impacto que este país tiene sobre el resto del mundo, la conclusión de este nuevo tiempo de prueba tendrá consecuencias profundas para el siglo cuyo umbral estamos por cruzar.

La misión de Los Ángeles

El Beato Juan Pablo honró la Arquidiócesis de Los Ángeles con una visita pastoral el 15 y 16 de septiembre de 1987. Fue recibido por el entonces Arzobispo Rogelio Mahony y el retirado Cardenal Timothy Manning.

Durante esa visita nos dio una desafiante visión y misión para nuestra Iglesia local.

Nos dijo que vivimos en una “gran metrópolis”, una gran ciudad del mundo. Lo que quiere decir que tenemos algunos deberes y obligaciones especiales.

Los Ángeles es un lugar de encuentro para las religiones y nacionalidades mundiales, tenemos que ser gente de diálogo y proclamación; gente que busca ser instrumentos de la paz y que promueve el bien de toda la familia humana.

Los Ángeles tiene tanta influencia en la formación de la cultura, las modas, y las opiniones para nuestro país y para el resto del mundo, debemos ser un pueblo que proclama una visión noble del ser humano. Una visión que promueve lo que es bello y verdadero.

Nos advirtió que nuestra cultura se está volviendo cada vez más secularizada. Nos advirtió que el mensaje de salvación del Evangelio es sólo uno de muchos en “un mundo lleno de ideologías que compiten entre sí, y de tantas promesas falsas y vacías”.

Nos exhortó a resistir el atractivo de “una mentalidad consumista y en búsqueda de placer”. Nos llamó a luchar contra una cultura “donde la utilidad, la productividad y el hedonismo son exaltados, mientras Dios y sus leyes son olvidados”.

El Beato Juan Pablo nos recordó que debemos encontrarnos con nuestra identidad y misión en los orígenes misioneros e inmigrantes de Los Ángeles: en la gran Evangelización de Fray Junípero Serra y las misiones del Camino Real.

Nos dijo que nuestra Iglesia está llamada a ser un ícono de lo que Dios quiere que su Iglesia Católica sea: una Iglesia de muchos colores, familias, razas y lenguas, todos unidos como una familia de Dios.

Trazó este hermoso retrato de nuestra Iglesia:

Hoy en la Iglesia en Los Ángeles, Cristo es anglo e hispano. Cristo es chino y afroamericano. Cristo es vietnamita e irlandés. Cristo es coreano e italiano. Cristo es japonés y filipino. Cristo es americano nativo, croata, samoano, y de muchos otros grupos étnicos.

En esta Iglesia local, el Cristo resucitado, el Señor y Salvador, está vivo en cada persona que ha aceptado la Palabra de Dios y ha sido lavada en las aguas salvadoras del Bautismo. Y la Iglesia, con todos sus diferentes miembros, permanece siendo el Cuerpo de Cristo, profesando la misma fe, unida en la esperanza y el amor.

Rezo para que la Beatificación de Juan Pablo II sea una fuente de renovación interior para la Arquidiócesis de Los Ángeles, mientras nos preparamos para el 25 aniversario de esta visita histórica en 2012.

En señal de gratitud por su Beatificación, comprometámonos a la nueva Evangelización de nuestra ciudad y nuestra cultura. Construyamos una cultura de la vida y una ciudad de caridad y verdad.

A través de nuestro testimonio de la Resurrección, construyamos un nuevo Camino Real, un nuevo camino de amor sobre el cual podemos caminar con nuestros hermanos y hermanas, en amistad con nuestro Señor resucitado.

Evangelio para un nuevo milenio

El Beato Juan Pablo nos dejó un legado espiritual e intelectual muy rico del cual sacar recursos en nuestros esfuerzos de Evangelización.

Por ejemplo, su “teología del cuerpo” es un mensaje profético para nuestra sociedad, que está tan confundida acerca de cuestiones sexuales y del matrimonio.

En una época de globalización, hizo una gran contribución a la búsqueda de solidaridad y paz al insistir que la libertad religiosa y la santidad de la vida deben ser los fundamentos para todos los otros derechos y libertades.

En el momento presente aquí en California y alrededor del mundo, sus enseñanzas sobre el debido rol del gobierno en la economía política y su crítica al “estado de asistencia social” parecen no solamente oportunas, sino urgentes.

El Beato Juan Pablo sabía que en un mundo multicultural, la religión podría convertirse en fuente de conflicto y aún de violencia. Percibió muy temprano que este siglo estaría marcado por el surgimiento mortal de fundamentalismos religiosos y terror en nombre de la religión.

Trabajó arduamente en la promoción de la paz y el entendimiento; en construir amistades y respeto mutuo con otros cristianos y con creyentes de otras fes. Tuvo un amor particular por el pueblo judío.

En esto también, nos dejó un ejemplo a seguir.

Nos dio una alegre y poderosa visión de la Iglesia enraizada en la Eucaristía y en las enseñanzas del Concilio Vaticano Segundo (1963-1965). Fue el verdadero intérprete del Concilio. El gran monumento a su trabajo de renovación siempre será el Catecismo de la Iglesia Católica (1994), a cual describió como una “sinfonía de fe.”

Su meta era la de reorientar a la Iglesia hacia su identidad misionera.

El único propósito de la Iglesia en todos los tiempos – pero especialmente en nuestro tiempo – es el de “dirigir la mirada del hombre, dirigir la conciencia y la experiencia de la humanidad entera hacia el misterio de Cristo”, escribió en su primera encíclica, Redemptor Hominis (1979).

Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar esta visión misionera.

Encontrando la fuente

En su último libro de poemas, Tríptico Romano (2003), el Beato Juan Pablo escribió:

Si deseas encontrar la fuente,
Debes ir hacia arriba, contra corriente,
Atraviesa, busca, no ceses…

El Beato Juan Pablo nos enseñó a buscar la fuente de nuestras vidas en Jesucristo. Nos enseñó a ir contra todas las corrientes de nuestra cultura, de cinismo, indiferencia, y lejanía de Dios. Nos enseñó a romper todas las líneas de resistencia en nuestros corazones y en nuestra sociedad – a buscar las cosas de arriba, a buscar el rostro de Dios.

Él fue adelante de nosotros para mostrarnos el camino, para mostrarnos cómo seguir a Cristo.

Citó al gran poeta Polaco Cyprian Norwid: “No con la cruz del Salvador detrás de ti, pero con tu propia cruz detrás del Salvador”.

Estas palabras, nos dijo, “expresan el fin último de la vida cristiana”.

Él no predicó nada que no practicara. Esto es muy importante recordar.

El Papa Juan Pablo ha sido beatificado, no por sus logros en la Iglesia o en el escenario mundial. Ha sido beatificado porque cooperó con la gracia de Dios y vivió una Vida Santa.

Propuso con nueva vitalidad la antigua enseñanza del Evangelio: que Dios desea nuestra Santificación; que cada uno de nosotros está llamado a ser Santo; que con su gracia podemos imitar a Cristo y ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto.

“Los caminos de la Santidad son muchos, de acuerdo con la vocación de cada individuo,” dijo.

Nos mostró que cada uno de nosotros debe esforzarse por esta Santidad, este amor puro hacia Dios y el prójimo, en todo lo que hacemos: en el trabajo o en la escuela; en nuestros hogares; y en todas nuestras acciones en sociedad y en la arena política.

Aún en sus años finales, cuando su salud ya había empeorado, siguió enseñándonos lo que significa cargar nuestra cruz detrás de Cristo. Nos mostró el poder redentor del sufrimiento acogido por amor a Dios y por amor a los demás.

Al centro de su testimonio estaba la Eucaristía.

“Nada tiene más sentido o me llena más de alegría que celebrar la Misa diariamente”, dijo a los jóvenes en Los Ángeles en 1987.

Él vivió el misterio que celebraba todos los días con alegría. Y también nos enseñó cómo vivir de la misma manera: nos dio una hermosa visión, la de amar como Cristo ama, la de hacer de nuestras vidas un don que ofrecemos a Dios y a nuestros hermanos y hermanas.

Una vez más, estas ideas son tan antiguas como el Evangelio.

Pero el Beato Juan Pablo tenía una manera de hacernos ver todas las cosas como nuevas.

En la conclusión de su Homilía en el Dodger Stadium en 1987, el Beato Juan Pablo hizo un acto especial de confiar nuestra ciudad y nuestro país a la intercesión de nuestra Madre Santísima.

Renovemos ese acto de amor a María. Confiemos a su cuidado todas las resoluciones que hagamos hoy, de seguir a su Hijo con una devoción renovada.

Que esta ciudad nombrada en honor a Nuestra Señora de los Ángeles sea un lugar donde los hombres y las mujeres se esfuercen con nuevo ardor para alcanzar la Santidad. Y que ella nos ayude a seguir al Beato Juan Pablo en esta gran aventura de la Vida Cristiana, mientras buscamos el plan de su Hijo para nuestras vidas y para nuestro mundo.VN

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