RECORDANDO A CÉSAR CHÁVEZ

Por el Monseñor JOSÉ H. GOMEZ Arzobispo de Los Angeles

Esta semana nos unimos a nuestros hermanos californianos para honrar el legado de César Chávez, a quien celebramos el 31 de marzo.

El César Chávez que recordamos no fue solamente un líder trabajador que ayudó a mejorar la vida de millones de trabajadores agrícolas. Esto es totalmente cierto. Y agradecemos por su heroica defensa de la dignidad humana.

Pero al mismo tiempo, recordamos que él fue un católico mexicoamericano que dio testimonio de Cristo; fue un modelo de ciudadano fiel y trabajó por la justicia social.

Yo nunca tuve el honor de encontrarme con César Chávez, pero muchos que trabajaron con él creen que fue un santo.

Y su vida tiene una cualidad icónica y una espiritualidad heroica que me recuerda la vida de los santos. Hay algo verdaderamente americano sobre su historia.

Nacido el 31 de marzo de 1927, en Yuma, Arizona, su familia perdió sus tierras durante la Gran Depresión y todos fueron obligados a convertirse en trabajadores agrícolas migrantes.

A los 11 años, Chávez y su familia trabajaban tiempo completo en los campos de California, donde sufrieron racismo, pobreza y condiciones brutales. Esos años le dejaron profundamente marcado. Y por eso desde muy joven hizo la promesa de trabajar para cambiar el sistema que “trata a los trabajadores agrícolas… como si no fueran seres humanos importantes”.

Chávez no recibió educación formal más allá del octavo grado. Pero tenía sed de conocimiento y hambre de Dios. Él aprendió por sí mismo economía, filosofía e historia; estudió sobre San Francisco de Asís, sobre el Reverendo Martin Luther King Jr. y Mohandas Gandhi.

Todo esto alimentó la fundación de la Unión de Trabajadores Agrícolas.

Sin embargo, el enfoque de su visión era profundamente católico.

De su madre aprendió las oraciones y devociones populares mexicanas; buenos sacerdotes lo instruyeron en las Encíclicas de los Papas y en la rica tradición de la doctrina social católica.

Durante toda su vida, iba a Misa casi diariamente y también pasaba una hora diaria en oración; eligió vivir en una pobreza voluntaria, y practicaba lo que predicaba: la alegría sencilla de servir a sus hermanos y hermanas en el amor cristiano.

Su vida y su trabajo fueron encargados a la protección de Nuestra Señora de Guadalupe, y todas sus iniciativas principales comenzaban con la celebración de la Eucaristía.

Cuando leo sus palabras y los relatos de su vida, veo a un hombre que tenía a Jesucristo como modelo de su vida. Su compromiso total con la no-violencia estaba arraigado en el espíritu de las bienaventuranzas.

Chávez predicaba el Evangelio con sus palabras y acciones. En todo, declaraba que la vida es sagrada y que las personas humanas tienen la dignidad de hijos de Dios que nadie puede quitarles.

Todavía me conmueven sus palabras en el funeral de los 19 trabajadores agrícolas muertos en un accidente de autobús:

“Ellos son importantes por el amor que dieron a sus esposos, hijos, esposas, padres; a todos los que estaban cerca de ellos y que los necesitaban… Ellos son importantes por el trabajo que hacen… Son importantes porque Dios los creó, les dio vida, y cuida de ellos en la vida y en la muerte”.

César Chávez luchaba no solamente por la justicia social, sino también por la santidad de los santos.

Nosotros también debemos luchar por lo mismo.

Su testimonio nos recuerda que nunca podemos separar nuestro trabajo de la construcción de una mejor sociedad, a partir de los valores del Evangelio y de las enseñanzas de la Iglesia.

Jesús dijo que Él era la vid y nosotros los sarmientos. César Chávez conocía esta poderosa verdad. Él sabía que sin Cristo y su Iglesia no podía hacer nada, pero que si permanecía en la fe, su trabajo daría mucho fruto (Juan 15,5).

Esta es una buena lección. Necesitamos mantener siempre nuestro testimonio como ciudadanos arraigados en Cristo y en la misión de salvación de la Iglesia.

César Chávez escribió una hermosa oración que incluía estas líneas:

Libérame para orar por otros,
Pues Tú estás presente en cada persona.
Ayúdame a ser responsable de mi vida.
Para que al final yo pueda ser libre.
Concédeme el valor para servir a otros,
Porque en el servicio está la verdadera vida…
Deja que el Espíritu florezca y crezca;
De manera que nunca nos cansemos de la lucha…
Ayúdanos a amar aun aquéllos que nos odian;
Para que podamos cambiar el mundo. Amén.

Hagamos nuestra esta oración al orar unos por otros esta semana. Y en tributo a su legado, tratemos de ofrecer algún sacrificio de Cuaresma por todos los que viven bajo condiciones en las cuales su dignidad no es respetada.

Pido de manera especial esta semana la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe por ustedes y sus familias. VN

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