OBISPO, EL SUCESOR DE LOS APÓSTOLES

Desde el primer siglo que registra la humanidad, hasta el día de hoy, su función principal en la Iglesia es compartir la paternidad de Dios

Por MIKE AQUILINA

No era la primera vez que Basilio había enfurecido al gobernador.

Modesto favoreció la herejía conocida como el Arrianismo, que negaba que Jesús era verdaderamente Dios. Y, como gobernador de Cesarea, Modesto sabía que tenía a su favor, el poder de emperador.

Trató de ganarle a Basilio a través de amenazas y sobornos y fracasó sistemáticamente. Basilio no tenía miedo a la confiscación, porque no era dueño de nada.

Cuando Modesto lo amenazó con el exilio, Basilio respondió que, como católico, él no pertenecía a ningún lugar y que se sentiría como en casa en cualquier lado. “Toda la tierra es de Dios”, dijo. Enfurecido, el gobernador le dijo: “¡Nunca me han hablado con tanta libertad!”.

A lo que Basilio respondió: “Tal vez eso es porque nunca has conocido a un obispo”. ¿Qué era un obispo en el siglo IV, cuando Basilio sirvió en Cesarea? Lo mismo que es un obispo en el siglo I o en el 21 – un sucesor de los apóstoles, el pastor de una Iglesia particular de la cual él es responsable. Mientras ha existido una Iglesia de Jesucristo, ha habido obispos. Cuando Jesús ascendió al Cielo, los apóstoles de inmediato se reunieron para llenar la vacante dejada por el suicidio de Judas.

San Pedro dijo: “Que otro ocupe su cargo” (Hechos 1:20). La palabra griega traducida como “oficio” es episkopen, que es la raíz de “obispo” en inglés. Para aquellos que han tenido éxito en el oficio de los apóstoles, la Iglesia siempre ha utilizado el término obispo.

De hecho, los propios apóstoles se nombraron obispos cuando fundaron una Iglesia. San Pablo abre su carta a los filipenses con un saludo a los obispos y diáconos de allí. Sus cartas a Timoteo y Tito (las llamadas epístolas pastorales) son en gran parte los manuales de instrucciones sobre cómo ser un obispo. El apóstol describe el trabajo del obispo como “una tarea noble” (1 Timoteo 3: 1).

Un obispo es “un servidor de Dios… un amante de la bondad, prudente, justo, santo y dueño de sí mismo, reteniendo la palabra fiel que es conforme a la enseñanza, para que sea capaz también de exhortar con resonante doctrina y refutar a los opositores” (Tito 1 : 7-9).

Hay que tener en cuenta que el obispo es un “servidor”, un cuidador. Él no tiene ninguna autoridad ni poder propios. Todo lo que tiene le pertenece verdaderamente a Dios. Él ha recibido este don a través del rito de la ordenación. San Pablo instó a Timoteo a “reavivar el don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (2 Timoteo 1: 6).

Lo que comenzó con el Nuevo Testamento se confirma en cada futura generación. Dondequiera que el cristianismo se extienda, hubo obispos. San Clemente de Roma – quien fue discípulo de los apóstoles Pedro y Pablo – explicó la razón de la tradición de la sucesión de la Iglesia. Él escribió:

“Nuestros apóstoles sabían, a través de nuestro Señor Jesucristo, que no habría conflictos a causa del oficio de obispo. Por esta razón, ya que a ellos se les había dado un perfecto conocimiento previo de esto, los nombraron sucesores … y después les dieron instrucciones de que cuando los hombres debieran conciliar el sueño, otros hombres aprobados les sucedieran en su ministerio”. Él escribió esas palabras quizás tan temprano como en el año 67 DC y seguramente no más tarde que en el 97. Ya el principio ocupaba firmemente su lugar.

Escribiendo en el año 107 DC, San Ignacio de Antioquía comprendió que cada iglesia local tiene su propio obispo que sirve como vicario de Dios. Ignacio le dijo a los cristianos de Magnesia: “Tengan cuidado de hacer todas las cosas en armonía con Dios, con el obispo que lidere en el lugar de Dios”. En aquellas primeras generaciones después de los apóstoles, el lugar del obispo estaba claro.

Él era la cara pública de la Iglesia y el punto de referencia objetivo. Como Ignacio le dijo a los fieles de Esmirna: “Donde sea que el obispo aparezca, allí acude el pueblo; en cualquier lugar que esté Jesucristo, allí está la Iglesia Católica. No es lícito bautizar o dar la comunión sin el consentimiento del obispo. Por otra parte, lo que sea que tenga su aprobación complace a Dios”. Como la cara pública del cristianismo, los obispos eran siempre vulnerables. Ser cristiano era ilegal en el mundo romano a partir de mediados del primer siglo hasta el comienzo del cuarto.

La mayoría de los cristianos podían pasar desapercibidos entre la multitud y sobrevivir a las purgas de paso; pero no los obispos. Eran bien conocidos y muchos de ellos sufrieron por su fe y muchos murieron como mártires. Algunas persecuciones romanas estaban dirigidas especialmente sólo al clero y sobre todo a los obispos. Los primeros cinco santos mencionados en nuestra Primera Plegaria Eucarística eran obispos de Roma, y ​​el siguiente nombre mencionado es San Cipriano, obispo de Cartago. Ponerse las vestiduras de obispo era convertirse en blanco de persecución.

Podemos ver entonces, el atrevimiento con el que San Basilio le habló al nuevo gobernador Modesto. El trabajo de obispo exigía fortaleza en esos días, como aún lo requiere en la actualidad.

San Ireneo de Lyon fue obispo, mártir y el primer teólogo sistemático. Él vivió en el siglo II y había sido bautizado por el obispo mártir Policarpo, quien había sido discípulo del Apóstol Juan. Para él el oficio de obispo era la marca de una verdadera congregación cristiana. En su tiempo ya había muchos que clamaban ser maestros cristianos y algunos de ellos predicaban un extraño Evangelio.

Pero Ireneo le aconsejó a los cristianos seguir sólo a los obispos católicos – a aquellos que pudieran rastrear su linaje hasta los apóstoles. Cien años más tarde, el historiador de la Iglesia Eusebio (también un obispo) apostó al mismo reclamo. En sus crónicas, él dijo que consideraría como auténticas iglesias solamente aquellas que trazan “las líneas de sucesión de los santos apóstoles”.

Quería demostrar que la fe católica “no es moderno o extraña, sino.. primitiva, única y verdadera”, y la doctrina de los obispos le dio esa seguridad. Los obispos eran los maestros. Eran las autoridades. Eran jueces. Pero todos estos papeles eran secundarios. Su papel principal en la Iglesia era paternal. Eran padres que, como todos los padres terrenales, compartieron la propia paternidad de Dios.

Desde los primeros tiempos, muchos cristianos mantuvieron la costumbre de dirigirse a su obispo con el nombre que los niños usan para nombrar a su padre. En Egipto y en Roma fue “papá”. Con el tiempo esa palabra se transformó en un término técnico, Papa, con un significado religioso distinto. Pero lo mejor de aquellos que cumplían el oficio fue nunca olvidar su identidad más profunda. Como dijo San Juan XXIII: “Papa realmente es sólo papá”. Cada obispo está llamado a ser un buen padre, y “realmente” eso es todo. Están a cargo de enseñar, dirigir, santificar, proteger, defender y mantener a la familia de Dios en la Tierra.

Ellos tienen que liderar. Tienen que tomar riesgos. Tienen que modelar el mejor comportamiento, porque todos – paganos y cristianos por igual – esperan que los obispos encarnen los ideales de Jesucristo.

Si el Evangelio es verdadero, debe brillar en la vida del obispo. Cuando falla un obispo, los que desprecian al cristianismo sienten que están reivindicados en su odio. Algunos han fracasado espectacularmente, pero relativamente han sido pocos – muy pocos.

Si eso le sorprende, tal vez eso es porque nunca ha conocido a un obispo. Debemos rezar siempre por los obispos que Dios nos ha dado. La Misa nos enseña: “Señor, acuérdate de tu Iglesia… haznos crecer en el amor, junto con nuestros obispos”. VN

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