NUESTRA JORNADA EN EL DESIERTO DE CUARESMA

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ Arzobispo de Los Ángeles

16 feb. 2012

Nuestra vida cristiana es una peregrinación de fe.

Se trata del seguimiento de Jesucristo a través del desierto, de su mundo a la tierra prometida del Reino de los Cielos. Se trata de ir dondequiera que nuestro Padre nos llame y dondequiera que su Espíritu nos conduzca. Aún a lugares en donde nunca hubiéramos esperado encontrarnos.

La Cuaresma nos recuerda que siempre necesitamos crecer en virtud y santidad, de modo que tengamos la fortaleza que necesitamos a lo largo del camino de nuestra peregrinación.

Por esto comenzamos cada Cuaresma reviviendo la propia jornada de Jesús en el desierto. Es importante recordar que el Espíritu condujo a Jesús al desierto inmediatamente después de que fue bautizado en el río Jordán. Esto debería decirnos algo sobre el patrón de nuestras propias vidas, sobre nuestra propia jornada espiritual como hijos de Dios.

Recuerden que en el bautismo de Jesús, el Espíritu descendió y la voz del Padre declaró: “Este es mi Hijo amado”.

Esto es lo que acontece en cada Bautismo. Somos ungidos con el Espíritu y hechos hijos e hijas de Dios. Después de eso, somos enviados al desierto de nuestro mundo, igual que Jesús, para servir a nuestro Padre; para ser sus hijos santos; para contar a otros que Dios está vivo y que su amor es real.

El hermoso mensaje de Cuaresma es que nosotros nunca estamos solos en el desierto de nuestra jornada de fe. Todo lo que enfrentamos en nuestra vida, Jesús lo ha enfrentado antes que nosotros.

Los Evangelios nos revelan esto en muchas pequeñas escenas. Nosotros aprendemos que Jesús ha compartido todas nuestras humanas alegrías y satisfacciones. Las alegrías de la vida de familia y la amistad. Las alegrías de la oración, el culto y las relaciones con Dios. Las satisfacciones del duro trabajo bien hecho.

La Cuaresma nos recuerda que Jesús también conoció nuestros tiempos difíciles y todas las asperezas de la condición humana. En el desierto, Jesús compartió nuestras tentaciones y pruebas. Él fue tentado para dudar de las promesas de Dios. Él fue tentado para perder la confianza de que Dios está a cargo de la creación y que él tiene un plan para nuestras vidas y nuestro mundo.

Las disciplinas tradicionales de Cuaresma –el ayuno, la limosna y la oración- son medios para unirnos más estrechamente a Jesús.

En nuestra liturgia de Cuaresma oramos: “Padre…tu quieres que nuestra propia negación te de gracias, humille nuestro orgullo pecaminoso, contribuya a la alimentación de los pobres y así nos ayude a imitarte en tu amabilidad”.

Los hijos aprenden imitando a sus padres. Y en nuestra vida cristiana, aprendemos a imitar a nuestro Padre imitando a su único Hijo engendrado. Jesús nos muestra el rostro de nuestro Padre y Jesús nos muestra el camino para vivir como hijos e hijas santos de Dios.

Como todos sabemos, a menudo podemos convertirnos en nuestros propios peores enemigos. Podemos ser egoístas y centrarnos en nosotros mismos. Podemos hablar demasiado, y también comer y beber de más. Podemos gastar mucho tiempo buscando comodidad y diversión. Podemos estar demasiado atados a las cosas. Algunas veces, hasta podemos quedar cautivos de nuestros propios deseos.

A través del ayuno, la limosna y la oración, encontramos un camino para romper todas las prisiones que hacemos para nosotros mismos. Por su gracia, aprendemos a negarnos a nosotros mismos y nuestras necesidades. Y encontramos que podemos abrir nuestros corazones a Dios y abrir nuestras manos para dar a nuestros prójimos en necesidad.

A través de esas disciplinas de Cuaresma, aprendemos a vivir las verdades que Jesús nos enseñó. Pedimos a nuestro Padre pan, confiados que Él nos lo dará. Llamamos a la puerta del Cielo con nuestras oraciones, sabiendo que Él nos abrirá. Damos al más pequeño de nuestros hermanos y hermanas, sabiendo que el amor que les mostremos a ellos, Jesús nos lo mostrará.

Los Evangelios nos dicen que cuando Jesús estaba en el desierto, la Palabra de Dios fue su pan, y los ángeles vinieron y le sirvieron. Esas son hermosas imágenes que nos recuerdan nuestra vida en su Iglesia Católica.

Al hacer nuestro camino de peregrinos a través del desierto de este mundo, Jesús está con nosotros siempre en su Iglesia. Él nos da nuestro pan diario, en la Palabra que viene de la boca de Dios; en el Pan de los Ángeles que recibimos en la Sagrada Eucaristía. Él nos perdona nuestros pecados en el sacramento de la Reconciliación.

Así que al comenzar nuestra jornada a través del desierto de Cuaresma el Miércoles de Ceniza, oremos unos por otros.

Y pidamos a nuestra Santísima Madre María que haga de esta temporada para todos nosotros, un hermoso tiempo de penitencia, purificación y conversión, mientras buscamos imitar a su Hijo.

Si desea seguir al Arzobispo Gomez en su sitio de la red social de Facebook, conéctese a: www.facebook.com/ArchbishopGomez

Share