MUCHO PARA PERDER…PERO SIN EMBARGO GANÓ

MUCHO PARA PERDER…PERO SIN EMBARGO GANÓ

Los ‘ángeles’ de Daniela Luna Pérez le ayudaron a que su travesía tuviera un final feliz

Por ALICIA MORANDI

Fotografía de VICTOR ALEMÁN

Algunos “ángeles de carne y hueso” se le cruzaron a Daniela Luna Pérez en un camino que recorrió desde México hasta Los Ángeles.

En esta travesía vivió momentos de peligro y desesperanza, pero su deseo de rencontrarse con su madre le animaron a seguir adelante. Hoy su historia es inspiración para otros menores que a pesar de enfrentar innumerables obstáculos, poco a poco han ido ganando sus batallas.

COMIENZA LA ODISEA

Esta joven, que acaba de cumplir 20 años, nació y se crió en Durango, y pronto hará cuatro años de su arribo a Estados Unidos.

Gracias a la abogada Linda Dakim, de la organización KIND, a Martha DeLira, traductora voluntaria de ADLA, al Obispo David O’Connell y a CEF (Fundación de Educación Católica), “y por encima de todo a Dios, que me hizo invisible para que personas malas no me vieran, pude atravesar sola la frontera para finalmente reunirme con mi mamá; asistir a una escuela católica, y obtener hace poco la residencia legal”, cuenta Daniela a VIDA NUEVA.

Al igual que a su progenitora Flor Pérez, la jovencita tuvo que escapar de la violencia que imperaba no sólo en Durango, sino también dentro de su hogar.

“La necesidad fue la que la impulsó a venirse para acá”, dice al referirse a su madre, quien fue víctima de maltrato doméstico, y con el afán de mantener a sus tres hijos emigró a Los Ángeles a trabajar para mandarles dinero.

En su pueblo Daniela asistía a una escuela secundaria destacándose como estudiante, pero el comportamiento violento de su padre y luego el abandono, la dejó sin un hogar y tuvo que ir a vivir con su abuela.

“Cuando mi mamá nos dejó a cargo de mi padre las cosas se pusieron aún más difíciles. Yo estaba en el primer año de preparatoria cuando mi papá nos abandonó, y al principio vivimos con mi abuelita, hasta que llegó alguien de servicios sociales y a cada quien nos separó con diferentes parientes. No tenía en ese momento apoyo de nadie para seguir estudiando, así que abandoné los estudios con mucha tristeza”.

Sin recursos y lejos de su madre, sintió que el mundo se le desplomaba, pero no podía quedarse de brazos cruzados.

“De mi mamá extrañaba sus abrazos y consejos. Cuando me sentía triste, necesitaba que ella me dijera: ‘No estás solas, aquí estoy yo’. Pero no estaba. También extrañaba su comida; desde que se fue me hice cargo de cocinarles a mis hermanos. Pero además de enseñarme a cocinar, mi madre me había enseñado a ser más responsable, luchadora, a no darme por vencida, a buscar nuevas puertas para abrir. Porque ella se vino a Los Ángeles para que no nos faltara nada.

“Tuve que dejar la casa de mi abuela y entonces me fui a vivir con una amiga y su mamá, que tenían un negocio de donas. Las ayudaba para sentirme útil. Una vez me cuestioné, ‘yo no quiero pasarme la vida haciendo esto. Ya no estudiaba ni tampoco mis hermanos. Y toda la vida me ha gustado el estudio. Veía a mis amigas con el uniforme y me decía como extrañaba la escuela. No teníamos apoyo de nadie”.

EN BUSCA DE MAMÁ

Con tan solo 16 años, Daniela decidió cruzar la frontera de Tijuana junto a su hermano que acababa de cumplir 15. Su hermana mayor, que hoy tiene 22, quedó en su pueblo, hasta que tiempo después lograron reunificarse.

Con el ferviente deseo de rencontrarse con su mamá, Daniela se tomó un autobús a Tijuana. “Allí la gente nos decía, ‘ahí está la frontera; nomás ahí te cruzas’, como si fuera muy fácil. Yo me crucé sola primero, caminando entre la gente que se dirigía a la línea, pero me detuvieron y metieron en un cuarto y empezaron a interrogarme con preguntas muy personales. Ahí me tuvieron como cinco horas hasta que me llevaron a un lugar que le llaman ‘la hielera’ porque el aire está helado”. Aquí los detenidos permanecen hacinados hasta que los deportan o transfieren a otros centros.

“Pasé varios días muerta de frío. Me metieron donde ponen a las familias. Había muchos con niños y algunas embarazadas, y había un baño no muy privado. Todo el mundo se veía. Hay colchonetas tiradas por todos lados. Cuando estás ahí no sabes qué hora es, ni si oscureció o amaneció, porque hay un foco de luz bien fuerte siempre prendido; no hay ventanas. Yo no sabía nada de mi hermano. A las horas me interrogó un oficial de inmigración, y me dijo: ‘Cómo sé que no vas a llegar a mi país a hacer algo malo’. Yo estaba intimidada porque te hablan demasiado fuerte. Le dije: ‘No, yo nomás quiero ver a mi mamá’. Después de esa entrevista me mandaron para México, al DIF (Desarrollo integral de la familia), un lugar donde protegen a los niños que no tienen familia en Tijuana. Ahí duré nueve días. En el DIF había un cuarto lleno de literas como con 70 muchachas. Yo dormía en el piso en una colchoneta con una cobija. Éramos demasiadas y el cuarto demasiado pequeño. A esas niñas las separaron de sus familias porque no se hacían cargo de ellas; o han sido abusadas o abandonadas. Muchas estaban traumadas”.

Mientras tanto su mamá realizaba trámites en el Consulado de Los Ángeles para que a su hija le permitieran salir. “Hizo una carta notariada para que una amiga suya fuera por mí. Dos días después que me sacaron me quedé otra vez sola en Tijuana. Me sentía sin ganas de volver a entrar de nuevo [a EE.UU.], pero no tenía forma de comunicarme con nadie y nomás tenía 200 pesos (unos 20 dólares) en el bolsillo. Lo pensé bastante hasta agarrar valor para tratar de nuevo”, cuenta Daniela.

EL RESCATE

En su segundo intento decidió entregarse en la línea fronteriza. “Les dije que no tenía a nadie. Que quería pasar para ver a mi mamá. Llegué como a las 2 de la tarde y hasta que la línea quedó vacía, nos dejaron pasar; eran como las 3 de la mañana”, recuerda. “Me revisaron y metieron de nuevo en la ‘hielera’. Estuve como un día y al fin me mandaron a un albergue en Arizona, y ahí duré bastante tiempo”.

El albergue envía los casos legales a organizaciones no lucrativas, y KIND  (Kids in Need of Defense) se hizo cargo del de Daniela. Fue entonces cuando apareció la abogada Linda Dakim, y “mi vida cambió de la mejor manera. Linda me ayudó con todo; es mi representante legal; mi ángel de la guarda”.

Hace poco se acaba de resolver su caso, y hoy día Daniela ya tiene su “green card”. Martha DeLira las acompañó en todo momento, sirviendo de intérprete y amiga, al punto que Daniela ahora la considera su “madrina”.

“Como se dice: ‘Después de tantas tormentas, siempre brilla el sol entre las nubes’”, reflexiona Daniela.  “Mi fe es demasiado fuerte. Tal vez mi mamá no estaba, pero Dios siempre me ha protegido. Venir hasta acá no es algo fácil”.

La abogada logró que le permitieran salir del centro de Arizona y la enviaran con su madre a Los Ángeles. Habían pasado como dos años que no se veían. “Mi mamá compró el boleto y la vi que me estaba esperando en el aeropuerto, y nos abrazamos y lloramos. Todo lo que guardas adentro es lo que expresas en momentos así”, dice la joven.

Desde entonces Daniela vive con su mamá y sus hermanos.

 LA COSECHA

Lo primero que hizo Daniela fue inscribirse en la Secundaria Roosevelt para finalizar la preparatoria. “Estaba como perdida en un programa para los que no hablan inglés que es básico, y me iba atrasando en las materias”. Pero al ver el talento y dedicación de la muchacha, la abogada Dakim y el Obispo O’Connell le ofrecieron la oportunidad de estudiar en Sacred Heart of Jesus High School (Sagrado Corazón de Jesús), de la Arquidiócesis de L.A.

“Desde el décimo grado, el Sagrado Corazón me cambió la vida demasiado. Las muchachas que estudian ahí son muy serviciales; me ayudaban a que entendiera mejor el idioma, me traducían lo que el maestro decía, me explicaban lo que tenía que hacer. Allí encontré otra familia. Por eso le puse mucho esfuerzo a los estudios. Me la pasaba muchas horas en casa estudiando y haciendo la tarea. Cuando no sabes el idioma te cuesta el doble de esfuerzo de alguien que lo domina. Al principio usaba mucho el traductor de Google, pero ya después mi mente se empezó a acostumbrar a escucharlo y leerlo. Todavía tengo errores de gramática pero he ido mejorando mis tácticas de escritura y lectura”.

Este 22 de mayo Daniela se graduó con honores en español, geometría y un destacado promedio (GPA). El día de su graduación Daniela lucía radiante con su toga y birrete. Su madre, desbordante de emoción y orgullo, al igual que la señora DeLira, estaban allí presente. Sabían que comenzaba una nueva etapa llena de luz para la muchachita.

“Mis planes son seguir preparándome”, dice. Ya la aceptaron en Loyola Marymount University en un programa especial para la primera generación de estudiantes universitarios. Éste requiere completar dos semestres en el Colegio Comunitario del Este de Los Ángeles. “Si gano un GPA de 3.75 califico para una beca. El resto puedo solicitar préstamos. Me interesa estudiar algo que tenga que ver con medicina o ingeniería”, dice la joven con determinación.

Como lo expresa DeLira, “Dios ha puesto muchos ángeles en el camino de Daniela. Los conocimientos de la abogada Linda y del obispo le permitieron obtener la beca para asistir al Sagrado Corazón de Jesús. Y lo bueno es que supo aprovechar esa oportunidad. Dios le dio una buena inteligencia y la está usando, y por eso la admiro y le doy palabras de aliento. Ella es una guerrera para mí”.

Desde su salida del Centro de detención de Arizona, Dakim luchó para que Daniela obtuviera su residencia permanente, y lo consiguió pocas semanas antes de la graduación. En tanto que DeLira acompañó a la abogada y a su joven clienta a las entrevistas ante las autoridades de migración. “La abogada usó sus conocimientos y yo mis oraciones. Recé todo el tiempo a su lado”, comenta DeLira con una sonrisa.

Daniela considera a Martha como uno de sus ángeles, al igual que al Obispo David O’Connor y a la abogada Linda, “que siempre digo que ha sido mi enseñanza principal. No sólo me sacó la residencia permanente, también me ayudó con mi educación, y me compró mi uniforme y anillo de graduación”, expresa con agradecimiento.

LA ENSEÑANZA

“Yo sé que no fue la mejor experiencia haber cruzado la frontera, pero creo que estaba destinada a tomar ese viaje para conocer a muchos ángeles que me han ayudado a superar todo”, dice Daniela. “Muchas veces sentí miedo y soledad, y es muy feo sentirse así. Mi fe en Dios me ayudó a seguir adelante, a quitarme los pensamientos malos”.

Comenta que su graduación fue la compensación de todo esto.

“Cuando me graduaba me sentía muy orgullosa porque quedaron atrás los momentos en que me decía ‘no puedo seguir, no me siento capaz’. Pero valió la pena todo el esfuerzo que puse en la escuela. Las muchas horas de estudio, las desveladas…

“La enseñanza que me dejó estar lejos de mi familia ha sido de que no debo darme por vencida y aprovechar cada oportunidad que Dios pone a mi vida y nunca alejarme de Su camino. Estar en la escuela católica ha vuelto mi fe más fuerte y también mi relación con Dios”.

En cuanto a las personas que le hicieron daño, Daniela confiesa que no guarda ningún resentimiento. “Si lo guardara no sería feliz. Yo sólo sé que Dios me dio un corazón muy grande como para no guardar rencor, ni siquiera a mi papá; ni siquiera a los que me han hecho burlas, o a los que me detuvieron tanto tiempo.

“Quiero decirle a todos los que pasaron por lo que yo pasé, que trabajen duro en cumplir sus sueños. Que se preparen para el futuro, aunque les digan que no son capaces, hay algo grande esperándolos. Nada es imposible con fe, esperanza y valentía. Y confiar que Dios pone todo lo bueno en tu camino y lo malo te lo va a ir quitando”, concluye Daniela. VN

 ‘KIDS IN NEED OF DEFENSE’ (KIND)

Esta organización no lucrativa brinda en Estados Unidos asesoría legal a menores refugiados e inmigrantes no acompañados. Se esfuerza por garantizar que no se presenten ante el Tribunal de inmigración sin representación. Más información: (213) 274-0170; www.supportkind.org

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