MILES CELEBRAN CON UNA MISA LA BEATIFICACIÓN DEL ARZOBISPO ÓSCAR ROMERO

El Arzobispo José Gomez, sacerdotes salvadoreños, líderes diplomáticos e invitados especiales se unieron a más de 3 mil personas de todas las edades en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, en una misa especial para celebrar la próxima beatificación de Monseñor Óscar Romero, el amado Arzobispo salvadoreño asesinado hace 35 años.

Monseñor Romero, quien se desempeñó como Arzobispo de San Salvador desde 1977 hasta su prematura muerte en 1980, será beatificado en una ceremonia en San Salvador el próximo 23 de mayo, dando un paso más hacia la santidad. Siendo un comprometido defensor de los pobres y de los derechos humanos durante la Guerra Civil de El Salvador, fue asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba misa en una capilla de un hospital.

Monseñor Benigno Rodríguez, un sacerdote jubilado que trabajó en estrecha colaboración con el Arzobispo Romero en El Salvador, junto a otros sacerdotes salvadoreños, concelebraron la Misa con el Arzobispo Gomez. Entre los asistentes se hallaban los cónsules generales de El Salvador, Perú, Belice, Chile y Guatemala; el alcalde de Bellflower; y representantes del Fondo Salvadoreño Americano de Liderazgo y Educación (SALEF), Centro de Recursos para Centroamericanos (CARECEN), y de la Clínica Romero.

Monseñor Rodríguez -ex pastor de la Iglesia Presentación de María, en Los Ángeles- conoció a Monseñor Romero en 1966. En esa ocasión, siendo un joven sacerdote, Romero presentó una serie de retiros espirituales a Monseñor Rodríguez y a sacerdotes de su diócesis. Con los años fueron conociéndose bien, en un principio en una relación de mentor y discípulo, compartiendo charlas y comidas, y más tarde como compañeros sacerdotes y grandes amigos.

“Hubo un afecto especial que fue creciendo”, dijo. “Siempre buscábamos su consejo y guía espiritual… y a pesar de ser una persona muy ocupada, siempre [Monseñor Romero] hizo tiempo para nosotros y extendernos su mano cada vez que podía”.

Según Monseñor Rodríguez, él admiraba a Monseñor Romero como un modelo a seguir, especialmente por su carácter humilde y prioridades pastorales, porque rechazó propiedades y otras ofrendas monetarias que le ofrecían con regularidad (en particular después de ser nombrado Arzobispo), con el fin de “vivir auténticamente una vida en la pobreza”.

“Cuando lo mataron nos afectó profundamente; era como perder a un padre”, recordó. “Monseñor Romero se había ganado el corazón no sólo de nosotros, los sacerdotes que tratábamos de seguir su ejemplo, sino del pueblo de El Salvador, y más tarde del mundo”.

Ana Grande, sobrina del fallecido padre jesuita Rutilio Grande, quien fue el primer mártir salvadoreño de la Guerra Civil, y a la vez era un buen amigo y confesor de Monseñor Romero, describió esta misa en la Catedral angelina como “solemne e histórica”.

“Mientras que como comunidad lo hemos recordado durante 35 años, esta es la primera vez que celebramos su legado en la Catedral”, dijo Bravo, de la Universidad de Mount St. Mary y directora de proyectos comunitarios de la Clínica Romero. “Se necesita coraje y fe para vivir la vida basada en las enseñanzas del Evangelio. Monseñor Romero fue un alma valiente, cuyo amor por los marginados, los oprimidos – su gente – le llevó a ofrecer el último sacrificio: su vida”.

Así como su legado sirve de inspiración para las generaciones actuales y futuras, el mismo Monseñor Romero fue motivado por la vida y muerte del Padre Grande, dijo. A pesar de varios reclamos y críticas realizados en los últimos años por la oposición, el trabajo de ambos sacerdotes, explicó Grande, “fue arraigado en la fe, no en la política”. VN

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