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MADRE SIN FRONTERAS: TUMBANDO LOS MUROS DE INJUSTICIA

Homilía del Obispo Gabino Zavala durante la Celebración de Nuestra Señora de Guadalupe

Carlos Fuentes alguna vez dijo de nuestro pueblo: “Uno quizás puede decidir ya no ser cristiano, pero uno no puede ser mexicano si no cree en la Virgen de Guadalupe”. Nosotros estamos aquí porque creemos, mexicanos o no mexicanos, en Nuestra Señora de Guadalupe. Hemos transcendido algunas fronteras y nos hemos unido para celebrar nuestra fe en la Morenita, la Patrona de las América y el don de Dios al Pueblo indígena de México y a todo el mundo.

El descubrimiento del Nuevo Mundo trajo consigo soldados y sacerdotes, ambos con el deseo de imponer sus maneras a aquéllos con quienes se encontraban, el imperio Español y el Reino de Dios, la fe Cristiana. Estos conquistadores establecieron fronteras, imponieron límites, encerraron y determinaron las costumbres de los pueblos con que se encontraron. Al hacer esto crearon fronteras. Lo hicieron a base de explotación, opresión, esclavitud y la imposición de crueldades que aseguraban sumisión. Su propósito fue de controlar para poder sacar ganancia, fortaleciendo la economía de España, asegurando su prestigio y poder en el mundo, reforzando las riquezas personales de sus ciudadanos y acumulando conversos para la Iglesia. Hicieron todo esto sin tomar en cuenta la cultura y los dones de los pueblos indígenas que encontraron o el mejor uso de los recursos de la tierra.

María supero estas fronteras en su apariencia a Juan Diego en el cerro del Tepeyac. Juan Diego no era persona de riquezas, poder, prestigio o influencia. Era un pobre indio Azteca, un converso a la fe cristiana. Sin embargo fue el recipiente del amor materno de Nuestra Señora, un amor que refleja el mismo hesed de Dios, el amor constante, fiel y comprensivo de Dios por cada uno de sus hijos e hijas. Este amor de madre no se puede medir, no pone fronteras, es sin condiciones. Este amor viene con una capacidad infinita de afecto y apoyo, un inexhaustible cuidado e interés, misericordia y compasión sin límites, energía ilimitada por lo bueno, recto y justo. Este amor llama y saca y sustenta lo mejor de una persona. Este fue la experiencia que Juan “el más pequeño de sus hijos” tuvo de la Morenita y esta es nuestra herencia, de edad a edad, a todos nuestros descendientes para siempre como aquéllos que creen y tienen fe en el amor de Nuestra Señora por su pueblo.

María tenía el deseo que Juan Diego la conociera como su madre y la Madre de Dios, el Dios que da vida y cuida de la creación. Nosotros también, como Nuestra Señora, debemos ser personas que tienen un amor por Dios y el pueblo de Dios y su creación sin fronteras, sin condiciones y sin fin. Nosotros también como Juan Diego debemos responder a su petición, de construir su templo, una iglesia no definida o encerrada por ladrillo y mortero, pero una Iglesia que es una comunidad, un pueblo que refleja el amor sin fronteras de María, el Hesed de Dios. Dentro de esta comunidad, este pueblo o nación, en esta Iglesia todos serán bienvenidos; todos encontrarán su casa. La persona que sinceramente invoca a Nuestra Señora de Guadalupe conocerá el Corazón de su Madre, su cuidado, compasión, su consuelo. Eso quiere decir que primero tenemos que identificar los muros que nos separan y superando esas barreras que nos impiden conocernos como hijos e hijas del único Dios verdadero.

En nuestro Evangelio de hoy tenemos el testimonio de Nuestra Señora, que aunque está embarazada, viaja fuera de su propio mundo, su propio interés, para darle atención y cuidar de otra persona. Este encuentro resultó en el gran cántico de alabanza de María, o podemos decir hoy, su articulación de las fronteras que se tienen que cambiar por la causa de justicia. Por la causa de justicia la soberbia se tiene que convertir en sencillez, y se tiene que reconocer la contribución de cada individuo para que el deseo de Dios por la humanidad se realice en el mundo. La noción de autosuficiencia se tiene que penetrar y ser reemplazado por un reconocimiento sano de nuestra interdependencia; todos tenemos dones y recursos que podemos contribuir para realizar la armonía de Dios en el mundo. La noción de que el poder reside en las manos de pocos se tiene que derribar y la noción que el poder reside en todos se tiene que promover. La arrogancia tiene que dar lugar a actitudes de respeto por personas. La avaricia se tiene que vencer y ser reemplazada por un compartir que reconoce los derechos humanos y la dignidad de la persona. Para María, Nuestra Madre, cualquier muro que nos separa, oprime, explota o esclavice su tiene que tumbar si el Único Dios Verdadero va ser reconocido, conocido y exaltado. Si vamos ser el Pueblo de Dios. Si vamos a “construir la Iglesia”.

Una de las barreras más grandes con que nos enfrentamos como individuos y que se manifiesta en temor, una arrogancia manifestada en un espíritu de maldad, una autosuficiencia manifestada en el rechazo de la contribución de los recién llegados a nuestro país y avaricia manifestada bajo el disfraz de la protección de los derechos de esta nación. Estas fronteras se tienen que superar si vamos, en las palabras de Isaías, subir al monte del Señor y caminar en los caminos de Dios. La reforma de las leyes migratorias es la espada de hoy que se tiene que convertir en un arado, la lanza que se tiene que convertir en el instrumento de podar todo lo injusto y sirve para cultivar relaciones rectas entre las naciones y entre el pueblo.

Como obispos católicos de California, de los Estados Unidos, y México, hacemos el llamado otra vez por una reforma justa y humana de las leyes de inmigración. Como aquéllos que tienen fe en nuestra Señora de Guadalupe, les exhortamos que se unan con nosotros hoy reclamando una legislación de inmigración que nos permite cruzar las fronteras y tumbar los muros de injusticia. Aquellas injusticias que:

* Ven a seres humanos como ilegales.

* Juzga a inmigrantes indocumentados como criminales, subyugándoles a encarcelamiento y deportación, dejándoles sin alguna posibilidad de ser ciudadanos de este país.

* Juzga como criminal a cualquier persona que provee asistencia al inmigrante indocumentado como sacerdotes, religiosas, doctores, trabajadores sociales, y hasta miembros de sus familias.

* Autoriza que la policía local haga cumplir las leyes federales de inmigración, una acción que tendría el resultado de sembrar miedo y falta de confianza en nuestras comunidades.

* Requiere una base de datos de verificación de empleados, que sabemos ha producido muchos errores y provocado discriminación afectando a ciudadanos estadounidenses y trabajadores legalmente autorizados.

Les exhortamos que nos unamos en promover la misión que la Morenita le dio a Juan Diego de construir una Iglesia, una comunidad, y un Pueblo de Dios exigiendo una reforma legislativa de inmigración que resulte en:

*Visas temporales fácilmente disponibles para los que quieren trabajar;

* Mejorar la seguridad de la frontera y una capacitación superior para los guardias fronterizos;

* Normas justas y equitativas y plazos de tiempo razonables para procesar las solicitudes de los que buscan convertirse en residentes permanentes legales;

* Normas compasivas y plazos de tiempo razonables para la reunificación de las familias para los extranjeros que sean residentes legales y los ciudadanos naturalizados;

* Requisitos razonables para que los residentes legales se convierten en ciudadanos;

* Que se reconozca el impacto de la globalización y del libre comercio en las pautas migratorias.

Les exhortamos que trabajen para tumbar los muros de imperios para ser un pueblo sin fronteras, para ser aquéllos que, como María, se entregaron para construir el Reino de Dios. Esto pide que examinemos nuestras propias fronteras, que tengamos la voluntad de vencerlas para poder subir el monte del Señor, el cerro del Tepeyac. Tenemos que arriesgar, pero tuvo que hacerlo Juan Diego. Le imploró a Nuestra Señora que enviara a otra persona. Pero ella respondió: “Hijito mío, hay muchos que puedo enviar. Pero te he escogido a ti”. Hoy Nuestra Señora te ha escogido a ti para tumbar los muros de injusticia y para construir la Iglesia, el Pueblo de Dios donde todas las naciones viven como si vivieran en la casa de Dios y todos gozaran del abrazo de nuestra Madre La Lupita que no conoce fronteras. No teman porque como nuestro hermano Juan Diego, se nos promete la protección de Nuestra Señora de Guadalupe. VN

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