LOS NUEVOS OBISPOS Y EL VERDADERO JESÚS     Por Monseñor José H. Gomez

LOS NUEVOS OBISPOS Y EL VERDADERO JESÚS     Por Monseñor José H. Gomez

Arzobispo de Los Ángeles

El Santo Padre, el Papa Francisco, nos ha hecho un gran regalo al designar cuatro nuevos obispos auxiliares para la familia de Dios de la Arquidiócesis de Los Ángeles.

Nuestros obispos electos son sacerdotes de esta Arquidiócesis — Mons. Albert Bahhuth, el Padre Franciscano Capuchino Matthew Elshoff, OFM Cap., el Padre Brian Nunes y el Padre Slawomir Szkredka.

Todos ellos son hombres de oración, que aman a Jesús y que tienen un profundo deseo de proclamar el amor del Señor y de servir al pueblo de Dios.

De acuerdo con el plan que Jesús tiene para la Iglesia, los obispos son ordenados para llevar a cabo la misión que Él les encomendó a sus doce apóstoles: la de ser “pescadores” de hombres y mujeres y de “asumir el lugar de Cristo mismo, maestro, pastor y sacerdote, actuando como sus representantes”, como lo enseña el Catecismo.

Un obispo —San Ignacio de Antioquía— que recibió sus enseñanzas de San Pedro y fue después martirizado, decía: “Uno debe considerar al obispo como al Señor mismo”.

La hermosa tarea del obispo es la de llevar a Jesús a su pueblo y, a la gente, a desarrollar una amistad con Jesús.

Ésta es la misión que todos tenemos en la Iglesia. Ser discípulo implica ser misionero. Cada uno de nosotros, a su manera, está llamado a hacer presente a Jesús en el mundo y a ayudar a la gente a encontrar el camino que los conduzca hacia Él.

En esta labor de ir revelando a Jesús, nos enfrentamos a desafíos que provienen de la cultura en la que vivimos, igual que les sucedió a los primeros cristianos, que enfrentaron desafíos de su propia cultura.

Esto sucede en cada generación, tal como lo predijo Jesús. El mundo, dijo Él, siempre se resistirá a aceptar la buena nueva del amor de Dios. Y Jesús expresó esto de manera aún más enfática: “Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes”.

En nuestra generación, los desafíos que enfrentamos provienen de las expectativas de esa perspectiva científica, materialista e individualista que prevalece en nuestra cultura.

La sabiduría convencional nos dice que, en una sociedad tecnológica sofisticada, la gente sencillamente no puede creer en Jesús según lo que de Él se dice en los Evangelios y en las doctrinas de la Iglesia. Hablar de un Creador que toma carne humana, que hace milagros y resucita de entre los muertos, suena como algo demasiado increíble, como un mito irracional o una leyenda popular.

Por lo tanto, con frecuencia Jesús es más bien representado como un personaje de la historia, un hombre como nosotros, solo que más sabio y más santo, que nos enseña a aceptar a los demás y que aboga por los pobres, los marginados y los que son excluidos por la sociedad.

Esta imagen, meramente humana —y no divina— de Jesús está muy extendida dentro de nuestra sociedad; es una imagen reconfortante, pero muy incompleta.

El Jesús “histórico y humano” no es toda la verdad. Y solo la verdad plena puede salvarnos y hacernos libres, como el mismo Jesús nos lo enseñó.

Tenemos que recuperar la realidad original de Jesús que encontramos en los Evangelios y en los escritos de los Padres de la Iglesia y de las doctrinas de ésta. Ése es el Jesús verdadero, aquel por el que los santos están dispuestos a sacrificarse, y por el que los mártires están dispuestos a entregar la vida.

Tenemos que proclamar nuevamente la “grandeza” de Jesús y de su amor hacia nosotros, proclamar que Él es el Señor de la historia y el Señor de nuestras vidas, nuestro Salvador y nuestro Amigo.

Ésta es la tarea que nos corresponde a todos los que formamos parte de la Iglesia: la de decirle al mundo que Jesús es el Hijo único de Dios. Que con Él Dios entró a la historia humana y reveló su rostro. Que Él es ese mismo Dios que creó el mundo de la nada, que sacó a su pueblo de Egipto y habló con Moisés en el Monte Sinaí.

Solo este Jesús, el Hijo de Dios, que por amor fue crucificado para salvar al mundo y a cada uno de nosotros del pecado y de la muerte, solo este Jesús, que murió y resucitó, es el que puede salvarnos y llevarnos al cielo. Ahora, como antes, solo Él puede amarnos hasta el fin y caminar a nuestro lado cuando atravesamos los problemas y las alegrías de nuestra vida.

Este pasado mes de junio, el Papa Francisco escribió una hermosa carta acerca de Blaise Pascal, el filósofo y científico del siglo XVII.

Ahí nos recuerda que este brillante hombre de ciencia que inventó el prototipo de la computadora moderna también amaba a Jesús y vivía para Él.

Pascal entendió que la fe en el Jesús de los Evangelios es algo que “libera la razón” y abre la puerta a la verdadera comprensión, no solo de las verdades de la naturaleza, sino también de las que conciernen al alma humana.

“Fuera de Jesucristo, no podemos entender ni nuestra vida ni nuestra muerte, ni a Dios ni a nosotros mismos”, dijo él.

Oren por mí y yo oraré por ustedes. ¡Y oremos también por nuestros nuevos obispos electos!

Y que María Santísima, la madre de la Iglesia, nos ayude a revelar a su Hijo a la gente de nuestro tiempo, para que así encuentren, en Jesús, la respuesta a toda pregunta y todo anhelo de su corazón. VN

 

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