POR QUÉ LA SEMANA SANTA ES TAN ESPECIAL

POR QUÉ LA SEMANA SANTA ES TAN ESPECIAL

Por DR. JOSÉ ANTONIO MEDINA

(fOTO: ‘Quien no mira su Cruz y la acepta no puede ser salvado’- Papa Francisco. / Alessandro Garofalo / CNS-Reuters).

Todo el Año Litúrgico tiene su corazón en la celebración de la Semana Santa, especialmente el Triduo Pascual, pues nos conecta con el centro de nuestra fe – que es la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Lo primero en lo que tenemos que poner atención es en la liturgia. La podemos definir como un conjunto de signos, símbolos, rituales que nos conectan a las comunidades de fe con el misterio de Dios.

La liturgia de la Iglesia se realiza en comunidad, que es donde Dios realiza su obra de salvación. Se requiere la fe de cada persona que participa, y esta decisión personal es esencial en la formación de la comunidad. ‘Mi fe y participación contribuyen a la fe de los que están junto a mí’.

DOMINGO DE RAMOS

El centro de la liturgia del Domingo de Ramos es Cristo.

Primeramente lo reconocemos como nuestro Rey y Señor con el signo de las palmas.

Después del rito que nos recuerda este acontecimiento histórico, leemos tres lecturas cuyo tema común es el siervo sufriente. Con estas lecturas proclamamos su vida entregada y el carácter mesiánico de su muerte. El murió porque las autoridades judías y romanas lo vieron como un peligro para sus propios intereses, y ordenaron su muerte mediante una sentencia injusta y martirizándolo hasta el extremo.

La reacción de Cristo refleja su amor por nosotros y entrega generosa a la causa de su Padre Dios. Por eso creemos y celebramos que Él murió por nosotros, por amor a la humanidad, por nuestra salvación.

El símbolo que nos recuerda el martirio y la sangre derramada de Cristo es el uso del color rojo en los manteles del altar y en las vestiduras del sacerdote.

Una manera significativa de celebrar la entrega martirial de Cristo, es recibir la Comunión bajo las dos especies: la sangre de Cristo derramada y su cuerpo entregado transformarán nuestras vidas para seguir el camino humilde y sencillo que Él nos mostró.

Los signos litúrgicos y la liturgia pueden llevarnos por diversos senderos según sea nuestra situación y la interpretación que hagamos de ellos.

Una opción es descubrir que el verdadero triunfo sólo es posible desde el camino de la humildad. El verdadero éxito a los ojos de Dios es diferente a lo que nuestra sociedad define como éxito.
Otra opción puede ser reconocer que estamos en las manos de Dios, aun cuando la situación sea de incertidumbre y temor o extremadamente dolorosa, como fue la situación de Jesús – al final Dios el Padre tiene la última palabra.

JUEVES SANTO

La liturgia del Jueves Santo está llena de ritos, símbolos y palabras que le dan una orientación a nuestra vida. El centro nuevamente es Cristo, presente en el Sacramento de la Eucaristía.

El ambiente inicial es una cena festiva, pues es la Pascua. Se celebra el paso de Dios cuando liberó al pueblo judío de la esclavitud. Una casa especialmente escogida por el mismo Jesús, para que sus amigos estuvieran contentos – no sabemos los detalles del menú – pero hubo cordero, vino, pan, vegetales y especialmente yerbas amargas, para no olvidar que Dios los había liberado de la amargura y esclavitud.

Como signo de bienvenida, Jesús toma la iniciativa de lavar los pies sucios y cansados de sus discípulos. Él, que es el maestro, les enseña que antes de compartir el pan, deben ser servidores unos de los otros.

El Jueves Santo nos recuerda que celebrar la Eucaristía requiere que seamos servidores en acciones, no sólo con palabras; no con discursos ni buenas intenciones, sino con gestos que lleven a la justicia, y no con oraciones que nos evaden de la realidad.

Especialmente en este Jueves Santo hay que leer la narración según San Juan, donde hay varios protagonistas centrales: el demonio, que ya había tomado el corazón de Judas Iscariote; Pedro que inicialmente no deja que Jesús se humille lavándole los pies, y Jesús mismo quien les habla con toda la claridad del mundo. Él se pone en el último lugar sirviendo con humildad, con gestos reales, y si alguien quiere seguirlo tiene que hacer lo mismo.

En la segunda lectura Pablo nos recuerda que en los tiempos apostólicos, los cristianos ya se reunían a celebrar “la fracción del pan” y que repetían las palabras del Maestro. “Tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.

Lo mismo hizo con el cáliz después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él”. (1 Cor 11: 23-26)
Desde entonces la Iglesia ha sido fiel y obediente a este mandato del Señor, pues es la mejor manera que tenemos de hacerlo presente a Él entre nosotros.

Cada vez que vamos a Misa celebramos (hacemos fiesta) por esta buena noticia que le da sentido a todo, tanto a las alegrías como a las tristezas, a los momentos gozosos como una boda, o los tristes como un funeral.

La Misa es siempre la mejor manera de pedirle a Cristo que esté junto a nosotros.

El otro signo litúrgico importante en este día es el monumento para la reserva eucarística. Nos recuerda que Jesús está allí para todos, incluso para los que no pueden celebrar la Misa, quizás por enfermedad.

Para nosotros tiene ese sentido de compañía permanente, de encuentro con quien siempre está allí para nosotros.

Quizás el punto clave de este día es que veamos la Eucaristía en toda su riqueza, fraternidad, servicio, encuentro, mesa en familia, presencia permanente y reto a ser como Él.

VIERNES SANTO

El ambiente es sombrío, recordamos una experiencia dolorosa.

La liturgia oficial del Viernes Santo tiene como centro a Cristo que da su vida. Los signos litúrgicos son el color rojo, la cruz y la austeridad en adornos e incluso en la música.

Los tres momentos más importantes de la celebración de la tarde son la lectura de la Pasión, la adoración de la Cruz, y la Comunión. No hay misa, pero se previene la Reserva en la Misa del Jueves Santo.

Este año tiene un significado muy especial, pues la pasión de Cristo es siempre la pasión de su pueblo, especialmente el de los inmigrantes que hoy en día viven una situación de persecución e incertidumbre.

Las historias de miedo, impotencia e inseguridad están a la orden del día. Los miedos no están basados en una histeria colectiva, sino en hechos que se constatan a diario de familias divididas y sueños rotos.

Frente a esta situación, la Iglesia representada por sus obispos, sacerdotes y fieles, acompaña a los inmigrantes.

Las llagas sangrantes de Cristo son hoy la carne abierta de muchas familias divididas o en peligro de ser divididas. Pero es también la sangre de nuestros pueblos empobrecidos por la corrupción política y el deterioro de las redes sociales; jóvenes envueltos en vicios; mafias dedicadas a la extorsión y robo; comunidades campesinas empobrecidas por siglos de abandono y explotación – Cristo está hoy siendo crucificado.

El mensaje de la Iglesia debe llegar a esos lugares, porque sólo Dios puede cambiar el corazón de hombres y mujeres en esos ambientes.

El Viernes Santo no es solamente un día de lamentaciones, sino es el punto de partida de un cambio que nace del dolor por las injusticias de un mundo que ha olvidado al Señor.

SÁBADO, MISA DE LA NOCHE Y DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Cristo Resucitado es el centro de la liturgia, y los signos litúrgicos son abundantes y hermosos: el color dorado o blanco, para las vestiduras sacerdotales; el fuego santo y el cirio pascual; las flores; el canto alegre del Gloria; el agua; la comunidad orante que se une pacientemente para escuchar las narraciones de la Historia de la Salvación.

Estos signos acompañan el grito gozoso de una comunidad que a pesar de su dolor, nunca pierde su fe y esperanza, en el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte.

Las opciones de lecturas para las Misas son abundantes. Todas ellas encierran un misterio que se anuncia, pero que no puede ser totalmente explicado.

La Resurrección de Cristo es algo que sucedió en un momento histórico, pero que ya presenta la realidad de un Dios que no puede ser explicado con nuestras categorías de tiempo y espacio. Es un evento que nos conecta con la eternidad.

La liturgia siempre nos ayuda a ver la vida desde los ojos de Dios.

Esta riqueza simbólica trasmite un mensaje poderoso a los bautizados; ellos no están solos, tienen a Dios de su lado y a una comunidad que los respalda y anima.

También es un día en que todos renovamos lo que somos: discípulos-misioneros, que acompañados por nuestra comunidad anunciamos con nuestras vidas y palabras la acción de Cristo y su mensaje de amor.

Es importante que nos involucremos en la preparación y celebración de toda la Semana Santa, pero especialmente del Domingo de Resurrección.

Hay que hacer algo en familia, quizás una comida en la que narre y escuche las experiencias de la infancia sobre cómo se celebraba la Semana Santa en lugares donde hemos vivido. Quizás hacer el esfuerzo de ir en familia a todas las celebraciones – esto sin duda dejará una huella en la historia familiar.

Hay que hacer todo lo posible para que esta Semana Santa sea realmente una oportunidad de renovarnos en el amor de Dios, y que de esta manera seamos capaces de poner nuestra confianza en Él. VN

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