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HOMILÍA DE LA VIRGEN DE GUADALUPE

Con mucha alegría nos hemos reunido en este día para celebrar la fiesta de la Virgen de Guadalupe. La Virgen, Madre de Dios y nuestra, siempre se ha preocupado por todos sus hijos e hijas. Ella sigue con su labor maternal de escuchar las súplicas, las penas, las alegrías, y las preocupaciones de todos nosotros.

Aunque nos ama a todos, María siempre ha tenido una relación muy especial con nuestro pueblo en los distintos rincones de esta América Nuestra, todos hemos vivido la experiencia de tener una advocación de María presente en nuestro caminar como cristianos, como creyentes, como fieles seguidores de Jesús.

“¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?” María de Guadalupe continúa mostrándonos ese cuidado maternal, y siempre presente, que debe de conducirnos a su Hijo Jesús y debe de llevarnos a un compromiso más claro y alentador con el Evangelio de Jesús.

Quiero en este momento compartir con ustedes algunas reflexiones en torno al modelo perfecto de cristiano creyente que nos pone María con su dedicación, con su aceptación de la misión, con su respuesta afirmativa, con su “SÍ” sin reservas al “Dios Verdadero, por quien se vive”.

Primero, no podemos olvidar ante todo, que María es madre y modelo de la Iglesia; fue su “SÍ”, el que hizo posible continuar con el plan salvífico de Dios, haciendo que su Hijo Jesús se encarnara en su vientre; su “SÍ” la condujo hasta el pie de la cruz para después seguir acompañando a la Iglesia.

El “SÍ” de María se repite en la historia del hecho guadalupano. Ella aceptó el acompañar a un nuevo pueblo para poder adherirse a la fe en Cristo, el Salvador. Su cercanía y su forma de presentarse al indio Juan Diego, hoy san Juan Diego, lo motivó a él, también a decir un “SÍ” a la misión que le encomendaba, porque sintió en su corazón que algo grande de parte de Dios se presentaba en medio de su pueblo.

Este evento milagroso es el que llevó a nuestros antepasados a aceptar con un “SÍ” el mensaje de Jesús y sus buenas noticias; fue este “SÍ” el surgimiento de un nuevo pueblo que continúa aceptando el mensaje y tratando de vivir de acuerdo a esta fe que María de Guadalupe trajo a estas tierras.

Nos congregamos ante la Virgen Morenita, que está para escuchar y atender las súplicas de todos sus hijos e hijas, de todas las naciones, de todas las razas, de todos los colores, ella nos convoca y nos invita a que seamos uno con su Hijo Jesús, en medio de un mundo cada vez más dividido y fracturado.

El mensaje de unidad de la Reina y Madre de América cobra un matiz especial aquí en la ciudad de Los Ángeles, puesto que, gente proveniente de todos los rincones y continentes de la tierra, viven y conviven en esta ciudad, y muchos profesamos esta misma fe que nos lleva a buscar protección bajo el manto de María de Guadalupe.

Creo que todos conocemos la historia de cómo María de Guadalupe, quien había hecho su aparición a San Juan Diego en el cerro del Tepeyac, de la Ciudad de México, y posteriormente por medio de los misioneros que escucharon el llamado a evangelizar estas tierras del Norte, entre otros Fray Junípero Serra y el Padre Eusebio Kino, fueron quienes dieron la calidad de inmigrante a la Virgen María de Guadalupe. Desde esos primeros evangelizadores en estas tierras del suroeste, la Virgen María de Guadalupe ha sido una inmigrante en cada ciudad que visita en su peregrinar y en su permanencia, en las ciudades que están más allá de donde se localizó el imperio de los Aztecas, donde tuvo a bien aparecerse y pedir que se le construyera su templo.

¡Qué mensaje tan profundo y tan actual nos transmite en este año a nosotros, tanto a nativos angelinos como a inmigrantes de muchas y diferentes naciones! Con palabras dulces y suaves, “Soy madre de los moradores de estas tierras y de todos los que a mi acudan”, nos recuerda que Ella camina con nosotros pero que también sale al encuentro de todos aquellos que más la necesitan y a Ella acuden. Es por eso, que es necesario mencionar que Ella llegó a este país con, y acompañando, a los inmigrantes. Ella sigue llegando aquí en Los Ángeles, en Estados Unidos, y su presencia en cada lugar, en cada parroquia de esta Arquidiócesis es un testimonio del amor que tiene por cada uno de nosotros.

María de Guadalupe ha viajado y ha sido solidaria con los inmigrantes para hermanar a toda la familia:

• Llegó a estas tierras angelinas hace muchos años con los primeros inmigrantes europeos-españoles, mestizos-mexicanos, indígenas y mulatos mexicanos que acompañaron a Junípero Serra.

• Durante la persecución religiosa en México, ella llegó a Los Ángeles en los corazones de los refugiados de México, quienes le construyeron aquí su casita, muchos de estos esfuerzos aún existen como capillas y parroquias en nuestra Arquidiócesis.

• Ella quiso tener su presencia de manera especial en Los Ángeles, el Arzobispo Cantwell recibió un pequeño pedazo de la tilma de Juan Diego que se encuentra en un relicario, regalo de la Lupita, que quiere estar cerca de nosotros.

• Así como el Cura Hidalgo en México hace doscientos años levantó la imagen de la Morenita como estandarte del pueblo que buscaba su libertad, aquí Ella acompañó al lado de Cesar Chávez a los campesinos en su lucha por la justicia.

• Hace diez años recibimos una imagen de la Virgen que peregrinó hermanando a personas de varias culturas y lenguas.

• En estos tiempos la Virgen del Tepeyac sigue caminando con los inmigrantes que, buscando su protección maternal, traen consigo su imagen entre sus pertenencias.

• La Virgen Peregrina, regalo de la Basílica de Guadalupe a nuestra Iglesia local, acabó de hacer un recorrido en nuestra Arquidiócesis visitando diferentes comunidades que forman nuestra iglesia.

• La Virgen Peregrina ha terminado su recorrido por este año al llegar finalmente a su casita en la parroquia de San Marcelino donde reposará cuando no esté peregrinando.

Aunque tiene la imagen de la Virgen lugares bien definidos, hogares, iglesias, parroquias, capillas, donde su presencia maternal se ve, se vive y se siente, su amor se extiende más allá. ¡La que ha cruzado fronteras para estar con nosotros, siempre está presente donde quiera que tú estés! ¡Ella camina con nosotros en nuestras penas y angustias, nuestros gozos y alegrías, siempre presente, junto con todos, pero de manera especial con los inmigrantes!

¡Ella nos acompañará en la lucha para obtener una reforma migratoria que permita unificar a las familias y hermanarnos en esta sociedad americana!

En este año sacerdotal el mensaje Guadalupano sigue teniendo la misma fuerza, la misma motivación, la misma invitación que juntos, laicos y sacerdotes, debemos trabajar para encontrar puntos de encuentro, de integración y de aceptación de todos y todas; juntos tenemos que orar a María de Guadalupe para que pronto veamos como real la amnistía que todos y todas esperamos desde hace ya muchos años. El mensaje de unidad que cruza fronteras está más vivo y fuerte que nunca. Somos hijos del “Verdadero Dios por quien se vive” y tenemos por Madre a María de Guadalupe.

Su mensaje nos sigue pidiendo, que como católicos, debamos amar a cada persona, al inmigrante, al no nacido, al incapacitado, al pobre, al huérfano, a la viuda, al desempleado, al que es diferente. Siguiendo su mensaje y su ejemplo, debemos hacer realidad la unión que tenemos por el sacramento del bautismo en esta fe, y por el compartir y recibir la eucaristía, esta unidad debe ser más real y sólida, más importante y más unificante que cualquier cuestión política, étnica, muros o fronteras.

En este día que nos reunimos en torno a la imagen bendita de María de Guadalupe, la inmigrante por excelencia, tenemos que levantar nuestra voz para decir que la inmigración no es una abstracción, que esta inmigración tiene rostros, historias, penas y alegrías que están presentes en las parroquias, en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales y en muchos hogares; tenemos que decir que la respuesta que le demos a esta situación, de la forma en que la encaremos, dependerá mucho nuestro futuro como católicos, como cristianos, como americanos, como ciudadanos, como continente, como país.

María de Guadalupe nos invita a tomar la estafeta de la esperanza, para que así como Ella se presentó en medio de un pueblo devastado, en una situación de angustia en el imperio Azteca, así nosotros con más fuerza podamos hacer una presencia en nuestro pueblo, renovando la esperanza de confiar que la luz de la justicia está por brillar para todos y todas, sin distinciones, sin discriminaciones.

¡Que Viva la Virgen de Guadalupe!

¡Que Viva la Virgen de Guadalupe!

¡Que Viva Cristo Rey!

¡Que Viva San Juan Diego!

VN

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