
ESPERANDO LA VENIDA DEL MAESTRO
Por Monseñor José H. Gomez
Arzobispo de Los Ángeles
27 de octubre de 2017
En estas últimas semanas del año litúrgico, la Iglesia, para recordarnos cuál es nuestro destino y la meta de nuestra vida, nos presenta dos grandes solemnidades: la de los Fieles Difuntos y la de Todos los Santos.
Los Evangelios de estos días tienen un matiz serio, ya que Jesús presenta en ellos muchas parábolas y directivas para nuestras vidas y nuestro destino. Su propósito es recordarnos nuestro llamado a santificarnos, a llegar a ser santos. Este es el significado de nuestra vida cristiana.
En una de las parábolas que escuchamos esta semana, Jesús nos dice: “¡Tengan la túnica ceñida y las lámparas encendidas: Sean semejantes a los que aguardan a que su señor regrese de la boda, para abrirle, en cuanto llegue y toque”.
Toda nuestra vida debe ser vivida como si fuéramos siervos en espera de su Maestro. Pero este tiempo de espera no es para estar pasivos. Todo lo contrario. Este tiempo de espera es un tiempo de misión. Es un tiempo para crecer en santidad y para asumir la responsabilidad de la misión de Jesucristo y de su Iglesia.
“Ceñirse la túnica” significa que tenemos que prepararnos para nuestro encuentro con el Maestro. Y al prepararnos para Dios, debemos prestar especial atención a la oración en nuestra vida.
Nunca deberíamos subestimar la oración o tratarla como si fuera algo “extra” a la cual “nos dedicaremos” cuando tengamos tiempo. Para nosotros, la oración debería ser como el alimento o la respiración, es decir, algo esencial.
A través de la oración, entramos en conversación con el Dios vivo y nos abrimos a sus intenciones para nuestra vida. A través de la oración, aprendemos a vivir con los ojos bien abiertos, con la mente alerta para ver la belleza, la realidad del mundo, como Dios quiere que la veamos.
La vigilancia a la que Jesús nos llama, ese “estar atentos”, es una nueva forma de ver, una nueva forma de entender. Él quiere que abramos nuestros ojos para ver cómo el plan de Dios se va revelando en los eventos de nuestra vida y en lo que está sucediendo en el mundo.
Jesús quiere que veamos que toda la creación, toda la historia, incluso los detalles de nuestra vida ordinaria, todo esto, se está desarrollando dentro de su Providencia, de acuerdo a sus designios y a su voluntad. Como San Pablo nos lo enseñó, la voluntad de Dios es nuestra santificación. Él quiere que todos nosotros seamos santos, como Él es santo. Su voluntad es que seamos santos, que seamos sus hijos e hijas.
Y la manera en la que nos hacemos santos es ajustando nuestra voluntad a su voluntad divina.
El salmista nos dice: “Aquí estoy, Señor; vengo a hacer tu voluntad. … No quisiste holocaustos y sacrificios, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz”. Esta es la actitud que Jesús quiere de nosotros. Que entrenemos nuestra voluntad, nuestro corazón y nuestra mente para que querer lo que Dios quiere. Para vivir como Él nos llama a vivir.
Necesitamos que en nuestra vida, todo nos lleve a la obediencia a la voluntad de Dios: nuestros pensamientos y actitudes, nuestras acciones y prioridades. Eso significa estar disponibles, ofrecernos a Dios en todo momento, en cualquier circunstancia.
Jesús nos ordena también: “Enciendan sus lámparas”. Este es un llamado a vivir nuestras vidas con un sentido de propósito y de misión. Jesús es la luz del mundo. ¡Pero la luz de Cristo sólo puede brillar tanto como brille la luz de los cristianos en el mundo!
Entonces, Jesús nos está llamando a llevar su luz a la vida de las personas con las que nos encontramos. Nos está llamando a llenar este mundo con buenas obras, con obras de luz que dispersarán toda tiniebla que encontramos en este mundo.
Somos siervos que esperamos a nuestro Maestro. Y Jesús nos dice que el Maestro vendrá y tocará a la puerta de nuestros corazones.
Él hace una hermosa promesa: si el Maestro nos encuentra preparados, y si abrimos nuestros corazones para darle la bienvenida, él entrará a servirnos. Y comeremos y beberemos con Él.
En toda Eucaristía, nuestro Señor viene a nosotros como un siervo, un siervo que viene a servirnos a nosotros, que somos sus servidores.
El Maestro viene a ser nuestra comida, viene a fortalecernos en nuestro viaje por la vida, en este viaje de “espera”. Lo servimos en este mundo. Pero en su altar sagrado, es Él quien viene a servirnos. Y en cada Eucaristía, esperamos ansiosamente su venida en la que se encontrará con nosotros al final de nuestras vidas y al final de los tiempos.
Oren por mí esta semana y yo estaré orando por ustedes. Y conforme entramos en estos últimos días del año de la Iglesia, tratemos de estar más atentos para prepararnos para el Maestro que vendrá, especialmente en la Misa.
Y pidámosle a María, nuestra Santísima Madre, que nos ayude a hacer la voluntad de Dios, es decir, que seamos siervos benditos, a quienes el Maestro encuentre velando, orando y haciendo buenas obras, cuando Él venga. VN
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