EN EL MES DEL TRABAJO, LUCHEMOS POR LA JUSTICIA

Las enseñanzas de la Iglesia en material social siempre han considerado el trabajo como un derecho humano fundamental. El trabajo no debe ser entendido como un castigo por el pecado de Adán y Eva. El trabajo es el medio a través del cual cada persona contribuye a la obra de la creación, a su desarrollo personal, a la manutención de su familia, al bienestar de su ciudad y país, al ejercicio de su libertad. No hay libertad verdadera si el ser humano no cuenta con los medios materiales necesarios para satisfacer sus necesidades básicas.

Hemos visto una ligera mejoría en la economía de este país que ha contribuido a que más personas tengan trabajo, sin embargo aún hay millones de personas que no lo tienen o que cuentan solamente con un trabajo temporal o de tiempo parcial, pero no están plenamente integrados a la fuerza laboral. Especialmente los jóvenes recién egresados de los colegios y universidades se sienten atrapados en sus deudas estudiantiles, sin conseguir un trabajo que les provea los medios para irse estabilizando en el mundo profesional.

Esta situación tiene efectos negativos en la organización de la sociedad, por ejemplo, la falta de un trabajo estable ha retrasado la edad en que los jóvenes contraigan matrimonio, o en muchas ocasiones simplemente lo descartan por miedo a fracasar. Muchos divorcios tienen como causa la situación financiera de las parejas. La falta de trabajo también genera una situación de inseguridad con efectos negativos en la autoestima y estabilidad emocional, lo que contribuye a que muchas personas desempleadas desarrollen una visión muy pesimista de la vida.

El problema laboral no es exclusivo de Estados Unidos; en algunos países europeos la tasa de desempleo juvenil es casi del 40%. Pero donde realmente está afectando la situación laboral es en nuestros países latinoamericanos. La falta de oportunidades ha convertido a la emigración en la única oportunidad de salir adelante.

Sin querer justificar la violencia podemos reconocer que la falta de oportunidades laborales es caldo de cultivo para la criminalidad y para que muchos de nuestros jóvenes caigan en la trampa de las bandas criminales, que les ofrecen ingresos económicos que la sociedad no es capaz de ofrecerles.

El Día del Trabajo debe ser una oportunidad de analizar cuáles son los mecanismos que nos han llevado a esta situación tan injusta y cuáles son los valores que la Iglesia propone para revertir esta situación nacional y mundial. El Papa Francisco permanentemente insiste en la necesidad de un cambio estructural en la organización financiera internacional para superar este empobrecimiento global por falta de oportunidades laborales.

Como cristianos tenemos principios éticos muy claros que deben movernos a la acción. El mandamiento del amor, “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”, es una llamada de atención específica para hacer algo por todos los desempleados. El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1941 nos dice: “Los problemas socioeconómicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y pueblos. La solidaridad internacional es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz del mundo depende de ella”.

Teniendo en cuenta estos principios, nuestras parroquias y comunidades deben proclamar abiertamente estos valores que van más allá de ideologías o corrientes políticas. Todos debemos hacer algo para generar cambios que contribuyan al bienestar de los más pobres, no sólo en USA sino en todo el mundo. En primer lugar abriendo nuestros horizontes para ver los problemas económicos y sociales desde una perspectiva más global, no basta con crear trabajo aquí, tenemos que solidarizarnos con nuestros países de origen, y los gobiernos deben crear los mecanismos para que las personas vivan dignamente en su tierra, de manera que no necesiten emigrar. El papa Francisco nos ha insistido en que seamos congruentes con lo que el Evangelio nos enseña, él nos aclara que la solidaridad con los pobres y la lucha por cambiar estructuras económicas injustas no es una enseñanza exclusiva de las corrientes socialistas o marxistas, es un llamado desde el corazón del Evangelio. La solidaridad entre las personas y los pueblos, la lucha por la justicia, la defensa de los débiles son valores proclamados por la Iglesia a lo largo de toda su historia. El compromiso para construir una sociedad más justa es central en la evangelización. Todos los ministerios de las parroquias, y de la Arquidiócesis deben entender que la doctrina social de la Iglesia es parte fundamental de lo que son y de lo que hacen tanto al interior de la Iglesia y como en el servicio a la sociedad en general.

Pero el Día del Trabajo es también una oportunidad para tomar conciencia, para gritar que necesitamos una reforma integral de las leyes de inmigración en este país. La desigualdad y muchas formas de injusticia laboral son solapadas por la ausencia de leyes que protejan a los trabajadores sin documentos migratorios. Nuevas formas de esclavitud, de tráfico de personas, de salarios miserables son producto de la inseguridad migratoria. Son más de 11 millones de personas que por años han vivido en la sombra, contribuyendo con su trabajo y sus impuestos al desarrollo de este país, pero sin los beneficios de la protección de la ley. Ya es tiempo de que hagamos oír nuestra voz, la voz de todas las personas de buena voluntad que sabemos que una reforma migratoria integral contribuirá positivamente en la solución de los problemas financieros de esta gran nación. VN

Share