DOS NUEVOS SANTOS EN LA IGLESIA, JUAN XXIII Y JUAN PABLO II
A la mayoría de los católicos de hoy no nos sorprende que el Papa Juan Pablo II sea canonizado, pues su fama de santidad lo acompañó por muchos años desde que era Arzobispo de Cracovia. Nos queda un poco más lejos entender por qué Juan XXIII es canonizado pues realmente la mayoría de nosotros no lo conocimos y no sabemos mucho sobre lo que el “Papa bueno”, como se le conocía, hizo a favor de la Iglesia y muy en concreto, las muchas obras para el beneficio suyo y mío, sí, entendió usted bien, para la Iglesia de hoy.
El Papa Francisco, como ya nos tiene acostumbrados, rompe los protocolos vaticanos y nos entrega como modelos de vida cristiana a estos dos hombres. En el caso de Juan XXIII lo canoniza sin el tradicionalmente conocido segundo milagro. Sólo se le atribuye un milagro, el que realizó a una religiosa llamada Caterina Capetani, enferma gravemente del estómago a quien los doctores daban por incurable y que sólo esperaba la muerte y que recuperó milagrosamente la salud por intercesión del Papa Juan XXIII. En el caso del Papa Juan Pablo II los expertos reconocen dos milagros, uno realizado a una monja parisina con síndrome de Parkinson, y el segundo a una mujer costarricense que padecía un grave aneurisma, ambas sanadas por la intercesión del Sumo Pontífice. Sin embargo, no se esperó el periodo de tiempo de 50 años después de su muerte como tradicionalmente se ha hecho. Yo creo que el Papa Francisco ha facilitado todo el proceso de canonización en ambos casos, porque los milagros que han sucedido por las acciones de estos dos grandes hombres sobrepasan cualquier expectativa.
JUAN XXIII
Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881, en Sotto il Monte, pueblito que dista 12 kilómetros de Bérgamo, al norte de Italia. Desde niño su inclinación a Dios fue evidente. Hijo de campesinos, trabajaba con su familia al mismo tiempo que asistía a la escuela del pueblo y estudiaba latín con el sacerdote de otro pueblo cercano. Nunca aprendió muy bien el latín, en un tiempo en que todos los estudios religiosos sólo se hacían en latín, pero eso no le impidió desarrollar todas sus capacidades intelectuales y humanas para servir a los demás. En 1901 recibió una beca para estudiar en la ciudad de Roma y en 1904 fue ordenado sacerdote, un año antes de obtener su doctorado en teología. Al terminar sus estudios regresó como sacerdote a servir en su diócesis en la ciudad de Bérgamo, donde tuvo la oportunidad de conocer a un gran sacerdote, Giacomo Tedeschi, quien se convirtió en su mentor y consejero. Poco tiempo después Mons. Tedeschi es nombrado obispo de Bérgamo y nombra al padre Angelo Roncalli como su secretario, al mismo tiempo que sirve al obispo enseña en el seminario Historia de la Iglesia y Apologética. Estos años fueron cruciales en su vida pues aprendió de un obispo santo e inteligente a lidiar con los asuntos oficiales. Su experiencia enseñando lo ayudó a entrenarse para ser una persona abierta en la doctrina y en la vida de la Iglesia. En 1914 sufrió la muerte repentina de su obispo y el inicio de la Primera Guerra Mundial. El fue enlistado en el ejército y sirvió como sargento de sanidad y teniente capellán del hospital militar de Bérgamo. Vivió en carne propia los horrores de la guerra, y fue testigo de la muerte de miles de niños, jóvenes, mujeres que sin ninguna culpa se vieron envueltos en la primera gran guerra que mató a millones de personas, especialmente en Europa.
Al final de la Primera Guerra recibió la encomienda de dirigir la “Obra para la Propagación de la Fe”, y posteriormente fue delegado apostólico para Bulgaria, Turquía y Grecia. Este servicio en los países de oriente le permitió abrir sus horizontes en el conocimiento de los otros grupos cristianos no católicos, especialmente le ayudó a crear lazos de comunión con los cristianos ortodoxos griegos. Estando en este servicio le sorprendió la Segunda Guerra Mundial, y desde su posición y contactos intervino para evitar el bombardeo de Atenas y salvó a muchos judíos perseguidos por el régimen Nazi.
Al final de la Segunda Guerra fue nombrado Nuncio en París y su servicio ayudó a sanar las divisiones que la guerra dejó entre países hermanos. Nos sorprende que países que hasta 1945 se bombardearon mutuamente como Francia y Alemania, hoy sean parte de la Comunidad Económica Europea, pero fue gracias a hombres como Juan XXIII quienes realmente contribuyeron a la reconciliación y el perdón entre pueblos enemigos.
En 1952 fue nombrado Patriarca de Venecia y el 28 de octubre de 1958 a los 76 años de edad fue elegido como Papa, Obispo de Roma. Se pensaba que sería un Papa de transición, pero sus obras e iniciativas aún siguen siendo novedad en algunos ambientes eclesiales. Sólo dos meses después de haber sido elegido Papa convocó el Concilio Vaticano II que significó la más grande revolución religiosa de los tiempos modernos.
Con una visión profética, inició su pontificado invocando al Espíritu Santo como maestro y guía de la renovación. Él decía que el Vaticano olía a viejo; que era necesario abrir las ventanas para que el Espíritu Santo renovara la vida de la Iglesia. Él llamó a la Iglesia a una gran tarea de “aggioranamento”, de modernización, de poner al día a la Iglesia que se había quedado estancada en la Edad Media.
Con la ayuda de grandes consejeros se propuso la renovación de la Iglesia a través de la consulta universal. Su visión pastoral lo llevó a trazar dos preguntas fundamentales que el Concilio debía contestar. ¿Iglesia, quién eres, qué dices de ti misma? ¿Iglesia, cuál es tu misión en el mundo? La respuesta a estas dos preguntas dio como resultado lo que hoy conocemos como los documentos del Concilio Vaticano II, que renovaron la vida de la Iglesia. Cincuenta años después de estos hechos aún nos preguntamos como implementar la visión del Profeta Santo, el “Papa bueno”, Juan XXIII.
JUAN PABLO II
Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, a 50 kilómetros de Cracovia (Polonia), el 18 de mayo de 1920. Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él.
Karol estudió en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice y se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro. Pero esta universidad fue clausurada por las tropas Nazis.
Mientras el ejército alemán ocupó Polonia, Karol trabajó en una cantera y en una fábrica de productos químicos para evitar ser deportado a Alemania. Estudió su formación sacerdotal en un seminario clandestino fundado por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Fue ordenado sacerdote en la Catedral de Cracovia en 1946.
Su experiencia bajo la invasión nazi primero y luego bajo el régimen comunista después, le permitieron vivir en carne propia los horrores del totalitarismo que pretendía bajo la fuerza de las armas dominar y controlar la conciencia de los ciudadanos. Su vida cristiana y después su ministerio en la clandestinidad son el más grande testimonio de un hombre firme en su fe, seguro en su esperanza y activo en la caridad. Nunca se cansó de denunciar los abusos del totalitarismo comunista, y logró importantes acuerdos para que los cristianos en Polonia pudiera aun bajo el régimen comunista practicar y celebrar su fe.
El 16 de octubre de 1978, los cardenales en Conclave lo elijaron Papa. Siguiendo el ejemplo de su antecesor que gobernó la Iglesia por un periodo muy corto, eligió el nombre de Juan Pablo II. En el nombre trazó el programa de su pontificado, seguir la obra renovadora iniciada por los Papas Juan XXIII y Pablo VI.
Quizás el rasgo más importante del papado de Juan Pablo II fue su ímpetu misionero. Sólo unos meses después de su elección en enero de 1979 realizó su primer viaje misionero a República Dominicana y a México. Este viaje va a marcar lo que se convirtió en la característica más distintiva de su pontificado. No se cansó de ser misionero.
El resto de su vida es más conocido por todos, y es aquí donde quiero dedicar mis propios pensamientos. Tuve la oportunidad de conocer al Papa Juan Pablo II en ese viaje a México. Yo estaba estudiando filosofía en una facultad jesuita cerca de la ciudad de México. Cuando se anunció la llegada del Pontífice hice mis planes para viajar a la ciudad de México y conocerlo, pero lo que sucedió en ese viaje fue algo extraordinario. Millones de personas en todos los lugares donde se presentaba y por donde caminaba. Recuerdo la llegada al aeropuerto, su camión descubierto en donde saludaba a la multitud que llenaba las calles por donde iba a pasar. Recuerdo que en el viaje de la ciudad de México a Puebla que son más de 130 kilómetros, la casi totalidad de la carretera estaba llena de gente aclamando al Papa. Visitó la Basílica de Guadalupe y no había manera de acercarse al Santuario por los miles de personas que lo seguían. Muchos de nosotros lo seguimos en su visita a Guadalajara y fuimos testigos de cómo la gente lo aclamaba. Y lo que pasó en México, sucedió en casi todos los países que visitó. Su personalidad, carisma, y en pocas palabras su santidad acercaron a muchas personas al amor de Dios.
¿Por qué hoy tenemos dos nuevos Santos en la Iglesia? Porque estos dos Papas fueron ciertamente ejemplo de amor, servicio, entrega, vida cristiana. Encarnaron en su vida el ideal del Evangelio. Fueron Papas recientes por lo que podemos ver que aún en las circunstancias presentes es posible ser Santo, y que siendo ellos Papas son modelos concretos de virtudes y cualidades que todos podemos imitar. VN
PARA MÁS INFORMACIÓN
J. Antonio Medina
jmedina@sbdiocese.org
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