DE MICHOACÁN A COMPTON CON PARADAS EN PUERTO RICO, COSTA RICA Y FLORIDA CON LA PALABRA DE DIOS
El padre Francisco Valdovinos es misionero por vocación y convicción para llevar la Buena Nueva a todos, especialmente a los jóvenes
El padre Francisco Valdovinos, S.T., es la historia de una adaptación a comunidades y lugares diferentes con la clara visión misionera de servir a Dios y a sus hermanos.
En otras palabras, el padre Valdovinos ha hecho siempre honor,”como un soldadito”, al nombre de su congregación religiosa, Siervos Misioneros de la Santísima Trinidad, para llevar el mensaje del amor trinitario a los pueblos que sirve, especialmente a los jóvenes.
Su vocación, sin embargo, fue una semilla que necesitó años para madurar. En efecto, el padre Valdovinos no sintió su vocación siendo un adolescente, pero fue precisamente la conexión que tuvo con otros jóvenes del pueblo lo que después lo llevó a servir a Dios y a los hermanos, a adaptarse a otras culturas, lugares e idiomas diferentes, hasta llegar a la parroquia de Nuestra Señora de la Victoria, en Compton.
Francisco fue el primogénito de una familia numerosa –diez hijos– de Michoacán, del municipio de Buena Vista. Su familia era católica, aunque cuenta que algunos de sus miembros lo eran sólo de nombre. Su niñez fue la normal de los niños de su entorno. Estudió en su pueblo natal la primaria y para la secundaria se trasladó a Felipe Carrillo Puerto, conocido popularmente como La Ruana. La preparatoria lo llevó a la ciudad de Morelia, al tecnológico, donde siguió la carrera técnica en electricidad.
VOCACIÓN
Mirando hacia atrás, el padre Valdovinos cuenta a Vida Nueva: “Puedo decir que mi vocación tenía conexión con los jóvenes. Allí en la comunidad practicaba en la iglesia en mi pueblo, porque la congregación a la que pertenezco tenía allí una misión. Allí apoyaba sirviendo a los jóvenes y fue entonces cuando nació mi interés, pero ya venía de atrás por la influencia de mi familia, sobre todo de mi abuelita, que era muy religiosa”.
Al graduarse de técnico electricista, Francisco trabajó unos cinco años para varias compañías, pero sentía el aguijón de la vocación religiosa. Después de un discernimiento ingresó al seminario de la congregación Siervos Misioneros de la Santísima Trinidad, que tenían una casa de formación en Ciudad de México. Tenía entonces unos 25 años y muchas dudas, la vida era diferente a la que él había conocido hasta entonces.
“Creo que fue un tiempo de adaptación a una vida diferente. Una vida de disciplina, de oración, de estudios, de apostolado. Allí aprendí a interactuar y a convivir con los demás que llegaban de otros lugares, a pesar de las diferencias. La gente piensa que el seminario es un lugar de puros angelitos, pero no es así todo el tiempo. Hay seres humanos y cada uno tiene sus situaciones particulares”, afirma.
Tras los estudios filosófico-teológicos entre 1986 y 1994, fue ordenado sacerdote el 18 de junio de 1994.
MISIÓN
La primera misión lo llevó a Puerto Rico, donde permaneció un año y medio. La gente, cuenta, lo recibió bien, pero las circunstancias le presentaron un reto inesperado: “Estaba recién ordenado cuando el párroco que estaba allá enfermó, le dio cáncer al hígado y en un mes murió Así que me quedé solo por un tiempo haciéndola del ‘párroco pequeño’ al que se le escurría el aceite por las manos. Fue una experiencia de reto, pero aprendí mucho”.
En enero de 1996 fue destinado a una misión en Costa Rica, “a una parroquia rural de montañas, selvas y ríos. Una cultura distinta, de gente sencilla, abierta. Aprendí mucho de la gente, pues es precisamente la gente la que nos va formando en el camino”.
Después de un pequeño descanso en México, en 1999 fue enviado a Tallahassee, Florida, para trabajar en la Diócesis de Pensacola y acató la orden “como soldadito de Dios que soy”.
Allí trabajó hasta 2006. “No tenía parroquia allí, trabajaba con el Ministerio Hispano. En toda la diócesis sólo había un sacerdote que hablaba español y yo llegué allí porque no había misa en español. No había atención a la gente hispana, así que tuve que correr por varias parroquias y también por algunos centros de reclusión para atender a los presos. Después se fundó un equipo, porque yo llegué solo, con una hermana religiosa que pertenece a la misma congregación. Después enviaron a otro hermano y después a un sacerdote y entonces ya formamos una casa de religiosos y viajábamos por toda la diócesis celebrando misas en las parroquias y visitando a las comunidades”.
ABRIENDO PUERTAS MULTICULTURALES
En su trabajo llegó a Quincy, una comunidad básicamente conformada por inmigrantes de México y Centroamérica que se encuentra a una media hora de Tallahassee. A pesar de la cercanía en Tallahassee no se veía a gente hispana, estaban como ocultos, pero poco a poco la gente fue saliendo.
“Me tocó abrir brecha allí para apoyar a la comunidad hispana, fue una experiencia muy buena porque conocí mucho a la gente. Tuvimos una relación buena con diferentes organizaciones, con la Conferencia Episcopal de Florida, donde estuve involucrado en la cuestión de justicia social, con los inmigrantes, los trabajadores del campo. Fue muy buena la experiencia, de mucho trabajo. Me sirvió para conocer más la diversidad cultural de la zona, pues hicimos celebraciones multiculturales con diferentes grupos, filipinos, mexicanos, centroamericanos, coreanos. Quise abrir puertas”.
COMPTON
Luego, sus superiores le presentaron otro reto y otra adaptación: servir en la Iglesia Católica de Nuestra Señora de la Victoria, en Compton, California.
“Mi comunidad un día me llamó por teléfono y me dijeron que me pedían que fuera a Compton. Yo me asusté. En Compton hay cosas muy serías como violencia y pandillas. Después me puse a discernir: la comunidad tiene ya esta parroquia por casi 40 años; estaban pensando que yo tenía algo que ofrecer aquí y acepté la misión”, dice. Pronto descubrió que, a pesar de algunos aspectos negativos, “hay gente buena aquí. Como en todos lados. No hay lugares perfectos.
“Un gran porcentaje de feligreses es hispano, yo diría que un 95%, 5% son afroamericanos. Se cree que hay como 10,000 personas en la parroquia, pero en misa se pueden ver entre 3,000 y 3,500 personas. Tienen misas en español. Estoy contento aunque hay retos. Es mucho el trabajo que hay que hacer, pero no nos quejamos”.
El padre Francisco Valdovinos, S. T. no sabe cuánto tiempo se quedará en Compton, pues su estadía estará determinada por sus superiores religiosos. “Siempre estamos a la espera de saber dónde vamos. Tenemos que adaptarnos, pero la adaptación no sólo es por parte del sacerdote, también lo es de la gente. La gente conoce al párroco y el párroco a la gente. Es todo un proceso”, dice.
CON LOS JÓVENES
“En lo personal me siento llamado por Dios a esta vida religiosa, comunitaria, eclesial, profética. No podemos juzgar a los jóvenes, porque sí es cierto que a veces vienen de diferentes historias. Ahora se ve a muchachos jóvenes aquí, pero también se ve a jóvenes en las pandillas, encarcelados. Yo los visito cada martes para darles guía espiritual cuando puedo. Sí es cierto que se aburren porque no hay nada que hacer, pero son buenos. Hay que acompañarlos desde la misma familia.
“La familia tiene la responsabilidad de darles tiempo, espacio, caminar con ellos. Si la familia no practica la fe, no va a la iglesia, pues los jóvenes tampoco van a ir porque los hijos no son lo que no pueden ser los papás, por eso hay que tratar de que los padres se den cuenta de la responsabilidad que tienen con los hijos. Hay que entender que la conversión no se puede imponer, es un llamado”, aconseja. VN
DETALLES
Comida: “No tengo mucha distinción, soy misionero y como lo que me dan. Si me dan a escoger, pollo o pescado. Me encantan las enchiladas mexicanas”.
Deportes: “Me gusta trotar, caminar, a veces patear un balón, basketball, yoga”.
Ratos libres: “Yo creo que aquí no hay, es muy difícil, pero cuando puedo visito a la gente, voy a comer con ellos. Después cuando puedo voy con los hermanos al cine a ver una película que tenga un mensaje”.
Idiomas: “En inglés me defiendo, es difícil hablarlo bien cuando uno llega grande a este país. Puedo hacer misa, rezar con la gente, me puedo comunicar”.
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