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CUARESMA Y LA PEREGRINACIÓN DEL HIJO PRÓDIGO

Por Monseñor José H. Gomez, Arzobispo de Los Angeles

MENSAJE DE CUARESMA 2011.-

La parábola del hijo pródigo es uno de mis pasajes bíblicos favoritos. (Lucas 15, 11-32).

Todos sabemos la historia.

Un hijo deja la casa de su padre para irse a un país lejano. Ahí malgasta su herencia teniendo una mala vida. Él toca fondo, se da cuenta que estaba equivocado y se arrepiente. Regresa donde su padre buscando perdón. Cuando su padre lo ve llegando, corre a su encuentro para abrazarlo y besarlo. Pide que le pongan a su hijo una túnica nueva y que se haga una gran fiesta.

Me gusta esta historia por su drama y emoción. Y porque es cierto.

Cada uno de nosotros a nuestra manera es ese hijo pródigo. Algunas veces damos por hecho los dones de nuestro Padre. Algunas veces tratamos de huir de Dios, o vivimos como si Él no existiera.

Esta es la realidad del pecado, y nosotros somos todos pecadores.

Eso es lo que hace tan hermosa esta parábola. Nuestro Señor nos está diciendo que el pecado no tiene porqué ser la última palabra en nuestras vidas.

Jesús, haciéndose uno de nosotros en todo excepto en el pecado, muriendo por nosotros aún cuando éramos pecadores, nos ha revelado el poder del amor y la misericordia de Dios.

Y nuestro Padre viene a abrazar a sus hijas e hijos pródigos en el Sacramento de la Penitencia y Reconciliación. No importa cuán grande sean nuestros pecados y cuantas veces los repetimos.

Cada vez que acudamos a la confesión con un corazón contrito, encontraremos a nuestro Padre listo para perdonarnos, con los brazos abiertos para darnos la bienvenida de regreso a casa, la Iglesia y la Eucaristía.

De esto se trata la Cuaresma: la reconciliación con Dios y con su Iglesia y de una profunda conversión a Cristo y a su Evangelio.

Cuaresma es tiempo de renovación, la primavera del espíritu. Es tiempo para purificarnos, para erradicar los malos hábitos y hacer buenos propósitos.

Estos 40 días nos recuerdan que nuestra vida cristiana es un llamado constante a la conversión.

Los aliento a que hagan una buena confesión antes de la Pascua aun si es que hace mucho que no se confiesan.

¡Regresen a la casa de nuestro Padre! ¡Reconcíliense con Dios a través del ministerio de su Iglesia! ¡No esperen para cambiar de vida! Pueden esperar en la misericordia de nuestro Padre. Pueden confiar en su promesa de que les dará la gracia que les ayudará a llevar una vida mejor.

La Iglesia primitiva le llamaba a la confesión “segunda conversión de lágrimas”. San Pedro lloró amargamente después de negar a Jesús y en su misericordia Cristo pronunció tiernas palabras de perdón y paz.

En el sacramento, nosotros también podemos escuchar estas palabras de compasión por nuestros pecados.

San Ambrosio, dirigiéndose a su hermana en el año 388 dice que en la Iglesia “hay agua y lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de arrepentimiento” (Catecismo,
No. 1429).

Nuestras lágrimas de arrepentimiento y nuestros esfuerzos por profundizar en nuestra conversión a Cristo, nos llevan de regreso a las aguas del Bautismo.

Es así que la Cuaresma nos conduce a los bautismos que celebramos en la Vigilia Pascual.

En Cuaresma nos purificamos para vivir según la identidad que se nos dio en el Bautismo, ya no de hijos pródigos, sino hijos de Dios.

Los Padres de la Iglesia veían en la parábola del hijo pródigo la historia de la condición humana. Creado como hijo de Dios, Adán el primer hombre rechazó por el pecado original su derecho de nacimiento. Pero Dios en su misericordia restauró a los descendientes de Adán -a la humanidad toda- por la filiación divina en Cristo.

Es Dios quien se alegra en la parábola: “Mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida”. La túnica nueva simboliza la vestidura blanca que se nos pone en el Bautismo. La fiesta de acción de gracias simboliza la Eucaristía.

Hermanas y hermanos, la peregrinación del hijo pródigo es la historia de nuestras vidas.

En esta Cuaresma, busquemos profundizar en nuestra identidad bautismal.

En el bautismo nuestro Padre nos ha sacado de entre los muertos y ha puesto el Espíritu de amor y adopción en nuestros corazones. Somos sus hijos amados, coherederos de Cristo y de su promesa de resurrección. Somos hermanos y hermanas en su familia, la Iglesia.

Que por nuestros sacrificios y oraciones cuaresmales, crezcamos en gratitud por este gran privilegio. ¡Vivamos como verdaderos Hijos de Dios!

Esta semana rezaré por ustedes, y les pido que por favor recen por mí.

Pidámosle a Nuestra Señora de Guadalupe que nos obtenga la gracia necesaria para una conversión profunda, para que siempre regresemos a la casa del Padre con corazones abiertos a su misericordia. VN

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