
“CASA DE ORACIÓN PARA TODOS LOS PUEBLOS”
Publicamos parte del texto de las palabras que pronunció el Cardenal Rogelio Mahony durante la Liturgia de Consagración de la nueva Catedral de Nuestra Señora de los Angeles.
Homilía
Textos de la Biblia:
Nehemías 8, 1-4ª, 5-6, 8-10
Salmo 19, 8, 9, 10, 15
1 Pedro 2, 4-9
Lucas 19, 1-10
Es verdaderamente adecuado que comencemos la celebración de hoy en un sitio al lado del Camino Real. Los pasos de los Franciscanos españoles del siglo 18 se escucharon ir de arriba abajo por esa legendaria vía, como los primeros evangelizadores de California que fueron. Ellos iniciaron el plan activo de salvación de Dios para todos los que, finalmente, vinieron del norte y del oeste a hacer su hogar en este estado dorado. Hoy estamos escribiendo un importante capítulo -seguramente no el último- de esa historia revelada de las intenciones de Dios para la gente de California. Celebramos la consagración litúrgica del altar y de la Catedral de Nuestra Señora de los Angeles en la más diversa y decididamente ciudad más cosmopolita de nuestro estado.
Hoy ofrecemos nuestra alabanza a Dios por esta nueva Iglesia Catedral. No estamos aquí reunidos simplemente para celebrar sus méritos arquitectónicos y artísticos, sino para rendir homenaje a Dios y, juntos expresar nuestra gratitud por la inspiración y el arte plasmado en este altísimo edificio. Pero principalmente estamos aquí reunidos para reflexionar más profundamente en el significado de esta Iglesia Catedral.
Acabamos de escuchar las Escrituras que nos invitan a entender la catedral no únicamente en el contexto demasiado general del perfil de la ciudad, sino más profundamente, dentro de la rica tradición de fe, pavimentada como un recuerdo imborrable, en el Camino Real. La tradición nos mueve a considerar tres puntos:
+ Cómo nuestra nueva Iglesia Catedral puede hacernos más conscientes de la presencia de Dios en nuestra vida diaria.
+ Cómo escuchar la Palabra transformadora de Dios puede cambiar verdaderamente nuestra vida y enviarnos a vivir esa Palabra.
+ Qué significa para nosotros, como personas, ser edificados, piedra por piedra, en esa casa espiritual, templo vivo del Señor.
La presencia de Dios
en nuestro medio
(…) Hoy, la Catedral de Nuestra Señora de los Angeles une las diferentes historias de las primeras misiones, las primeras estructuras permanentes construidas en el territorio de California. Ella hunde sus cimientos en el verdadero corazón de la ciudad de Los Angeles, sobre el Camino Real de hoy -actualmente menos pintorescamente llamado Hollywood Freeway- donde ella permanecerá y se elevará como un signo de la presencia perdurable de Dios en nuestras vidas y en nuestra comunidad.
Millones de personas viajan por el Freeway 101 cada año. Espero que la vida de muchos roce con Dios -y algunos cambien profundamente- cuando lancen una mirada a la gran cruz en el lado este o al gran campanario en el lado oeste. El camino que conduce a este punto viene a ser una clase diferente de Camino Real, más cerca de la ruta que los frailes imaginaron al principio, un camino a Cristo nuestro Rey. Muchos automovilistas pueden salir del freeway llevados por el encanto de este altísimo icono de Dios morando con nosotros. Dentro de cada corazón humano hay con frecuencia una sed oculta por su creador. Ningún substituto puede nunca apagar esa sed profunda. A la sombra de su catedral, el obispo de Hipona, San Agustín, escribió: “Tú nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones no encontrarán sosiego hasta que descansen en ti”.
(…) La catedral es nuestra altura. Desde aquí vislumbramos nuestra gran ciudad entre muchas ciudades, el hogar de personas de muchas razas, países y lenguajes. Cuando las personas levanten sus ojos hacia esta altura, desde sus diferentes alturas en los rascacielos de las oficinas del centro, o desde alguna perspectiva a lo largo de Temple o Grand, o desde alguna de las muchas autopistas principales que convergen cerca de aquí, alcanzarán con sus corazones aquello que sus ojos han logrado con su mirada. Finalmente ahí está una noble gran iglesia en el corazón de Los Angeles, irradiando hacia el eje cívico y gubernamental, hacia los puntos de importancia comercial, residencial y cultural de nuestra ciudad -todos a horcajadas en lo histórico y la historia- de El Camino Real.
Pero esta catedral debe ser mucho más que un deleite óptico para quienes tienen la oportunidad de contemplar su belleza en las sombras cambiantes del día. Podemos preguntar, con el poeta John Dunne, ¿Para quién doblan las campanas de esta catedral? Para quienes yacen enfermos en USC, el hospital del condado y otros hospitales cercanos y casas de reposo, el repique de las grandes campanas en el campanario será un sonido de consuelo. Para los ancianos y las personas solitarias, que moran dentro del círculo del balanceo de esas campanas, su tañido puede llegar a ser en ocasiones, un eco familiar que evoque recuerdos de alegrías. Para aquéllos que están dentro de las demasiadas y sobre-pobladas cárceles del centro, pedimos que el sonido de esas campanas de la catedral suavice la carga de sus cadenas y les infunda un sentido de paz interior que nadie pueda arrebatarles. Para nuestras sensibilidades católicas, el sonido de las campanas de la iglesia es un claro mensaje de buenas noticias: somos redimidos, a pesar de ser pecadores, y somos convocados por las campanas a una mayor intimidad con Dios.
Todo este esplendor y arte arquitectónico ¿es suficiente para nosotros?
¿Podemos descansar satisfechos con la belleza que se levanta desde este lugar? Debemos responder un enfático “NO”. La catedral no fue construida como una clase de tesoro cultural. Como un símbolo vibrante del hábitat de Dios en nuestra ciudad, esta forma exterior debe encontrar un eco en las gracias interiores de un pueblo que escucha atentamente la Palabra de Dios que viene a nosotros como desafío y consuelo.
El efecto transformador
de la Palabra de Dios
(…) La Palabra de Dios es fructífera cuando verdaderamente nos transforma. En el evangelio de hoy, Zaqueo personifica esta fe transformante. Igual que algunos pocos, él llegó a tener un contacto personal con Jesús, la verdadera Palabra, el Hijo de Dios. Este encuentro sacudió marcadamente a Zaqueo. Él recibió a Jesús en su casa, a pesar de las burlas y el ridículo de quienes se creían justos y lo menospreciaban tratándolo como a un extranjero. Zaqueo se da cuenta de que su vida pasada está en marcada contradicción con la persona de Jesús frente a quien se siente urgentemente atraído. Con espontánea gratitud ofrece voluntariamente: “Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres, y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo”. (1).
Esta catedral existe para efectuar en nosotros una transformación extraordinaria. (…) Sólo un encuentro personal profundo con la Palabra de Dios puede lograr esto. No es suficiente que solamente escuchemos la Palabra de Dios aquí, o que tomemos nota de ella como “interesante”. En cambio, igual que Zaqueo, que esa mañana no tenía la más vaga idea de recibir a Jesús en su casa ese día, así nosotros también debemos acoger la Palabra y permitirnos ser transformados por ella.
Sólo cuando eso ocurra, esta majestuosa catedral comenzará a cumplir el sueño y a satisfacer las expectativas que hemos tenido desde sus comienzos. Solamente cuando eso suceda, habrán valido la pena todos los esfuerzos, luchas y recursos puestos para hacer esta catedral una realidad. (…)
Cuando la Palabra transformadora de Dios se arraiga en nuestra vida, la luz de Dios puede brillar sobre nuestro corazón. Como el salmista ora tan ardientemente: “En tu luz vemos la luz” (2). Una de las características más llamativas de este edificio está adelante, cuando los rayos del sol juegan en el interior de la catedral, resaltando los matices de los colores y la estructura, reflejándose en el alabastro que ata este espacio. Esto evoca una conciencia de la brillante luz del amor de Dios que nos inunda y nos baña con su calidez y su curación.
Nadie debe dejar este lugar sin haber sido tocado por la Palabra de Dios que rehace. Una familia de viaje, turistas, choferes de camiones de carga o un transporte colectivo de compañeros de trabajo en el Hollywood Freeway; una persona solitaria o un grupo pequeño que venga a orar; personas en el vecindario para quienes este será su lugar regular de celebración -su iglesia local es una gran catedral- cada uno sentirá el toque y la presencia de Dios y estará abierto a Su luz, tocando los más profundos lugares de su interior, la geografía de sus propios corazones.
La Palabra de Dios siempre nos llama a ir más allá de nuestros miedos y limitaciones, a tomar riesgos que nos modelan más y más en la imagen de Dios. Cualquiera que venga aquí, debe continuar su jornada con un espíritu reabastecido de respeto por todas las demás personas, de manera especial, dando gracias por el don de la diversidad étnica en este gran centro urbano. En este espacio no se van a encontrar rastros de discriminación o de racismo, El templo de Dios es una casa para todas las gentes. Todos están invitados al banquete. Nadie está excluido a causa de su raza, color, género o nacionalidad. Ni tampoco -como nos enseña Zaqueo- este es un lugar sólo para los que se encargan de mantener cada uno y todos los detalles de la ley.
Estén seguros de que el Evangelio de la Vida será proclamado aquí en su plenitud, y cada vida humana, desde sus primeros momentos de vida hasta su vejez, encontrará en este lugar nutrición y respeto. Aquí trabajaremos juntos para sanar las diferencias, ya sea entre miembros de la familia, compañeros de trabajo o sectores en la ciudad. Las grandes catedrales han sido edificadas por los oficios y amorosas habilidades de incontables artesanos, muchos de ellos anónimos. Aquí nos esforzaremos por llegar a ser diferentes clases de artesanos, de paz y buena voluntad, forjando enlaces entre los diferentes grupos.
Tocados por la Palabra de Dios, sentimos que somos interdependientes, un pueblo, una comunidad. Todos debemos obtener beneficios de nuestra generosidad y adquirir el poder para compartir las buenas cosas por las cuales Los Angeles es conocida en todo el mundo. La Palabra de Dios nos llama: a que nadie sea excluido; un vecindario no debe ser separado de otro por muros. Los dones recibidos dentro de estas paredes deben rebosar cuando dejemos este espacio.
Un pueblo edificado dentro
de una casa espiritual
Una catedral logra su destino cuando el misterio de la Iglesia se vive plenamente: en la reunión del Pueblo de Dios, en la celebración de la Eucaristía y la vida sacramental de la Iglesia. Cada Eucaristía es tanto una reunión como un envío, y ambos son solamente posibles con la previa acción de Dios.
(…) Dios continúa edificando la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, como una ciudad santa, animada por el Espíritu y unida con el cemento del amor” (3). Los 135 hombres, mujeres y niños visibles a lo largo de las paredes de la nave, nos sirven como modelos. Los santos y bienaventurados nos invitan a ser siempre más fieles en nuestro discipulado con el Señor Jesús, mientras vamos hacia delante con ellos hacia la plenitud del Reino. El poder de llegar a ser una nueva casa espiritual del Señor, fluye de la Palabra de Dios, pero solamente como potencia, esa gracia emana de la celebración de la Eucaristía. El poder de la Eucaristía está expresado simbólica y espiritualmente mediante los círculos en el suelo de piedra concéntrica que comienzan en la base del altar y eventualmente envuelven a cada uno en la catedral.
Cuando salimos de la catedral, encontramos la plaza o Cathedral Square, una parte vitalmente importante de este terreno santo. Santo Tomás Moro, recordamos, situó su Utopía, su conversación sobre una ciudad más humana y justa, en la Plaza de la Catedral, delante de la altísima catedral en Antwerp. En nuestra Plaza de la Catedral, los sueños de vida cooperativa -aun con aquéllos que nunca se acercan a la puerta de la catedral- caminarán por las piedras de la plaza. Unida a las Plazas de Catedrales a través de los años, y por todo el mundo, es desde nuestra plaza que vamos adelante, forjando eslabones para el comercio, en las ferias y puestos de venta; enlaces para la política, en las voces preocupadas por una sociedad más justa. La plaza es un lugar para el diálogo al aire libre acerca de la grandeza que nosotros, juntos, podemos lograr como ciudad.
Los enlaces entre las clases sociales también son fortalecidos. El gran obispo San Juan Crisóstomo insistía en que los ricos alternaran con los pobres en la plaza, expresando la unidad celebrada en la Eucaristía. Estamos unidos también en aquellas celebraciones que nos recuerdan que Dios es glorificado cuando la familia humana está plenamente, aun de manera juguetona, viva: en las fiestas y dramas religiosos fuera de los peldaños de la catedral. Aquí en Los Angeles hemos construido una espaciosa plaza que demuestra la relación de la catedral con los anhelos de nuestra gran ciudad. Escuchando las palabras: “La Misa ha terminado. Vayan en Paz”, somos enviados a ser levadura y una luz para el corazón de esta ciudad, de cada ciudad. Es el Espíritu de Dios, Espíritu de Cristo, que nos mueve a hacer más en y a través de nosotros de lo que hubiéramos podido jamás pedir o imaginar.
Conclusión
Es uno y el mismo Espíritu que condujo a los franciscanos en el siglo 18 a evangelizar California, llevando el mensaje del Evangelio mientras recorrían el Camino Real. Este es el Espíritu de Dios, Espíritu de Cristo, que ha desafiado y consolado generación tras generación de católicos en todo el Sur de California, y hoy nos ha reunido aquí para la liturgia de consagración de la Catedral de Nuestra Señora de los Angeles.
Es el mismo Espíritu quien se mueve en nuestros corazones mientras nos preparamos para hacer la Profesión de Fe por primera vez en la catedral, nuestras voces levantadas en la proclamación de una fe viva desde el tiempo de la iglesia apostólica hasta ahora, en este tiempo y en este lugar. Dejemos que nuestra proclamación haga eco hasta los confines de la tierra: Creemos en una sola, santa, católica y apostólica Iglesia. Nos ponemos de pie en medio de esa bendita comunión de santos, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, heroicos y humildes, cuyas virtudes han sido cantadas o no, mientras nos preparamos a invocar sus nombres en la letanía. Santificando el altar con las reliquias de los santos y bienaventurados, estamos recordando sin cesar la fe de aquéllos que se han ido antes que nosotros, guiándonos hacia delante, intercediendo por nosotros y fortaleciéndonos en nuestro llamado a la santidad.
Y al elevar nuestros corazones en la oración de consagración del altar de la catedral, entramos más plenamente en el misterio de la Iglesia de Cristo, una Iglesia fructífera, santa, favorecida y elevada. La Iglesia es el verdadero Cuerpo de Cristo -miembro por miembro- un sacrificio vivo de alabanza a la gloria de Dios Padre. Transformados por la Palabra, fortalecidos por la celebración de los sacramentos, nosotros, el Cuerpo, nos convertimos en una casa espiritual, un templo vivo del Señor, más radiante todavía que el lugar santo donde estamos, y aún más resplandeciente que la grandeza que hoy contemplamos. A partir de este día, las piedras de este edificio cantarán, repitiendo a través de los años, hablando del amor y la justicia (4), a través de la vida de todos los que vienen y van desde esta “casa de oración para todos los pueblos”. (5). VN
(1) Lucas 19, 8
(2) Salmo 36, 10
(3) Prefacio, Rito
(4) Salmo 101, 1
(5) Isaías 56, 7
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