EL AMOR NO CONOCE FRONTERAS

EL AMOR NO CONOCE FRONTERAS

La fe de una madre por tener en sus brazos a su hijo no tiene límite. Ésta es la historia de Roxana y Adán, una ‘lección de vida’ para las familias migrantes y los políticos. Su caso es un ejemplo del ‘martirio materno’ con un final feliz.

Por SILVIA GALDÁMEZ

“Te amo mucho, que Dios te acompañe y espero verte pronto”, fue el último mensaje de texto que la madre le envió a su hijo antes de que éste cruzara el Río Bravo de camino a Estados Unidos.

Este paso fue el último eslabón del vía crucis que padeció madre e hijo en su afán de lograr la reunificación familiar en tierra estadounidense.

La mamá, Roxana, dejó de ver a su hijo Adán cuando tenía ocho meses. La violencia doméstica que le propinaba el progenitor de su hijo la hizo huir de su país de origen, El Salvador.

Ella le confió a Dios sus planes y esperó con fe el reencuentro con su hijo. Ella creyó siempre en las palabras de San Pablo de que el “El amor es paciente y bondadoso…Todo lo sufre…Todo lo espera”.

“Desde que llegué a este país comencé a trabajar duro con el único propósito de traerme a mi hijo lo antes posible”, confiesa Roxana, quien admite que su única fuerza ha sido su fe y la oración. En palabras del Beato Oscar Romero, este sería un ejemplo del “martirio materno…de ir dando la vida poco a poco como hace una madre por su hijo”.

Y este hijo, Adán, también tuvo fe y luchó por reencontrase con su madre. “Quería ver su cara y comprobar que era la misma con quien hablaba casi todos los días por teléfono”, relató el niño que ahora tiene 11 años.

Adán asegura que desde que tiene uso de razón no hacía más que desear con todo su corazón estar en los brazos de su madre y tener una familia, ya que “en la familia está la madre”, diría el Papa Francisco.

“Lo único que me animaba a hacer los viajes para Estados Unidos era conocer a mi mamá en persona”, dice Adán, quien ahora está listo para comenzar su sexto grado.

“Tenía tanta ilusión de ver a mi mamá que cuando pasé de nuevo la frontera de Guatemala y El Salvador supe que no lo lograría y me entristecí mucho”, recuerda Adán sobre su segundo intento en 2015.

Él pasó por el río limítrofe entre México y Estados Unidos en su tercer intento de llegar hasta los brazos de su madre. “A ella sólo la había visto por video llamadas desde que estaba muy pequeño”, dice de su progenitora, quien lo dejó bajo el cuidado de una de sus hermanas.

‘La tercera es la vencida’

Siguiendo el deseo de su corazón y apoyado por su mamá, Adán hizo su primer intento de cruzar la frontera a los siete años. “Tenía tanta confianza de llegar donde mi mamá que nunca pensé que los oficiales de migración nos agarrarían en territorio mexicano”, recuerda el menor.

Este primer intento lo hizo en compañía de una persona conocida y de otras 50 más, muchos de ellos niños como él. “En esta ocasión, nos atraparon porque el camión en el que nos traían se arruinó muchas veces y cada vez que esto pasaba, nosotros caminábamos por los arbustos para no perder el tiempo”, dice.

“Estuvimos en una casa hogar en México por dos meses y cada día que pasaba, perdía más la esperanza de llegar a Estados Unidos. Cuando supe que nos enviarían de regreso a El Salvador por avión, me dio más miedo por lo que sabía de los accidentes aéreos”, relata Adán.

Al siguiente año, en 2015, Adán cuenta cómo fue su segundo intento por cruzar hacia esta nación. “Esta vez tenía menos esperanzas pero viajaba más seguro ya que mi tía y cuatro de mis primos venían conmigo. El problema fue que la persona que nos traía nos abandonó en un motel de Guatemala”.

Él cuenta que pasaron 12 días abandonados en Guatemala y que ahí no tenían nada que comer ni dinero para proseguir el camino hacia su destino deseado. Finalmente, las autoridades guatemaltecas los enviaron a su país de origen.

Roxana recuerda muy bien todo lo que su familia padeció en este país, “aguantaron hambre, maltrato y falsas acusaciones por parte de las autoridades guatemaltecas, quienes pensaban que se trataba de un caso de tráfico de menores”.

No obstante los esfuerzos fallidos y los maltratos sufridos durante los dos primeros viajes, Adán creyó que la tercera era la vencida, y acertó.

Por fin, en julio de 2016, realizó su último y definitivo viaje hasta esta nación. Esta vez viajó con un grupo de personas desconocidas durante un mes.

Pero según cuenta, él nunca se sintió solo. “En el grupo que venía conmigo conocí a tres niñas adolescentes que me trataron muy bien, como a un hermano, y me acompañaron hasta que nos entregamos a los oficiales de Migración en Texas”.

“Antes de cruzar en barco el Río Bravo, teníamos que tirar al agua los teléfonos que nos habían dado, por eso nunca leí el mensaje que me envió mi mamá sino hasta que me lo leyó cuando me reuní con ella”, dice Adán acerca del último mensaje fallido que recibió en tierras mexicanas.

“Recuerdo que después de dos semanas de trámites, me enviaron de Arlington, Texas, a Houston, y luego, al aeropuerto de Los Ángeles, donde me esperaba mi mamá”. Él recuerda que llegó un 4 de agosto de 2016 y que ese día fue el más feliz de su vida.

Un final feliz

 “Desde que me reuní con mi mamá somos una familia feliz. Y ahora nuestra familia es más grande, ya que ahora tengo un verdadero papá y una hermanita”, dice el menor.

Pero este final feliz es sólo uno entre los miles de casos de familias inmigrantes que buscan y luchan por la reunificación de sus familias. Muchos de los niños que llegan solos a las fronteras estadounidenses no corren la misma suerte de Adán, debido a los constantes cambios de las políticas de trato hacia los inmigrantes.

En este sentido, vale la pena retomar lo que el Papa Francisco ha dicho en más de una ocasión sobre el papel de las madres en la familia, Iglesia doméstica, y en la sociedad.

“Una sociedad sin madres sería una sociedad deshumana, porque las madres siempre saben testimoniar incluso en los peores momentos, la ternura, la dedicación, la fuerza moral”, dijo su Santidad durante una catequesis en la Audiencia General de los miércoles en Roma, en 2015.

Para Roxana, su decisión de traerse a su hijo de El Salvador para Estados Unidos, donde ella vive desde 2008, ha sido la decisión más difícil de su vida.

“Yo era consciente de que en cada intento por traerme a mi hijo ponía su vida en peligro, pero confiaba tanto en Dios que nunca dude de que Él me iba a conceder el deseo de mi corazón”, dice Roxana.

Está segura de que su fe y la perseverancia de ella y de su hijo son un fiel testimonio de que todo se puede superar: la violencia doméstica, la dureza de corazón de los políticos y la separación de las familias inmigrantes.

Según explica la abogada que lleva el caso de Adán, Linda Dakin-Grimm, después de un año de ir y venir de las citas con los jueces, ahora sólo están esperando el turno para someter la aplicación de residencia de Adán. Será el Servicio de Inmigración (ICE) el que tendrá la última palabra. VN

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