AMAR A JESÚS Y HACERLO AMAR   Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

AMAR A JESÚS Y HACERLO AMAR   Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

Arzobispo de Los Ángeles

Desde el principio de su pontificado, el Papa Francisco nos ha estado llamando a volver al ideal de la santidad, a realizar la vocación que tenemos de transformarnos en “santos de la vida cotidiana”, como dice él.

El llamado universal a la santidad fue la enseñanza central del Concilio Vaticano II y el Papa Juan Pablo II dijo que la “urgencia pastoral” de la Iglesia en el siglo XXI es el “proponer de nuevo… este «alto grado» de la vida cristiana ordinaria”.

Y Francisco ha tomado en serio esta urgente tarea.

“No tengas miedo de la santidad”, escribió él. “No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser”.

En “C’est la confiance” (“Es la confianza”), su nueva exhortación apostólica, el Santo Padre nos invita a reflexionar sobre el testimonio de Santa Teresa de Lisieux.

Éste es un documento inspirador, escrito como una antigua catena, como una hermosa “cadena” de las ideas espirituales más importantes de la santa.

Como señala ahí el Santo Padre, Teresa es una santa que tenía pocas probabilidades de llegar a serlo. Ella fue una joven francesa común y corriente del siglo XIX que pasó de la comodidad de su hogar burgués a un convento carmelita de clausura a la edad de 15 años, en el cual moriría de tuberculosis nueve años después.

De hecho, era tan común y corriente que, cuando estaba agonizando, una de sus compañeras carmelitas se preguntaba en voz alta qué podría llegar a decir la madre superiora en un panegírico sobre ella: “Por muy agradable que sea esta hermanita, ciertamente no ha hecho nada que valga la pena de ser contado”.

Pero como nos recuerda Francisco, Teresa es una de las “santas más conocidas y más amadas” del mundo.

Con su “banalidad”, Teresa pone de manifiesto que la santidad está al alcance de todos nosotros. Todos podemos tener una amistad profunda con Dios y todos podemos vivir esa amistad de una manera sencilla en el curso de nuestra vida cotidiana.

Teresa nos enseña que la santidad no consiste en realizar grandes y heroicas hazañas en el mundo. La Santidad significa sencillamente el ponerse en las manos de Dios, hacer de Jesús el centro de tu vida y permitirle a él obrar en ti y a través de ti.

Teresa decía en su oración: “Oh, Dios mío, ¡Trinidad Bienaventurada!, deseo amarte y hacerte amar… Deseo cumplir tu voluntad perfectamente. … En una palabra, deseo ser santa”.

Teresa quería ser santa y sabía que con la gracia de Dios podía llegar a serlo.

Como Francisco señala, esta confianza en el amor y en la misericordia de Dios es la clave de la espiritualidad de Teresa, y muy especialmente de su “‘caminito’, ese camino de confianza y de amor, también conocido como el camino de la infancia espiritual”.

La santidad empieza cuando llegamos a conocer y a creer en el amor que Dios tiene hacia nosotros.

Cuando llegamos a darnos cuenta de que somos tan apreciados por Dios que él envió a su Hijo único para que muriera por nosotros en la cruz, entonces toda nuestra vida se convierte en una respuesta a ese amor.

Teresa hizo de su vida una ofrenda de amor a Dios y nosotros también podemos hacerlo. Así como ella, nosotros también podemos hacer todo por amor, por amor a Jesús y para hacer que lo amen.

La santidad no consiste en alejarse del mundo; al contrario. Conforme vamos creciendo en la santidad, nuestra vida se vuelve más fructífera, más apostólica, más misionera.

Cuando nos proponemos llegar a la santidad, no podemos quedarnos satisfechos con abandonar a los demás pues sabemos que hemos encontrado la salvación en el amor de Dios y que no podemos descansar hasta que toda alma conozca su amor salvador. Al final —decía Teresa— el amor será lo único que contará.

En una de sus meditaciones, Teresa se imagina a sí misma sentada a la mesa con el Señor,  en compañía de muchos pecadores. Ella le pide perdón por los pecados de ellos, y promete que nunca se levantará de esta mesa, que nunca dejará de orar por sus almas, hasta que Jesús la llame a casa, al cielo.

“¡Que todos esos que no están iluminados por la antorcha de la fe, la vean, por fin, brillar!”, pedía ella.

Con mucha frecuencia pensamos en la Iglesia en términos de acciones, programas, ministerios y eventos. Y Teresa nos recuerda la fuerza que puede tener nuestro testimonio silencioso, nuestra oración y nuestra intercesión. Así es como los santos salvan a las almas y cambian al mundo.

Imagínense qué diferente podría ser el mundo si tan sólo amáramos a los demás como Jesús los ama, si tan sólo viéramos a los demás como él los ve, es decir, como almas amadas por Dios, como hijos de un Padre celestial, como otros pecadores como nosotros que están también llamados a ser santos.

Oren por mí y yo oraré por ustedes.

Y pidámosle a Santa María, la Reina de Todos los Santos, que ella nos ayude a recorrer el caminito de la santidad y a llegar a ser santos, amando a su Hijo y haciendo que los demás lo amen, y atrayendo a los demás a Dios por medio de nuestro amor. VN

DE INTERÉS

El Arzobispo Gomez le invita a que visite y comparta su nuevo sitio web: TheNextAmerica.org, un recurso para informarse sobre la reforma migratoria y participar en ella.

Los escritos, homilías y discursos del Arzobispo se pueden encontrar en ArchbishopGomez.com

Siga las reflexiones diarias del Arzobispo Gomez en Facebook y Twitter.

 

 

Share