FAMILIA DE SACERDOTES

El llamado de Dios se deja oír a cualquier edad. En el caso de la familia Romero: dos hijos se inclinaron por el sacerdocio cuando jóvenes, su padre lo hizo tras quedar viudo

Es ley de vida que los padres encaminen a sus hijos en la vocación, pero Dios no tiene por qué seguir esa regla. Lo revela el caso de la familia Romero, en la cual dos hijos se encaminaron al sacerdocio con la ayuda de los padres y, a su vez, después de enviudar el padre siguió la vocación con el apoyo de sus dos hijos para formar una “familia de sacerdotes”.

Gilberto y Juan Romero ya eran sacerdotes cuando su padre, Tobías, decidió ingresar en la Congregación de los Padres Claretianos años después de quedarse viudo. Para ello contó con los consejos y el apoyo de sus dos hijos, sacerdotes de la Arquidiócesis de Los Ángeles.

Los Romero se criaron en una familia “muy católica”, según cuenta a VIDA NUEVA el padre Gilberto Romero. Sus raíces se encuentran en la hermosa tierra de Taos, en Nuevo México. La familia, conformada por sus padres, Tobías y Claudia, el hermano mayor Toby, Gilberto y el menor, Juan, rezaban el rosario juntos todos los días después de la cena. A esto y a la gran fe de su padre atribuye el hoy padre Gilberto su vocación para dedicarse al sacerdocio, en el que este año celebra sus Bodas de Oro.

“La familia era muy religiosa. Mi papá también iba a Misa cada día y a veces sirvió como monaguillo. Vivíamos como a dos o tres cuadras de la iglesia. Además, siempre fuimos testigos del amor que existía entre papá y mamá. Recuerdo que tenía como 8 ó 9 años cuando descubrí que existía el divorcio, porque un amigo de la escuela primaria nos dijo que sus padres se iban a divorciar. Yo le pregunté: ‘¿Qué es el divorcio?’, y me lo explicó. Nosotros no vimos eso, porque en nuestra casa éramos una unidad: padre, madre e hijos”.

ESTUDIOS

Corría el año 1943 y la familia Romero tuvo que trasladarse íntegra a Los Ángeles por motivos de trabajo. El padre vino a trabajar en la compañía Lockheed Aircraft y todos vinieron con él. “Yo tenía 7 años y fui a la Escuela Católica del Sagrado Corazón en Lincoln Heights. Pertenecimos a esa parroquia algo así como 50 años”, dice el padre Gilberto recordando sus estudios primarios en Los Ángeles.

Terminado el octavo grado, pasó al seminario menor, llamado entonces Los Angeles College, ubicado entre la calle 3 y Detroit, donde se quedó cuatro o cinco años. Después pasó a otro junto a la Misión de San Fernando y pasados seis años al seminario mayor, en San Juan de Camarillo. Juan, el menor de los hermanos, siguió sus pasos, entró al seminario dos años después de Gilberto. El mayor, Toby, también pasó dos años en el seminario, pero decidió salirse para entrar en la Fuerza Aérea.

Después de pasar 6 años en Camarillo, el padre Gilberto fue ordenado como sacerdote en 1961 en la Catedral de Santa Vibiana, en Los Ángeles, por el Cardenal Arzobispo James McIntyre. Su hermano Juan lo fue en 1964.

MUCHO PARA HACER

La labor sacerdotal del padre Romero comenzó en San Anastasio, en Long Beach, pero ya desde sus años en el seminario y después sintió un gran interés por estudiar la Biblia con más profundidad y este interés lo llevó a Maryland, a un seminario menor donde se dedicó a la enseñanza. Pero también tenía que cumplir labor de parroquia y para ello volvió a Los Ángeles, sin olvidar ni descartar su idea de enseñar y seguir aprendiendo. Tiempo después consiguió un doctorado en Sagrada Escritura, en Princeton, New Jersey, y esta vez su labor de maestro lo llevó a tierras lejanas, a Trujillo, en el Perú, donde enseñó el Antiguo Testamento en el seminario mayor de San Carlos y San Marcelo. Esta labor intelectual la combinaba con viajes a Israel para participar en excavaciones arqueológicas.

Hoy día, el padre Gilberto ha reducido un tanto el ritmo de sus actividades y viajes. Hace algunos años sufrió una embolia que le dejó el lado derecho paralizado y lo limitó un tiempo a una silla de ruedas. Ahora camina con la ayuda de un bastón, pero dice que necesita la ayuda de algún ministro eucarístico al momento de dar la comunión por lo difícil que le resulta levantar la mano. Hoy en día, un tanto recuperada la movilidad normal, sigue perteneciendo a grupos oficiales de biblistas profesionales. Este verano tiene planeado dar una presentación en la asociación de biblistas católicos. Además, ha escrito un libro y varios artículos, sin por ello descuidar sus labores de parroquia: cada semana brinda servicio en la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario, en Paramount. Además, el padre Gilberto viajará en junio a su tierra, Taos, en Nuevo México, para celebrar con familiares y amigos sus Bodas de Oro como sacerdote.

‘MI HIJO, EL PADRE’

El padre Gilberto recuerda para VIDA NUEVA cómo fue que su padre, Tobías Romero, decidió tomar los hábitos después del fallecimiento de su esposa.

“Él había leído un artículo en una revista acerca de un hombre que entró en el seminario después de que su esposa había fallecido y pensó en hacer lo mismo. Así fue. Era muy conocido entre los claretianos y los pasionistas, pero se decidió por los claretianos”, relata el padre Gilberto, quien cuenta que cuando Tobías Romero decidió entrar en el seminario le dijo a sus hijos un simple: “Yo quiero ser sacerdote”.

“Primero, para aclarar su decisión le hicimos varias preguntas, pero por fin le dimos nuestro apoyo, como él hizo con nosotros cuando éramos seminaristas. Recuerdo haber ido a reuniones y escucharlo decir medio en chiste sobre nosotros: ‘Éste es mi hijo, el padre’”.

El padre Tobías Romero tuvo su última asignación a la Misión de San Gabriel y falleció cuando estaba en esa parroquia. Se ordenó a los 61 años y falleció antes de cumplir sus bodas de plata sacerdotales, en 1996.

VIDAS PARALELAS
El padre Gilberto supo identificar sus talentos al momento de decidirse por la vida como sacerdote. Su padre lo hizo después de una vida en familia.

El padre Gilberto se decidió a enseñar y lo hizo en una universidad y también viajó a varios países. Su padre se graduó en 1973 de la Universidad de San Francisco.

El padre Gilberto se ha dedicado a escribir sin dejar de lado celebrar Misa y oír confesiones. Su padre fue asignado a La Placita, donde acuden miles de personas a oír Misa todos los domingos.

El padre Gilberto ha sabido identificar y usar sus talentos. Su padre también supo identificar y usar los suyos en cuanto a organización y finanzas.

Estos dos sacerdotes son ejemplos de que la vida sacerdotal no tiene que estar restringida —como algunos jóvenes piensan— a decir Misa, escuchar confesiones y administrar los Sacramentos, y que la edad y lo vivido no importan cuando la vocación es verdadera. “Mi hermano y yo comenzamos cuando jóvenes; mi papá cuando ya era hombre viudo y con hijos”.

“Los jóvenes que creen que la vida del sacerdote es aburrida, se equivocan. Creo que depende de los talentos que tiene el individuo. Esos talentos se pueden aprovechar en el Ministerio al pueblo. Siempre hay un tipo de Ministerio porque las necesidades son diferentes. No sólo se tiene que dedicar a administrar una parroquia, a oír confesiones o a hacer misa. Hay muchas cosas que hacer. Primero se deben identificar los talentos y luego se les debe proyectar en su trabajo”.

Para finalizar, el padre Gilberto Romero aconseja a cualquier joven que esté pensando en el sacerdocio que tenga madurez, que lleve una vida religiosa. “Que sepa comunicarse con Dios a nivel personal, que sepa mantener una forma de comunicación con el Señor. Lo que debe tener sobre todo es una idea de servir a los demás. Creo que los jóvenes sí tienen esa idea de servir a los demás. Servir a los demás es muy importante, como hizo Jesús en su vida. No hay más que leer los Evangelios para saber cómo trató Él al pueblo, con compasión, entendimiento, justicia; siempre pensando en lo mejor para el otro”. VN

NOTAS

“Hace 20 años fui capellán en una universidad y decidí llevar a un grupo de estudiantes a Perú para que tuvieran esa experiencia de estar en un país del Tercer Mundo, porque aquí en Estados Unidos todo parece muy fácil. Se presiona un botón y todo funciona. Allá el botón no funciona, o no hay botón. Fue una buena experiencia. Lo que recuerdo y me impresionó fue que todos tenían ese sentido de servir a la otra persona. Si uno tiene esa disposición, lo puede hacer. Hay oportunidades, pero primero hay que saber cuáles son sus talentos. No hay uno solo camino. Hay varias formas”.

Padre GIBERTO ROMERO
50 años en el sacerdocio

PREGUNTITAS:

Comida: “No puedo comer puerco. Algunos sacerdotes me dicen en bromas que, como fui el jefe de la Oficina Arquidiocesana de Asuntos Interreligiosos Ecuménicos y trataba mucho con los judíos, dicen que es parte de la razón, pero es cosa de digestión. En comida mexicana: enchiladas, tacos, frijoles, ensalada, fajitas”.

COCINAR

“Como no tuvimos hermanas, mi mamá nos enseñó cosas así. ‘¿Quién sabe qué va a pasar?; mejor es que sepan todo eso, cómo cocinar, planchar, lavar ropa. Yo tengo varias recetas de mi mamá que de vez en cuando utilizo”.

DEPORTES

“Me gustaba el basketball antes. Jugaba antes, pero después de la embolia ya no puedo. [Me gusta]El tenis”.

TIEMPO LIBRE

“No hay tiempos libres. Para mí las mañanas son los tiempos mejores para hacer cosas tranquilas. Por ejemplo, escribir artículos, preparar las homilías (celebra Misa cada domingo en varias iglesias). En la tarde también tengo citas con doctores y hago compras para la comida”.

“Para ayudarme estoy tomando cursos de Tai chi. Éste ha sido muy beneficioso para mí; he notado una mejora en mi salud poco a poco. Puedo hacer cosas ahora que no podía hacer antes”. VN

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