MARÍA Y LAS LECCIONES DE INFANCIA ESPIRITUAL
Inmediatamente después de que el Papa Juan Pablo II me eligió para ser su arzobispo, acudí tan pronto como pude a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México. Hice esa peregrinación porque quería hacer un acto de entrega y amor, tenía un fuerte deseo de poner mi ministerio en San Antonio y a mí mismo en las manos de nuestra Santa Madre.
Orando en su basílica, pude experimentar una hermosa sensación de paz y alegría. Era la alegría de un niño. Podía sentir que María estaba conmigo; podía sentir su calor y su amor de madre por mí.
El mes pasado, cuando me enteré que los dejaría para ir a Los Angeles, después de que colgué el teléfono con el Nuncio Apostólico, la primera cosa que vi fue un cuadro de Nuestra Señora de Guadalupe que estaba colgado en el pasillo, y sentí el mismo consuelo de su amor y protección maternal.
Conozco esas emociones desde que era pequeño. Pero en tiempos como estos, de momentos decisivos en mi vida y en mi ministerio, he sido bendecido con la gracia de experientar su amor aún con mayor certeza.
Para mí el rostro de nuestra Santa Madre ha sido siempre el rostro de Nuestra Señora de Guadalupe. Al crecer en Monterrey, teníamos sus imágenes rodeándonos por todos lados. Aun antes de que tuviéramos la edad para poder expresar nuestras emociones con palabras, podíamos ver en sus ojos negros toda la compasión del amor maternal de María por nosotros.
Mis padres nos enseñaron, a mis hermanas y a mí, que teníamos una madre en la tierra y una madre en el cielo, que era la Madre de Jesús. Ella era nuestra madre querida de Guadalupe, quien siempre nos cuida.
Cuando mis padres me enseñaron a amar a Jesús, me enseñaron también a amar a su Madre; y yo he intentado compartir con ustedes mi amor filial por María durante los últimos cinco años.
María es muy importante tanto para el plan de salvación de Dios como para nuestras vidas espirituales.
Jesús dijo que para entrar al reino de Dios debemos hacernos como niños. (Mt 18, 3). Esto es parte del “duro lenguaje” de Jesús; no estamos seguros sobre cómo interpretarlo. (Jn 6, 60). Todos nosotros ya hemos crecido y tenemos grandes responsabilidades en el mundo, ¿cómo así quiere que nos hagamos como niños? Es que él está hablando de infancia espiritual; la actitud de aquellos que se saben hijos de Dios.
¡Hemos sido transformados en hijos e hijas de Dios por medio del bautismo! Este es el gran don del amor del Padre que Cristo vino a compartir con nosotros. Y todos nosotros necesitamos crecer y tomar conciencia aún más profundamente de esto.
Estamos llamados a realizar nuestros deberes en este mundo como sus hijos amados, sabiendo que somos parte de su gran plan para hacer de toda la humanidad una sola familia de Dios, en su Hijo.
Aprendemos cómo hacerlo, como Jesús aprendió: en la casa de María. (Lc 2, 5052).
María nos dice mucho en las páginas del Evangelio; pero como buenos hijos debemos escuchar sus palabras y seguir su ejemplo. Ella nos da todo lo que necesitamos para crecer en nuestra comprensión de nuestra filiación divina.
Ella le dice al Ángel en la Anunciación: “Hágase en mí según tu palabra”. (Lc 1, 38). Y me gusta pensar que Jesús aprendió algo de su propia actitud de filial confianza y obediencia, de este fiat, del “hágase” de María, en el que ella se confió totalmente a la voluntad de Dios.
Podemos escuchar la fe de María reflejada en las palabras con las que Jesús enseñó a sus discípulos orar: “Hágase tu voluntad”. Podemos escuchar nuevamente la fe de María en la oración de Jesús en la noche en que le fue requerido morir por nosotros. “Que no se haga mi voluntad sino la tuya”. (Mt 6, 10; Lc 22, 42).
Como Jesús y como María, necesitamos confiar en que nuestro Padre sabe lo que es mejor para nosotros, que él tiene un plan y un propósito para nuestras vidas; necesitamos trabajar arduamente todos los días para dejar de lado nuestro orgullo, nuestras ilusiones, nuestra auto-suficiencia, nuestro egoísmo.
María, nuestra Madre, nos muestra el camino mostrándonos a su hijo. Así como Jesús vino a nosotros por medio de María, nosotros debemos ir a él por medio de ella.
En este mes mariano, en esta semana en que también festejamos a nuestras madres terrenas, abramos nuevamente nuestros corazones a nuestra Santa Madre. Pidámosle su ayuda para seguir a Jesús y para escuchar la llamada de nuestro Padre en las personas que encontramos y en todas las circunstancias que enfrentamos.
Encomendémonos a ella y aprendamos de ella; pidámosle su ayuda para orar y amar como lo hacen los niños. VN
Redes Sociales