“NUESTRAS VIDAS NO SON NUESTRAS”

Nuestras vidas no son nuestras. He estado reflexionando mucho al respecto, desde que supe que los iba a dejar para ser el nuevo Arzobispo Coadjutor de Los Angeles.

No es el futuro que hubiera imaginado para mí. Pero tampoco hubiera podido imaginar todas las bendiciones que recibí siendo su arzobispo durante los últimos cinco años. ¡Nuestro Dios es un Dios de sorpresas, pero también un Dios de bendiciones y de tiernas misericordias!

Y nuestra vida cristiana es siempre una peregrinación en la fe. Esto es igual tanto para un obispo como para todo creyente bautizado. Nuestras vidas no nos pertenecen; ahora pertenecemos a Jesús. Él nos compró con el precio de su sangre, dice San Pablo (1 Cor 6, 20); y nos obtuvo la salvación por una razón: porque tiene un plan para nuestras vidas.

Cristo nos envía a cada uno de nosotros a una misión: ser sus testigos en este mundo. Nos llama para seguirlo, para vivir por la fe y para anunciar al mundo su buena nueva.

Todos conocemos nuestro destino último, el lugar hacia el cual Cristo nos conduce: la casa del Padre, el reino de los cielos y la vida eterna. Y sabemos que él no quiere que vayamos solos; sino que quiere que llevemos a tanta personas como podamos.

Pero no podemos tener certeza más allá de eso. Ninguno de nosotros sabe hacia dónde nos puede llevar el camino del discipulado. Ninguno de nosotros sabe lo que nos pueda pedir el Señor, pues “caminamos en fe, no en visión. (2 Cor 5, 7).

Esta es una de las lecciones de estos cincuenta días del tiempo Pascual. Y fue oportuno haber recibido esta noticia durante este tiempo santo.

¡Me gustan mucho los Evangelios del tiempo de Pascua! No creo que nunca podamos meditarlos lo suficiente. Cada pasaje comienza con los ojos de los discípulos que están cerrados; piensen en los discípulos en el camino de Emaús, en María Magdalena en el jardín del sepulcro; en los apóstoles para que al tocar tierra en la playa están junto a las brasas; en Santo Tomás.

En cada uno de los casos, Jesús viene hacia ellos pero no lo pueden reconocer. Pero después, por medio de su palabra y sacramento, son iluminados. Él llama a María por su nombre y por su palabra, ella es capaz de ver que es aquél a quien ella había estado buscando. Los discípulos de Emaús pudieron reconocerlo “al partir el Pan”, en la Eucaristía: “entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron”. (Lc 24, 31).

A la luz de la resurrección sus discípulos aprendieron a caminar por la fe y no por la visión. Pueden ver que el amor de Jesús por ellos es más fuerte que la muerte; pueden ver que él estará con ellos siempre, en su iglesia y sus sacramentos hasta el final de los tiempos; y pueden ver que nada es imposible si simplemente creen en él.

Pero los relatos pascuales no terminan con el encuentro personal de los discípulos con Cristo resucitado. Cada relato concluye con los discípulos que corren con alegría para anunciar su encuentro a los demás.

Hermanos y hermanas, esta también es nuestra historia. Hemos creído en la palabra de aquéllos que él escogió. Para ser sus testigos. Hemos sido bendecidos pues aunque no hayamos visto, creemos (Cfr: Jn 20, 29); hemos sido llamados por nuestro nombre en el bautismo; lo reconocemos al partir el pan y en el sacramento de la reconciliación.

Y no nos pertenecemos. Él nos ha dado este don de la nueva vida para que lo compartamos con los demás. Cada uno de nosotros somos discípulos enviados desde el sepulcro vacío, para dar testimonio de que el Señor ha resucitado y que anhela liberar a todos de las cadenas del pecado y de la muerte.

Por tanto, sí, estoy triste porque dejo San Antonio, que ha sido mi casa durante tantos años de mi vida adulta. Ustedes son mi familia y los voy a extrañar; y también es cierto que estoy un poco inquieto por el camino que está delante de mí. Voy a una ciudad que es muy grande y que todavía no conozco bien. También sé que a quien mucho se le ha dado, mucho se le pedirá.

Pero al mismo tiempo estoy lleno de alegría, la alegría de esta bella amistad con Jesús, la alegria de saber que camino con él y que todo lo puedo con aquél que me fortalece. (cfr. Flp 4, 13).

Amigos míos, somos peregrinos. Somos misioneros de la alegría de este tiempo Pascual. Por eso estamos aquí; no importa a dónde nos llame nuestro Señor. Recemos unos por otros, para que busquemos siempre hacer la voluntad del Señor con alegría, con obediencia y con toda humildad. VN

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