SAN OSCAR ROMERO, SANTO DEL MUNDO

SAN OSCAR ROMERO, SANTO DEL MUNDO

(fOTO: Una estatua del Beato Óscar Romero sosteniendo un crucifijo se levanta en la plaza de El Salvador del Mundo en San Salvador, El Salvador, donde fue beatificado el 23 de mayo de 2015. / Octavio Durán / CNS

Por DR. J. ANTONIO MEDINA

La Iglesia entera ha recibido con gran alegría el anuncio del Papa Francisco sobre la canonización del Arzobispo Oscar Arnulfo Romero. Por algún tiempo el Arzobispo Romero fue el mártir del pueblo salvadoreño, pero su testimonio de vida y la fuerza de sus palabras lo convirtieron en “Romero de América”, y hoy con emoción podemos decir que es un santo universal.  El 15 de octubre de 2018 durante el Sínodo de los Obispos sobre la juventud, Oscar del mundo será canonizado santo.

Su historia empezó como la de cualquiera de nosotros. Nació en Ciudad Barrios en el Salvador el año 1917. Sus padres fueron Guadalupe de Jesús, ama de casa, y Santos que trabajaba en el telégrafo. De niño Oscar Arnulfo ayudaba a su padre a repartir el telégrafo y a ordeñar las vaquitas que tenían en casa. Pensando en su futuro, su padre lo introdujo en el oficio de carpintero, pero un día un sacerdote que predicó en su parroquia lo invitó al Seminario. Oscar Arnulfo tenía trece años y se fue con él. La situación de pobreza de su familia lo obligó a regresar al pueblo a trabajar por ellos, pero en 1937 pudo regresar al Seminario y continuar sus estudios, esta vez en el Seminario Mayor de San José de la Montaña en la Ciudad de San Salvador.

No sabemos exactamente donde aprendió Oscar Arnulfo la disciplina de estudiar y el amor por la literatura, pero sus superiores vieron en él el talento para la vida intelectual y lo enviaron a Roma a estudiar teología. Fue un estudiante extraordinario y estuvo a punto de obtener su doctorado en teología, pero su perfeccionismo de dar lo mejor de sí, le impidió terminarlo, sin embargo, la huella de su esfuerzo intelectual y la calidad de sus formadores dieron fruto en su vida sacerdotal y episcopal. Sus homilías eran muy bellas, con un cuidado literario extraordinario junto a una fidelidad a la Palabra de Dios. Todo el mundo quería escucharlas, y con el paso de los años se trasmitían por radio y el país entero paraba su actividad para escucharlo. Fue ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942. Después de su tiempo de estudiante en Roma regresó a la Diócesis de San Miguel, donde trabajó por un corto tiempo pues muy pronto fue nombrado secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador, y movió su residencia al Seminario de San José de la Montaña el 8 de junio de 1967.

En aquel tiempo el Seminario estaba a cargo de los padres jesuitas como muchos otros seminarios en el mundo. Allí conoció al Padre Rutilio Grande de la Compañía de Jesús, con quien estableció una fuerte y sólida amistad. El Padre Oscar Arnulfo admiraba el amor del Padre Grande por los más pobres del barrio y el tiempo que dedicaba a evangelizarlos y educarlos.

La convivencia con los padres jesuitas le sirvió para ampliar su perspectiva teológica y pastoral. Si bien en un primer momento le preocupaba que la acción pastoral de la Iglesia tuviera una dimensión demasiado social, entendió que era importante responder a los problemas de la gente desde la fe. No olvidemos que en ese tiempo sólo seis familias poseían la mayor parte de la riqueza que producía el país, el grado de corrupción del gobierno era escandaloso y las fuerzas armadas controlaban la mayor parte de las decisiones políticas del gobierno. Sin embargo, el Padre Oscar Arnulfo se mantuvo al margen de esos problemas y se concentró en acompañar la vida de fe de las comunidades a las que servía. Siempre fue muy devoto de la Sagrada Eucaristía y de la Adoración al Santísimo que promovía en las comunidades cristianas que él acompañaba.

El 21 de junio de 1970 fue consagrado obispo y recibió la asignación de obispo auxiliar de San Salvador. La situación política y social se volvía cada vez más conflictiva en la capital y su vida espiritual también se ponía en crisis al no saber cómo responder a esas realidades. Él era una persona querida y apreciada por los políticos y líderes del poder económico del país, y sentía que su misión era ser pastor de todos. En esa situación podemos considerar que fue para él una bendición ser nombrado obispo ordinario de la Diócesis de Santiago de María, pues esto significaba ir a una diócesis pequeña, rural, fuera de la efervescencia política de la capital. Pero también allí vio las injusticias y los abusos especialmente contra los trabajadores cafetaleros. La gota que derramó el vaso fue el asesinato conocido como “la masacre de Tres calles”, el 21 de junio de 1975, cuando a un grupo de catequistas y fieles después de una reunión de una comunidad de fe, donde también se discutió el tema de las elecciones federales, fueron asesinados por el ejército, aduciendo que eran subversivos comunistas armados, cuando la única arma que les encontraron fue la Biblia.

El Obispo Oscar Arnulfo era amigo personal del entonces presidente de la República, el coronel Arturo Armando Molina, y le escribió una carta muy sentida en la que decía “se me partió el alma al oír el amargo llanto de madres, viudas y niños huérfanos… Se ha atropellado la dignidad y la vida a la que tiene derecho todo hombre, incluso si es criminal, mientras no se le haya sometido a un tribunal de justicia”. Poco eco tuvo su carta, más bien, la represión contra las comunidades de fe aumentó.

El 22 de febrero de 1977, a la edad de 59 años, fue nombrado Arzobispo de San Salvador, algo que ciertamente no deseaba ni tampoco esperaba. Tampoco lo esperaban los sacerdotes de la Arquidiócesis que no veían en él al líder que se necesitaba para confrontar la situación de persecución que sufrían muchos sacerdotes y catequistas de la capital. Pero él aceptó el cargo en su sincero deseo de servir a la Iglesia y de obedecer al Papa. Muy poco tiempo después de su nombramiento fue asesinado su buen amigo el Padre Rutilio Grande (12 de marzo de 1977), cuando se dirigía a celebrar la santa Misa a El Paisnal. Fue masacrado junto a dos campesinos que lo acompañaban. La razón principal es que el Padre Grande fue uno de los más efectivos promotores de la evangelización a través de pequeñas comunidades de fe.

El asesinato de este sacerdote traía un claro mensaje del gobierno federal, era una amenaza a todos los sacerdotes, ésta era la suerte que les esperaba si intervenían en la esfera política, pero el efecto fue el contrario. El Arzobispo Oscar Romero reunió a todos los sacerdotes y les pidió consejo, escuchó sus quejas y clamores, él sólo llevaba unas semanas de Arzobispo, y algo nuevo surgió. Como primer paso, convocó a tres días de reflexión y oración por los mártires asesinados, se cerraron las escuelas católicas por tres días y el pueblo fue invitado a la oración. El gobierno lo vio como una denuncia, pero el Arzobispo Romero entendió que tenía que devolverle la voz al pueblo. Este fue el punto de partida de una pastoral de acompañamiento a través de las pequeñas comunidades, de la catequesis y de la predicación. Fue un momento de Gracia en que el Espíritu inspiró las más hermosas homilías al Arzobispo Romero. Son tantas las frases que pronunció en esos años que muchas de ellas siguen siendo luz y vida para las comunidades cristianas del mundo. Algunas fueron palabras para unir a la familia, otros para animar a la juventud, pero muchas de ellas fueron denuncias proféticas que confrontaban la falta de moral de las autoridades, he aquí algunos ejemplos:

“Estas desigualdades injustas, estas masas de miseria que claman al cielo, son un anti-signo de nuestro cristianismo. Están diciendo ante Dios que creemos más en las cosas de la Tierra que en la alianza de amor que hemos firmado con Él, y que por alianza con Dios todos los hombres debemos sentirnos hermanos… El hombre es tanto más hijo de Dios cuanto más hermano se hace de los hombres, y es menos hijo de Dios cuanto menos hermano se siente del prójimo” (Homilía 18 de septiembre de 1977).

Las victorias que se amasan con sangre son odiosas; las victorias que se logran a fuerza bruta, son animales. La victoria que triunfa es la de la fe. La victoria de Cristo, que no vino a ser servido sino a servir (Homilía 25 de marzo 1978).

“En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el Cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”. (Homilía dominical, 23 de marzo de 1980)

El Mártir Oscar Arnulfo Romero fue un hombre que quiso siempre estar al lado de Cristo, fiel a su Evangelio, y por esa fidelidad hoy es un Santo, un modelo para todos los cristianos. Supo en cada momento de su vida responder a Cristo y entender lo que pasaba a su alrededor; supo leer la Biblia y los signos de los tiempos, y en su corazón hizo la síntesis que le permitió ser fiel hasta dar la vida.

El Arzobispo Romero, Santo del mundo, fue asesinado por una bala de un escuadrón de la muerte, el 24 de marzo de 1980, mientras celebraba la Santa Misa, justamente en la Plegaría Eucarística que nos recuerda que sólo ama al estilo de Cristo el que es capaz de dar la vida, pues una vida que se entrega por amor no se acaba, produce vida eterna, la que él mismo Cristo nos ganó con su cruz y resurrección. VN

Share