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CÓNYUGES SANTOS, FAMILIAS SANTAS: REFLEXIONES SOBRE LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL SÍNODO

(Imagen referencial. Arzobispo José Gomez en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. Fotografía de Victor Alemán / Arquidiócesis de Los Ángeles).

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

Arzobispo de Los Ángeles

 

23 de octubre de 2015.- Al iniciar la última semana de trabajo del sínodo de 2015, el Papa Francisco canonizó a una pareja casada, Luis y Celia Martin, entre cuyos nueve hijos estuvo incluida una doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Lisieux.

Luis y Celia llevaron una vida humilde y escondida, regida por el ritmo de la Misa diaria y de los deberes cotidianos: ganarse la vida, preparar los alimentos y hacer las tareas domésticas, enseñar a los niños, servir a la comunidad, y, simplemente, disfrutar del tiempo pasado juntos como familia. Esta pareja experimentó el amor y la alegría y también el sufrimiento y la tristeza pues cuatro de sus hijos murieron en la infancia.

En su homilía del domingo el Papa Francisco los llamó “esposos santos”.

San Luis y Santa Celia no son rarezas. ¿Cuántas parejas de esposos hay que son santos ocultos de la vida cotidiana, en todo tiempo y en todo lugar de la Iglesia? Hay esposos santos y familias santas en todas partes del mundo hoy en día. Son los hombres y mujeres comunes y corrientes que tratan de vivir fielmente las enseñanzas de la Iglesia y la gracia de sus sacramentos.

De esto se trata el sínodo, de buscar ayudar a los cónyuges en su vocación como esposos y esposas, ayudándolos a afrontar los retos que enfrentan en la sociedad, alentándolos a hacer vida el hermoso plan de Dios para ellos.

En base a la cobertura mediática del sínodo, podemos sentirnos tentados de pensar que las doctrinas y prácticas de la Iglesia son una especie de “estructura” política o un conjunto de “posturas” sobre diversos asuntos. Pero la verdad es que la fe católica no es un programa o un conjunto de reglas. El catolicismo es una visión de la creación, una visión de la persona humana y de la familia humana, una visión que es grande y trascendente.

 

Todo en la Iglesia —todas nuestras enseñanzas, todas nuestras prácticas y disciplinas— fluye de esta visión, que nos ha sido dada por Dios en las Escrituras y en la tradición viva de la Iglesia.

El Papa Francisco ha dicho que al reflexionar sobre la familia, debemos ser “guiados por la Palabra de Dios, sobre la cual yacen los cimientos del santo edificio de la familia, la Iglesia doméstica y la familia de Dios”.

Esto es verdad. Y al entrar en esta última semana del Sínodo, creo que es importante para nosotros mantener estos “cimientos” en mente, para tratar de ver con más claridad la visión de Dios para la familia y para comprender la gran importancia que la familia tiene para el futuro de la Iglesia y de la civilización.

EL SUEÑO DE DIOS

San Pablo dice que el matrimonio es un “gran misterio”.

Este misterio se encuentra, de principio a fin, a lo largo de toda la Sagrada Escritura, desde la unión del primer hombre y la primera mujer en la creación, hasta la fiesta de bodas cósmica de Cristo y su novia, con el advenimiento los cielos nuevos y la tierra nueva, al final de los tiempos.

El Papa Francisco habla del designio del Creador en términos llenos de asombro y admiración. Durante el Consistorio extraordinario del año pasado, él mencionó el “magnífico plan de Dios para la familia”. Y en el Encuentro Mundial de las Familias, en Filadelfia y nuevamente en su homilía de apertura del actual sínodo, llamó al matrimonio el “sueño de Dios para su amada creación”.

Jesucristo reveló este sueño al venir a este mundo a través de una familia humana. La Sagrada Familia de Nazaret nos muestra que cada familia tiene como fin ser un “ícono” de Dios, una imagen de la Santísima Trinidad en el mundo.

Siempre me acuerdo de las hermosas palabras de san Juan Pablo II en Puebla, México, al principio de su pontificado: “Nuestro Dios, en su misterio más profundo, no es soledad, sino familia, ya que tiene en sí mismo la paternidad, la filiación y la esencia de la familia, que es el amor”.

Este es el plan de Dios para la familia humana. Cada familia está llamada a ser una “iglesia doméstica” que refleje la comunión de amor que hay en la Trinidad. Cada pareja casada recibe una vocación: vivir su amor para siempre en un regalo mutuo y total de sí mismos para renovar la faz de la tierra con sus hijos, que son el fruto de su amor y del amor excelso de nuestro Creador. El amor conyugal es para siempre y no puede ser disuelto porque es el signo de la propia alianza de Dios con la creación.

La misión de la Iglesia es continuar el “plan familiar” de Dios para la creación: llamar a los hombres y mujeres de todas las naciones y de todos los pueblos a formar una única familia de Dios, unidos en su Hijo, Jesús.

Por lo tanto, ése es el motivo por el que la Iglesia se tomará siempre tan en serio esos asuntos de la sexualidad humana, del matrimonio, de la familia y de los hijos.

Por eso, la letanía de los grandes mártires de la Iglesia incluye un sinnúmero de hombres y mujeres que murieron defendiendo las doctrinas y prácticas de la Iglesia: Inés y Cecilia en la antigua Roma; Tomás Moro y Carlos Lwanga; los franciscanos martirizados en Georgia durante la evangelización del Nuevo Mundo. Y muchos más.

LA CRISIS DE LA FAMILIA

Algunos de mis hermanos obispos han hecho notar el sentido de urgencia —algunos incluso hablan del sentido de ansiedad— que se ha sentido durante este sínodo. Este sombrío estado de ánimo se encuentra reflejado en el documento de trabajo que ha formado la base de nuestras discusiones durante estas últimas tres semanas.

El Papa Francisco ha hablado frecuentemente acerca de la profunda crisis cultural que está enfrentando la familia. Y en este sínodo se ha sentido como si la familia “tal y como la conocemos” estuviera en peligro de desaparecer, amenazada por fuerzas económicas, culturales e ideológicas.

En la raíz de la crisis de la familia está una crisis de la confianza en Dios, una pérdida del sentido de que él es nuestro Padre y Creador, y de que tiene un plan, un “sueño” para su creación, un plan para nuestras vidas.

La familia actual está amenazada por la misma mentalidad “antropocéntrica” y “tecnocrática” sobre la cual el Papa Francisco nos previene en Laudato Si’, su encíclica sobre la creación.

Esta mentalidad rechaza las “realidades” de la creación y de la naturaleza humana. Todo —la naturaleza, el cuerpo y la mente humanos, las instituciones sociales—, todo se ve simplemente como “materia prima” para ser “diseñada” por medio de la tecnología, la medicina e incluso la ley y las políticas públicas.

Lo que el Papa llama el “paradigma tecnocrático” está latente en las amenazas existenciales que cuestionan a la vida humana y a la familia hoy en día, desde la anticoncepción artificial y la experimentación embrionaria, hasta las manipulaciones quirúrgicas de la feminidad y la masculinidad, requeridas para la “transexualidad”, y la redefinición del matrimonio y las políticas que prevalecen en algunas partes del mundo respecto a la esterilización y el aborto forzosos.

EL CAMINO A SEGUIR

Al confrontar esta amplia crisis cultural de la familia, la Iglesia necesita proclamar una vez más la hermosa verdad sobre la persona humana y sobre el plan amoroso de Dios para la creación y para la familia.

 

“La mejor manera de volver a colocar a los hombres y a las mujeres en su justo lugar… es hablar una vez más de la figura de un Padre creador, que es el único dueño del mundo”, escribe el Papa Francisco en Laudato Si’.

En el centro del plan de nuestro Padre por el mundo, nos encontramos con la pareja y con la familia.

Por eso la Iglesia no puede permitir que el matrimonio y la familia queden reducidos a construcciones culturales o arreglos arbitrarios de convivencia. Porque si perdemos la familia, perdemos el plan de Dios para nuestras vidas y para el mundo.

El matrimonio y la familia son dones del Creador que “están inscritos dentro” del orden de su creación y que se expresan en las diferencias corporales de hombres y mujeres y en su vocación a una comunión de amor que sea fiel a la vida y fructífera en crear nueva vida.

El Papa Francisco afirma esto en Laudato Si’, y lo subrayó nuevamente durante su catequesis sobre la familia, que impartió a lo largo del año.

La persona humana es la “obra maestra” de Dios, creada en cuerpo y alma a su imagen y semejanza, dijo el Papa.

Las diferencias naturales entre hombres y mujeres y su “complementariedad” resaltan como la “cumbre de la creación divina”, y orientan a la pareja a “la comunión y a la generación; siempre a imagen y semejanza de Dios”.

Estas verdades básicas de la creación son la fuente de todo lo que la Iglesia cree, enseña y práctica por lo que respecta al matrimonio y a la familia.

La Iglesia está llamada a proclamar estas verdades al mundo en toda su plenitud y en toda su belleza. Estamos llamados a hacer todo lo que podamos para apoyar a las parejas y a las familias que están tratando de vivir esta verdad: la verdad de ser “cónyuges santos” y “familias santas”.

La Iglesia está llamada a tender la mano con ternura a los que están teniendo problemas para comprender y vivir estas verdades.

Pero el Papa Francisco también nos ha instado, con palabras fuertes, a no sacrificar las verdades de la creación en un vano esfuerzo por “agradar a la gente” o por hacer que las enseñanzas de la Iglesia suenen menos exigentes.

Al final de la sínodo extraordinario del año pasado, él nos puso en guardia contra “una tendencia destructiva… que, en el nombre de una misericordia engañosa, venda las heridas sin primero curarlas; trata los síntomas y no sus causas y raíces”.

Esta es siempre una tentación natural cuando nos enfrentamos con la debilidad e incomprensión humanas.

Pero el Papa nos recuerda que la bondad y la compasión nunca pueden separarse de la verdad del plan de Dios. La conciencia de una persona es sagrada. Pero nuestra conciencia sólo es confiable si está formada de acuerdo a la verdad que Dios ha escrito en nuestros corazones y de acuerdo al designio de amor que él tiene para nuestras vidas.

Las palabras que hablamos desde la misericordia siempre deben ser verdaderas, o no serán misericordiosas en lo absoluto sino sólo sentimientos emotivos. Decirle a la gente lo que quiere oír nunca le hará ningún bien, a menos de que lo que estamos diciendo sea la verdad que necesita saber.

Todos nosotros, los que formamos parte de la Iglesia, estamos llamados en estos tiempos difíciles a acompañar a las personas, a encontrarlas en donde estén, y a caminar con ellas en la caridad, en la ternura y en la compasión. Pero la trayectoria de la vida cristiana es siempre un camino de conversión. Nuestro “destino” no es aquel al que queremos ir, sino aquel a donde Dios nos quiere llevar.

UN MOMENTO PARA LA MISIÓN

Así que al empezar estos últimos días del Sínodo, estoy recurriendo a nuestros nuevos santos. No sólo a los santos esposos San Luis y Santa Celia Martin, sino también a nuestro nuevo santo de América, San Junípero Serra, que encendió en ardiente celo los senderos de la santidad en el Nuevo Mundo.

Creo que todos nosotros, los que formamos parte de la Iglesia, necesitamos una nueva confianza y un nuevo valor misionero para estos tiempos en los que estamos viviendo.

De hecho, estamos viviendo en un tiempo de esperanza, en un nuevo momento misionero, en un momento en el que la Iglesia tiene la gran oportunidad de implementar la nueva evangelización de nuestros continentes y del mundo.

Todos los días, cuando los obispos de todo el mundo se reúnen en esta sala del Sínodo, estamos siendo testigos de la realidad de que el Evangelio ha sido inculturado en “todas las naciones bajo el sol”.

Esto me ha impresionado. Me ha impactado esta experiencia de la Iglesia universal, este darse cuenta de que la Iglesia de hoy es verdaderamente capaz de orar, de enseñar y evangelizar en una sola voz, como una sola familia de Dios cuyos miembros proceden de todas las naciones, pueblos y lenguas; unida en nuestra fe en el Evangelio y en nuestra comunión con el Santo Padre que está en Roma.

Con la unidad de nuestra doctrina y práctica, y con la rica diversidad de nuestras tradiciones locales de piedad popular, la Iglesia tiene enormes recursos para resistir las presiones y los poderes mundanos, y para proclamar el Evangelio a una nueva generación.

Tenemos que desafiar las “ortodoxias” y la “antropología” de nuestra cultura. Tenemos que encontrar formas creativas y positivas de proclamar a Dios como Creador y de mostrar la belleza de su plan para la persona humana y para la familia.

Contando con la intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret, mi oración en esta última semana es que todos nosotros, los que formamos parte de la Iglesia, permanezcamos unidos en nuestro deseo apostólico de ser discípulos misioneros. Y que utilicemos este nuevo momento para transmitir, hasta los confines de la tierra, la belleza del plan de Dios para nuestras vidas, así como también su sueño original para la creación. VN

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El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, “Inmigración y el futuro de Estados Unidos de América”, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).

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