‘ALÉGRENSE  Y REGOCÍJENSE’

‘ALÉGRENSE Y REGOCÍJENSE’

(fOTO: El Papa Francisco saluda a un bebé cuando llega a rezar el rosario en el Santuario de Nuestra Señora del Amor Divino, en Roma. / PAUL HARING / CNS)

Por Dr. J. ANTONIO MEDINA, SThD

El Papa Francisco empieza su más reciente Exhortación Apostólica con esta frase tomada del Evangelio de San Mateo en el verso 5:2: ‘Gaudete et Exsultate’ (Alégrense  y Regocíjense). Y como ha sucedido con sus últimos escritos, este también es un documento donde nos invita a la alegría profunda basada en el conocimiento y en amar a nuestro Señor Jesucristo y su mensaje. Otra característica de los documentos del Papa es que son muy fáciles de leer pues están escritos en un lenguaje sencillo y narrando la vida de los cristianos.

El documento tiene un objetivo muy preciso, invitarnos a todos a la santidad en las actuales circunstancias de la vida: “…hacer resonar una vez más la llamada a la santidad procurando encarnarla en contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades, porque a cada uno de nosotros nos eligió el Señor, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor” (Ef 1:4).

Entre los ejemplos de santidad que el Papa propone para alentarnos en nuestra búsqueda está nuestra propia madre. Sugiere a nuestras abuelas que aunque su vida no haya sido perfecta vivieron con un profundo amor, educando a sus hijos; y los padres de familia que se han sacrificado cada día para traer el pan a la mesa; o las religiosas que en su ancianidad no han perdido su sonrisa. Todos ellos son ejemplo de la santidad que transforma el mundo aunque sus vidas no aparezcan en los libros de historia, son los “santos de la puerta de a lado”.

Este documento “desclericaliza” la santidad, no sólo los religiosos y clérigos pueden ser santos, todos estamos llamados a serlo en nuestra vida diaria, y cada uno de nosotros tiene la obligación de buscar su propio camino de santidad.

El Papa nos advierte de dos peligros que asechan la vida espiritual: a) la tendencia a creer que sólo nuestro esfuerzo y disciplina nos llevarán a la perfección de la vida cristiana; b) el excesivo intelectualismo de quienes piensan que la santidad es sólo un esfuerzo de la razón. El Papa advierte que debemos desarrollar hábitos y virtudes pero que nunca debemos olvidar que es la Gracia de Dios la que transforma nuestros corazones. También nos invita a estudiar y conocer nuestra doctrina y fe, pero el conocimiento intelectual debe llegar a transformar nuestro corazón precisamente porque dejamos que el Espíritu Santo realice en nosotros su obra santificadora.

El camino de la santidad para todos está expresado en las Bienaventuranzas y son ellas también la medida para revisar la calidad de nuestro amor. Nuestro Padre celestial evaluará nuestra vida de acuerdo a ellas: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. El Papa nos explica una por una con un lenguaje sencillo y lleno de caridad pastoral. Nos va mostrando que cada una de ellas es en realidad una luz en el camino de crecimiento personal y en la tarea de transformar la sociedad.

Nos invita a evitar dos peligros en la puesta en práctica de estos principios de vida: por una parte dejar que la acción social de los cristianos pierda su espiritualidad y transformemos la Iglesia en una organización de servicios, sin el Espíritu de Dios; y por otra parte, que critiquemos a todos los que se comprometen a la caridad y a las obras sociales y los tachemos de secularistas, superficiales e incluso comunistas. Volver al espíritu de las Bienaventuranzas es el secreto de la felicidad y del verdadero equilibrio de la vida cristiana.

El Papa concluye el documento proponiendo unos criterios que orienten nuestro amor al prójimo y a nosotros mismos: aguante, paciencia, mansedumbre, alegría y audacia. En todas estas propuestas hay una sabiduría de vida que nos orienta de una manera práctica en lo que significa poner el amor en acción.

El Papa no olvida la controversia desatada por una mala interpretación de una entrevista acerca de la existencia del demonio. Él explica: “No pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades, porque “como león rugiente, ronda buscando a quien devorar”.

Entonces, ¿cómo luchar contra el diablo? El Santo Padre asegura que para dicho “combate” los cristianos …“tenemos las armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero”.

No puedo ni quiero repetir en este artículo todo lo que dice el Papa en su exhortación, pero sí quiero dejarlos con el deseo de leer este hermoso documento. Sugiero que lo busquen, o que lo bajen del internet y que lo pongan en un lugar visible de su hogar para que todos en la familia puedan leerlo y comentarlo en las comidas y reuniones familiares. Sería muy apropiado que todos los ministerios de la Iglesia lo empleen como material de predicación, que los catequistas lo estudien en grupos y con los padres de familia, que se organicen pequeñas comunidades en las casas y en los ministerios para compartir la sabiduría de este documento. Sería una vergüenza que lectores, ministros extraordinarios de la Sagrada Eucaristía, ujieres no conocieran este documento.

Que Dios siga protegiendo a nuestro Papa, y que a nosotros nos siga iluminando en la búsqueda de la santidad. VN

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