UNA VISIÓN DE ESPERANZA

UNA VISIÓN DE ESPERANZA

(fOTO: Las Hermanas Norbertinas, junto a voluntarios, distribuyen donaciones de alimentos, ropa y otros productos entre los más necesitados. / VICTOR ALEMÁN).

Rodeada de pobreza, una comunidad de las Hermanas Norbertine encuentra alegría en servir a residentes de Wilmington

(El siguiente artículo lo escribieron los miembros de la Comunidad de las Hermanas Norbertine de Wilmington, California)

En una tarde fresca y ventosa, los miembros de la Comunidad de las Hermanas Norbertine comenzaron a rezar su Hora Sagrada de la tarde en la capilla del convento. A través de las ventanas abiertas, de repente, oyeron un ruidoso carrito de compras que pasaba por la calle.

El sonido estridente se podía escuchar desde casi a una cuadra de distancia, y el hombre que empujaba el carrito comenzó a hablar fuerte para sí mismo. Una vez más se revelaba la pobreza que rodea el convento en Wilmington, California.

Todos los lunes, martes y jueves durante todo el año, las personas del vecindario se alinean frente a la puerta del convento con una gran necesidad de comida o ropa. Uno podría preguntarse por qué estas personas, una gran parte de las cuales no tiene hogar, se reunirían afuera de un convento. Es que al lado del convento de las Hermanas Norbertinas está el Programa de Pobreza de “Sts. Peter and Paul Church”, dirigida por la Hermana Roberta Sprlakova, s. Praem., presidenta del Programa de Pobreza.

Durante las horas de apertura se llama a las personas de la fila una por una para recibir las donaciones de alimentos, que distribuyen las hermanas y otros voluntarios.

Estos alimentos generalmente son donados al Programa de Pobreza por las tiendas de comestibles locales como Smart & Final, Trader Joe’s, Albertson’s e incluso la Escuela Primaria Gulf Avenue. Las madres con niños pequeños pueden recibir donaciones de pañales si lo necesitan.

El Programa de Pobreza actualmente sirve a unas 700 familias, y sus voluntarios han estado sirviendo a la comunidad de Wilmington durante décadas.

Muchos años antes de que las hermanas Norbertine llegaran a Wilmington desde Eslovaquia en 2011, residían siete hermanas irlandesas y estadounidenses, conocidas como las Hermanas de San José de Cluny. Estas religiosas llegaron a Wilmington en 1951, y la comunidad las amaba inmensamente.

La comunidad atesoraba especialmente a la Hermana Lelia Clarke, quien estaba a cargo del Programa de Pobreza en ese momento. A fines de la década de 1970, Lelia fue verdaderamente la Madre Teresa de su época. Era muy pequeña en estatura, una mujer fuerte que hizo mucho para ayudar a los necesitados y una religiosa indiscutiblemente dedicada.

En ese momento, ella se estaba recuperando de problemas de salud graves, y le dijo a Dios: “Señor, si me das salud, te prometo que la usaré para servir a tus pobres”. Efectivamente, el Señor respondió a su oración, y Lelia mantuvo su promesa durante casi 20 años.

A principios de la década de 1990, un nuevo pastor, el Padre Peter Irving, fue asignado a la parroquia vecina de los Santos Peter y Paul. El pastor describió brevemente la parroquia y sus alrededores en ese momento:

“Todo estaba en mal estado. Había una alta valla de hierro alrededor de los edificios, la rectoría y la Iglesia. Allí solía ​​haber proyectos de vivienda que eran un lugar de muchos problemas: pandillas, drogas, etc. El edificio de apartamentos al otro lado de la calle también era un lugar muy animado con jóvenes ociosos que pasaban el rato y tocaban música a todo volumen”.

Wilmington parecía haber ido cuesta abajo y las tasas de pobreza comenzaron a aumentar. Sin embargo, “la Hermana Lelia, con su suave mano de acero con guante de terciopelo, su sonrisa e irresistible encanto irlandés, metafóricamente hablando, retorció muchos brazos para ayudar a los necesitados con servicios, dinero y mercancía”, recuerda de Lelia la hermana Genevieve Vigil, una de las más amadas hermanas Cluny.

En enero de 2008, la enfermedad de Lelia comenzó a intensificarse, y entonces llegó el momento de que finalmente se encontrara con el Señor. “Incluso en la muerte de la Hermana Lelia, las necesidades de la gente y los pobres estaban en sus pensamientos y en su corazón”, dijo la Hermana Genevieve.

El increíble trabajo y ministerio de Lelia y las Hermanas de San José de Cluny viven hasta el día de hoy. El Programa de Pobreza ahora está dirigido por una creciente comunidad de hermanas Norbertine contemplativas y activas. Y recientemente, el programa celebró su 40 aniversario en la Iglesia que tiene 150 años de construida. La celebración se realizó para las familias necesitadas, benefactores, amigos y voluntarios del ministerio.

Durante el evento, la Hermana Ana Paula Ríos, de la comunidad religiosa Norbertine, pudo compartir públicamente su testimonio y expresar lo que se siente ahora después de haber estado del “otro lado de la puerta”.

Hace unos 25 años, cuando las finanzas de su familia eran difíciles, la madre de Ana Paula esperaba enfrente del convento para obtener comida, junto a muchas otras familias necesitadas. Esto ciertamente no fue fácil para su familia, pero la necesidad era apremiante. “Las Hermanas Cluny hacían visitas domiciliarias para determinar las necesidades de la familia, y finalmente llegaron a nuestra casa. Mi madre vino al Programa de Pobreza por un período de cuatro a cinco años”, dijo.

“Mirando hacia atrás, veo que los artículos que recibimos fueron más que simplemente donaciones. Eran regalos. Regalos dados con amor y cuidado por personas cuyas manos y corazones estaban dirigidos por Cristo. Todo lo que Jesús pidió era que nosotros lo recibiéramos y disfrutáramos. Siempre que sea posible, de cualquier manera, aunque sea pequeña, debemos dar a los demás como Jesús nos ha dado tan gentilmente”.

Hoy, el pastor de la Parroquia de los Santos Peter y Paul, el Padre Hildebrand Garceau, ofrece voluntariamente su tiempo y esfuerzos para distribuir bolsas y alimentos en estas ocasiones especiales. Las familias y sus hijos a menudo se retiran con miradas de gratitud y alegría.

A lo largo de los años, las hermanas han descubierto algo muy significativo sobre la pobreza aquí en Wilmington. De hecho, existe una tasa creciente de violencia de pandillas, una considerable cantidad de presión contra los jóvenes de parte de sus compañeros dentro de las escuelas, y una gran brecha entre muchas familias de este vecindario.

Pero las hermanas han descubierto que el Programa de Pobreza ofrece mucho más que una simple ayuda a quienes luchan por pagar sus cuentas de alquiler o servicios públicos, o va más allá de entregarles comida, agua o ropa. Se trata de la alegría de hacer pequeños actos de bondad con un corazón lleno de caridad, generosidad y amor.

Como dijo la propia Madre Teresa: “El no ser querido o querida, no ser amado, olvidado por todos, creo que es un hambre mucho mayor, una pobreza mucho mayor que no tener nada para comer”. VN

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