UNA VIDA ENTERA PARA LOS INMIGRANTES

El padre Richard Zanotti, hijo de inmigrantes, vive su carisma religioso dedicado a los latinos, en quienes ve el futuro de la Iglesia y de la sociedad

Richard Zanotti [él dice Ricardo] nació en Canadá en el seno de una familia católica de inmigrantes italianos llegados después de la Segunda Guerra Mundial —su padre en 1951 y su madre en 1952— y Ricardo, el primogénito, nació en 1953. Más tarde nacieron una hermana y dos hermanos. La familia se estableció en Windsor, en la provincia de Ontario, en la frontera con Detroit, donde creció hablando italiano e inglés. Sus estudios, con la excepción de tres años en la primaria, los hizo en escuelas católicas, cuenta a Vida Nueva.

VOCACIÓN

Tras explicar que es difícil saber con exactitud cuándo nace la vocación, el padre dice que ingresó al seminario a los 14 años de edad y piensa que su inspiración proviene de los sacerdotes de la parroquia de su infancia.

“Eran también miembros de la misma comunidad a la que yo pertenezco, que son los Misioneros de San Carlos/Scalabrinianos. Ellos estaban allí trabajando con los inmigrantes italianos, dándoles la bienvenida, hablando su propio idioma, ayudándoles a buscar trabajo”. La orden tiene sus orígenes en Piacenza, Italia, donde fue fundada por el Beato Juan Bautista Scalabrini, con la misión de servir a quienes se ven obligados a dejar sus hogares y buscar una mejor vida para sus familias.

“Juan Bautista Scalabrini vio la necesidad de acompañar a los inmigrantes. Muchos salían de Italia y con el paso del tiempo la necesidad de los italianos era muy grande, pero había también gente de otros países que también estaba pasando por los mismos problemas que los italianos.

Entonces el carisma se abrió. Igualmente, con el Concilio Vaticano II hubo toda una renovación de la vida religiosa y se descubrió los carismas de los fundadores y en eso nos dimos cuenta que nuestro carisma es trabajar con cualquier inmigrante. La situación es muy parecida”, dice con respecto a su orden y los cambios que ha experimentado con el tiempo.

Ingresar al Seminario no es fácil, sobre todo si se tiene que dejar a la familia y dar el paso solo. “Sí había otros muchachos de la parroquia que estaban en diferentes años, así que no fue un gran problema. Además, después de fallecer mi padre supe que él le pidió a mi madre que me dejara ir: ‘Si no le sale bien, siempre puede regresar a casa’, fueron sus palabras. Mi madre no estaba muy conforme. Tenía un poco más de dudas, decía que era muy joven. Sin embargo, mi familia me apoyó”.

VIDA EN OTRA CASA

En aquel tiempo la escuela estaba dentro del seminario. Después de un tiempo los alumnos salieron a la escuela secundaria —en Chicago— porque el seminario se había abierto algo. “Entonces tuvimos una vida bastante normal fuera de vivir en un seminario, de ir a la misa todos los días. Aparte teníamos que hacer algo de trabajo apostólico, pero no fue tan diferente a la vida de cualquier persona”, recuerda.

Una vez concluida la secundaria, Ricardo fue a la Universidad Dominicana, una institución de estudios superiores dirigida por religiosas dominicas en las afueras de Chicago. “Teníamos que estudiar filosofía, pero me especialicé en idiomas extranjeros modernos con énfasis en italiano y español. Había empezado con español en la secundaria, pero ahí lo retomé”.

En su último año de universidad, falleció inesperadamente su padre de un ataque cardiaco. Ahora dice: “Ése fue uno de los momentos claves de discernimiento sobre la vocación. Yo soy el mayor y mis hermanos todavía estaban en casa; mi mamá aún estaba joven. Me faltaba un año para graduarme y salí del Seminario por unos cuatro meses y empecé a trabajar en una fábrica. Durante ese tiempo traté de acomodar todo en mi casa con mi familia y después, con el apoyo de los sacerdotes de mi parroquia, me convencieron de que regresara al Seminario. Al inicio fue difícil, me sentía muy egoísta, sentía que había abandonado a mi familia, pero Dios tiene su manera de hacer las cosas y mi mamá asumió todas las responsabilidades muy bien, y sacó adelante la familia, sin problemas. Los sacerdotes de la parroquia los apoyaron bastante, así que salió bien. Ahí realmente fue cuando yo creo que decidí: Sí; eso es lo que Dios quiere de mí”, relata el padre Ricardo.

Al terminar los estudios, realizó el noviciado al final del cual hizo los votos religiosos y se volvió miembro de la comunidad. Tras culminar sucesivamente sus estudios y alcanzar una maestría en Teología fue ordenado sacerdote en su propia parroquia, Santa Ángela Merici, de Windsor, Ontario, el 23 de agosto de 1980.

PRIMERA MISIÓN

Su primera misión lo trajo a California, a San José. “Me mandaron a Holy Cross/Santa Cruz, ya que teníamos padres en esta parroquia, pero no había servicios en español, me enviaron ahí para iniciar un apostolado entre los latinos porque había muchos en el barrio de la parroquia. También estudié Psicología en la Universidad de Santa Clara, en las cercanías. En aquel tiempo había mucha necesidad, yo llegaba con mucha energía a desempeñarme como asistente”, narra.

“Cuando tenía que ver con los latinos, me tocaba a mí decirle al párroco qué había que hacer. Él era italiano y había mucho miedo de que al iniciar el apostolado para los latinos los otros feligreses se sintieran ofendidos y nos dieron el peor horario para la misa en español. Después de cumplida mi labor, regresé a Toronto, donde trabajé por cinco años en el seminario como formador más que maestro, encargado de los muchachos que se estaban preparando para el sacerdocio. Eran estudiantes de países diferentes”.

Pasado un tiempo el padre Ricardo pidió un sabático que aprovechó para ir a Portugal por cinco meses. Su viaje tenía un fin: En Canadá había muchos inmigrantes portugueses y el padre Ricardo hizo este viaje como un paso más para acercarse a otro grupo de inmigrantes. “Me dije: ‘Hablo italiano, hablo español, voy a dar un paso más con el portugués’. Me dieron el permiso, tenemos misiones allá, entonces en ese sentido fue fácil porque fui a vivir con nuestros padres. Estudié portugués, conocí la cultura y cuando regresé me mandaron a Vancouver a trabajar con una comunidad de inmigrantes portugueses. Era pequeña y permanecí ahí por tres años. La experiencia fue buena, interesante, algo nuevo. Trabajé mucho con los jóvenes que tenían un pie en la cultura portuguesa y otro en la canadiense”.

Tras Vancouver, fue nombrado párroco en San León Magno, en Texas, una parroquia angloamericana pero cuyo crecimiento mayormente se daba gracias a los latinos. En este lugar el padre Ricardo trabajó en cursos de liderazgo para laicos y en el seminario diocesano como director espiritual.

“Siempre es bueno trabajar con los laicos, ellos son los que tienen que llevar adelante la Iglesia, especialmente después del Vaticano II, que destacó el papel de los laicos. También es bueno conocer el deseo de ellos de saber, de aprender, de seguir. Uno se puede encerrar en su propia parroquia y hacer suficiente, te pagan tu salario lo mismo. No sé si fue mi maldición o bendición, pero yo siempre vi que uno tiene que ir más allá de las fronteras de la parroquia, especialmente cooperar en la diócesis o arquidiócesis en la que uno está”.

Más tarde fue a los suburbios del oeste de Chicago y trabajó en una parroquia con tres culturas diferentes: hispanos, italianos (gente nacida en Italia) e italoamericanos (nacidos aquí). En este lugar experimentó algunos problemas con los italoamericanos que se creían dueños de la parroquia y que pensaban que iba a convertirla en una parroquia mexicana. Después llegó a Nuestra Señora del Santo Rosario, en Sun Valley, con mayoría de feligreses de origen mexicano, y algunos de El Salvador, Guatemala y de otros países hispanos. “No veo contrastes muy grandes, por lo menos aquí han sabido vivir en paz. Tenemos también inmigrantes filipinos, ellos quizá están más resentidos porque muchos programas son en español. Siempre les damos espacio, pero está ese sentido de ser minoría dentro de minoría”.

Además de su labor en la parroquia, también se dio tiempo para trabajar con el anterior Arzobispo de Los Ángeles, Rogelio Mahony, en la cuestión de la reforma de le ley de inmigración. “Ahora estoy con un grupo de padres que estamos trabajando en eso, más bien con énfasis particular en el sentido de que, antes de convertir la sociedad, tenemos que convertir a la propia Iglesia Católica. En eso estamos. Nos reunimos cada tres semanas y tratamos de ver cómo podemos continuar esta lucha. Ahora nos hemos reunido con el nuevo Arzobispo [José] Gómez, quien nos anima en lo que estamos tratando de hacer”.

Por otro lado, el padre dice que “la ley está un poco en el limbo. Después, el gobierno está tan polarizado que es muy difícil entender dónde está esta administración”.

HISPANOS EN LA IGLESIA

“Pienso que todos los escándalos [dentro de la Iglesia] han afectado algo, pero en la comunidad hispana no tanto como en los anglos, no porque los hispanos no se preocupan por el bienestar de los niños y los menores, sino que lo ven de otra forma. Dicen: “Sí, es un problema, pero no es un problema particular de los sacerdotes, es un problema que existe en nuestras familias, en nuestra comunidad e incluso en los sacerdotes porque ellos son seres humanos también’. No es que disculpan lo que pasa, sino que lo toman de otra manera. Yo cuando hablo con los jóvenes, ésa no es una de las grandes preocupaciones. Una de las preocupaciones de los jóvenes inmigrantes es trabajar para mandar dinero a su familia, cómo van a hacerlo”.

“La idea de no poder tener una familia algunas veces influye en decidirse por la vida sacerdotal. También algunas veces uno siente que no lo va a poder hacer. Desafortunadamente, la sociedad le dice al hispano que él nada más sirve como jardinero o para trabajar en la construcción y no estamos dándole el mensaje de que pueden ser lo que quieran. Dios les ha dado dones como se los ha dado a otras personas para desarrollarlos y pueden escoger cualquier carrera, incluso el sacerdocio, la vida religiosa. Son algunos de los elementos que algunas veces veo en los jóvenes”.

MENSAJE PARA LA JUVENTUD

“Sí, hay jóvenes generosos en la comunidad de los inmigrantes que por lo menos piensan en una vocación o te vienen a una reunión para hablar del asunto. Después, tal vez no entran o si entran no duran mucho, pero sí hay algunos, no es tan terrible la situación. Pienso que la mejor manera de promover las vocaciones es demostrar que nosotros como sacerdotes estamos contentos con nuestra vida, que todos están buscando lo que les va a hacer feliz. Ahí está el punto principal, tenemos que ser abiertos al comunicar, dialogar con los jóvenes, conocer su mundo lo más que podamos y dejar que ellos nos conozcan. Ésa es la promoción vocacional más fuerte que uno puede dar: el testimonio de su propia vida… ¡Adelante!, somos el futuro de la Iglesia Católica —no soy hispano, pero sí lo soy de corazón—. Veo que el futuro va a ser bien alegre, bien vivo y con muchos valores muy bonitos, para la Iglesia y para la sociedad. No tengan miedo de compartir estos valores porque son preciosos”, puntualiza el entrevistado.VN

PADRE RICHARD ZANOTTI
Nuestra Señora del Santo Rosario
7800 Vineland Ave.
Sun Valley, CA 91352

PREGUNTITAS:

COMIDA: “Me gusta la que no me hace bien. La que no es saludable, como la pizza. La pasta me encanta también”.

COCINA: “Me gusta cocinar, aprendí de mi mamá, entonces lo que sé cocinar mejor es la comida italiana”.

DEPORTES: “No he sido tan fanático de ninguno. Por muchos años jugué racquetball, pero hace un par de años me lastimé el brazo y la rodilla y ahora he dejado de jugar. Si estoy en compañía con alguien, sí me gusta ver un juego de fútbol, me gusta ver y platicar con él, pero de fanático y seguir a un equipo favorito, no tanto”.

DÍAS LIBRES: “Sí, tengo [días libres]. Me gusta ver películas y leer. Acabo de comprarme un Kindle y estoy bajando libros. Me gustan libros de biografías o autobiografías. Tenemos un pequeño tráiler en el desierto y algunas veces salgo después de las misas el domingo y me quedo allá. Me gusta estar con la gente, pero llega un momento en que necesito un poco de espacio”.

COMO LE GUSTARÍA QUE LA GENTE HABLARA DE USTED: “Espero que digan que fui una persona honesta y humana más que nada. Que me reconozcan por mi humanidad y por el compromiso con la comunidad en todos los sentidos: pastoral, social y cívico”. VN

Share