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UN TIEMPO PARA ORAR

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

Arzobispo de Los Ángeles

5 de febrero de 2016

La Cuaresma llegará pronto este año. Estamos ya a tan sólo una semana del Miércoles de Ceniza, que será el 10 de febrero.

Entramos en este tiempo de conversión, sabiendo que toda nuestra vida cristiana es un camino de conversión, un trayecto hacia una fe cada vez más profunda en Jesús, quien nos muestra el rostro de Dios.

La fe en Jesús no consiste en una sabiduría secreta, en un conocimiento que sólo unos pocos pueden alcanzar. Jesús dijo que Dios se revela a sí mismo, no a los sabios y entendidos, sino a los que son como niños.

Nuestra fe es sencilla y es hermosa. Creemos que Dios, en el misterio de su amor por cada persona, envió a su Hijo al mundo para nuestra salvación para así compartir nuestra humanidad y, a través de su muerte en la cruz y de su resurrección de entre los muertos, mostrarnos el camino hacia una nueva vida, una vida de hijos de Dios en su reino.

Esta es la hermosa verdad que meditamos durante la Cuaresma y la Pascua.

La conversión significa responder al llamado que Jesús nos hace a que cambiemos nuestra forma de pensar y nuestra manera de ver las cosas, a que cambiemos la dirección de nuestras vidas para que lo sigamos, creyendo firmemente que sólo él puede mostrarnos el Padre y la verdad acerca de nuestra vida.

La conversión significa confiar cada vez más en el Padre, con una mente y un corazón renovados en Jesucristo, buscando siempre las cosas del cielo. Significa querer, cada vez más, lo que Dios quiere; buscar, cada vez más, sólo lo que nos lleve a conocer y realizar su voluntad para nuestras vidas y para la historia.

La oración es el aliento vital de nuestra relación personal con Dios, la expresión de nuestro deseo de Dios y de su deseo por nosotros.

Con demasiada frecuencia tenemos la tentación de tratar la oración como un “problema” o una tarea pesada, un deber que nos hace sentir culpables si no lo cumplimos. Algunos de nosotros no apartamos un tiempo en nuestro día para orar. Nos decimos a nosotros mismos que estamos demasiado ocupados, que tenemos mucho que hacer.

Pero no importa quiénes seamos, ni en qué punto estemos de nuestra vida de oración y de nuestro camino de conversión, todos nosotros experimentamos el llamado a la oración, el llamado a un encuentro más profundo con el Dios vivo.

Así que en estas semanas de Cuaresma, quiero escribir de una manera práctica acerca de la oración. Si ustedes no están dedicando el tiempo suficiente a la oración, o si ya han dejado de orar porque sienten que no obtienen nada de la oración, espero que emprendan un nuevo comienzo en esta Cuaresma.

Hay muchas maneras de orar, y muchas oraciones diferentes que podemos hacer.

Pero la manera más fácil de empezar a orar es simplemente hablar con Dios, ponerse en su presencia y empezar a hablar con él. Ustedes no necesitan un sistema o un método. Sólo díganle, como San Pablo, “No sabemos orar”. Pídanle a Jesús, como siempre lo han hecho sus discípulos, “Señor, enséñanos a orar”.

Jesús nos enseñó a hablar con Dios con las palabras del “Padre Nuestro”. Pero también nos mostró, en cada etapa de su vida, lo que es orar como un hijo de Dios.

Aún hoy en día, podemos aprender a orar sólo con ver orar a Jesús. Y lo que aprendemos de ver a Jesús es que la oración es una conversación de corazón a corazón con nuestro Padre que nos ama.

Así que hablen con Dios, que es su Padre. Hablen con él en su mente, hablen con él desde su corazón. Dios está totalmente interesado en su vida. En su amor por ustedes, él quiere escuchar sus alegrías y sus tristezas, las cosas que los preocupan, las personas y situaciones que los llenan de frustración. Nada es demasiado pequeño para llevarlo ante Dios.

Pídanle a su Padre todo lo que necesitan; pídanle que ayude a sus seres queridos y a todos los demás que necesitan de su ayuda. Agradézcanle su amor y bendíganlo por su bondad hacia ustedes. Adórenlo y alábenlo.

Dios está esperando que nos acerquemos a él en la oración. Él quiere que lo deseemos, que lo busquemos, que le pidamos que abra su corazón y nos revele su plan para nuestra vida.

La oración es un don de él; es la promesa de Dios y nuestro privilegio. Es una invitación a desarrollar un trato íntimo con nuestro Creador, con el Señor del cielo y de la tierra. Hay una hermosa frase del Catecismo: “Nos demos cuenta o no, la oración es el encuentro de la sed de Dios con la nuestra. Dios tiene sed de que nosotros tengamos sed de él”.

De modo que, al iniciar esta temporada de conversión que es la Cuaresma, que nuestra oración de unos por otros sea que esta Cuaresma todos podamos tener un nuevo comienzo en la oración.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que nos ayude a aprender a hablar con nuestro Padre como lo hizo su Hijo, es decir, de manera honesta y sincera, elevando nuestro corazón, nuestra mente y nuestra voz hacia Dios, hablándole con amor, confianza y esperanza. VN

(Fotografía de victor alemán / vida-nueva.com).

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