
TODA UNA VIDA CON EL PUEBLO HISPANOAMERICANO
En 60 años de sacerdocio, el Padre Juan Corominas da lecciones de teología y vida como maestro y pastor
Sesenta años de sacerdocio dan para mucho y 89 años de edad, para mucho más. Es el caso del padre claretiano Juan M. Corominas.
Son 60 años de ministerio sacerdotal intenso en tres continentes desde su ordenación sacerdotal el 16 de julio de 1949 en Tarragona, España, hasta la celebración de esa larga historia en la parroquia del Santo Rosario de Paramount, California, el 19 de julio. Pero eso no es todo.
En efecto, antes de ingresar en el seminario de la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María, popularmente conocidos como Misioneros o Padres Claretianos, el joven Juan combatió como voluntario en la Guerra Civil española (1936-39) en el entonces llamado “lado nacional”, liderado por Francisco Franco, mientras que del lado del gobierno luchó su hermano mayor, Jaime, “todo un santo”, como lo describe ahora el padre. Al terminar la contienda fratricida se separaron de nuevo: Juan entró en el seminario y Jaime marchó a Brasil donde trabajó como cristiano ejemplar hasta su reciente fallecimiento.
Juan estuvo encuadrado dos años en el Tercio de Nuestra Señora de Monserrat, la Virgen Morenita patrona de Cataluña.
¿Mató a alguien en la guerra?, le pregunta Vida Nueva. “¿No lo sé”, responde, y explica que en la batalla hay que disparar y “no sabes si das en el blanco”. Lo que sí sabe es que varias veces tuvo que burlar las balas y que salió vivo por la gracia de Dios. “Las balas de explosión te ponen nervioso”, dice con toda naturalidad.
La guerra dio alas al joven Juan. Le hizo comprender que llevaba dentro un ansia de trascendencia que no podía saciarse con una vida normal a la vuelta a casa. “Necesitaba aventuras”, dice, y las encontró dos años más tarde con su vocación religiosa, que fue siempre “una hermosa aventura”.
A la pregunta de cómo surgió su vocación, cuenta que en su compañía había seminaristas, en especial un tal Carlos Masó, quien, el mismo día del llamado Desfile de la Victoria en Madrid en 1939, le planteó directamente la posibilidad de hacerse religioso. Así se hizo en 1941. Entre los ocho compañeros ordenados el día 16 de julio de 1949, estaba Masó. Todos ellos ya lo esperan en el Cielo.
MISIONERO POPULAR
Fiel a la misión que el fundador de la congregación, San Antonio María Claret, dio a sus seguidores en 1849, el padre Corominas desarrolló una intensa actividad misionera en toda Cataluña. Las misiones en pueblos pequeños y grandes, los ejercicios espirituales a religiosos y religiosas, los ejercicios “premilitares” -a gente que iba a ingresar en el Ejército- y la enseñanza consumían su tiempo.
Aún quería más. Veía, cuenta a Vida Nueva, que “otros sabían más que yo” y eso lo empujada a emularlos para llenar las lagunas producidas por la interrupción de sus estudios por motivos militares. “Soy un autodidacta”, afirma.
Esa ansia de saber lo llevó a Roma donde hizo una maestría en Filosofía antes de regresar a España para continuar su labor misionera, espiritual y pedagógica. Su experiencia militar y su espíritu cristiano lo llevaron a publicar cosas que no agradaron ni al régimen de Franco ni a la Jerarquía que presidía el Nacionalcatolicismo, la Jerarquía que “hundió el catolicismo en España y generó un anticlericalismo que hoy se hace sentir en muchas esferas de la vida española”, dice ahora explicando el sentido de lo publicado entonces. Tuvo que salir de España.
DIMENSIÓN HISPANOAMERICANA
Aterrizó en Phoenix, Arizona, en 1965 para trabajar en la Casa de Cursillos de Cristiandad, un movimiento renovador muy extendido entre los hispanoamericanos de este país. Ese mismo año llegó a La Vieja Placita de Los Angeles, donde continuó su labor misionera por muchas parroquias de la zona -tiene un recuerdo especial de María Auxiliadora- y en zonas “hispanas” de California como Hollister, Watsonville y Gilroy. Desde su llegada se integró totalmente a los hispanoamericanos y a su vida. “Son mi familia”, afirma.
En 1973 fue destinado por sus superiores a la Casa Seminario de la congregación en Rancho Domínguez, donde aún reside, y eso le hizo posible dedicar más tiempo a su otra vocación, la intelectual. Los fines de semana eran siempre para el apostolado en las parroquias y las semanas para USC, donde obtuvo la maestría en Filosofía y el doctorado en Literatura y Lengua Española que él supo conjugar con su misión religiosa.
“Siempre admiré que en todo momento supo mantener unidas su faceta intelectual con la pastoral”, recuerda el profesor Ben Pena, compañero de estudios y de profesorado en USC y Domínguez Hills.
El Instituto de Cultura Mexicana, más tarde Hispanoamericana, que fundó en el Rancho, es otra muestra de sus esfuerzos por lograr que la comunidad hispanoamericana progrese por medio de los estudios. Cientos de hombres y mujeres a quienes ayudó a encontrarse a sí mismos y cultivarse aún recuerdan sus cursos y convivencias culturales.
TESTIMONIOS
“El Padre Corominas fue un remanso en mi vida. Me ayudó a encontrar estabilidad en mi familia. En esa época estaba confundido sobre mi nacionalidad. Vivía, trabajaba y criaba a mis hijos en Estados Unidos, pero siempre tenía el deseo ferviente de regresar a México. A través de sus clases aprendí a conocer México. Habiendo salido de una familia pobre, nunca salí de mi ciudad natal. De Estados Unidos conocía muchas partes, de México casi nada. El Padre Corominas apasionadamente nos explicaba los hechos y lugares históricos de mi país, despertando en mí una sed de visitar esos lugares personalmente. Me hizo tomar conciencia de la importancia de la educación de nivel superior, de lo necesario que era obtener una educación para lograr el éxito en la vida. Algo que siempre admiré del Padre Corominas fue su habilidad nata para desmenuzar una palabra, comenzando por su etimología, para, paso a paso, llegar a su significado.
La época de estudios en Domínguez Hills con mis compañeros del grupo de superación personal y la guía del Padre Corominas fueron las mejores de mi vida”, dice Santos García, editor de El Nuevo Heraldo de Brownsville y La Frontera de MacAllen, Texas.
“Le gusta mucho trabajar con los jóvenes a los que sabe arrastrar hacia los estudios”, dice a Vida Nueva Guadalupe López explicando su presencia en la misa bilingüe de los 60 años, orgullosa de que sus hijas siguieran los consejos del padre. “Da mucha fortaleza a los jóvenes”, agrega.
“Está bien que llenemos las iglesias, pero también debemos llenar los colegios”, proclamó el padre Juan en la homilía haciendo honor a su doble vocación de “maestro y pastor”, como lo definió en la ceremonia el padre Leslie Delgado del Santuario de Guadalupe.
“Verdad que vale la pena haber vivido”, dice a Vida Nueva poniendo fin a la entrevista de tres horas que concedió en su celda conventual. VN
“¿VERDAD QUE VALE LA PENA HABER VIVIDO?”
Datos importantes de su vida:
Nacimiento: el 7 de diciembre de 1920 en Banyolas, Barcelona, España.
Soldado: Participa en la Guerra Civil (1937-39).
Profesión religiosa: 16 de julio de 1942.
Ordenación sacerdotal: 16 de julio de 1949 en Tarragona, España.
Destinos:
1965, Casa Claret de Cursillos en Phoenix, Arizona.
1965-72: La Vieja Placita de Los Ángeles.
1973– Seminario Claretiano del Rancho Domínguez.
1973– Coadjutor en el Santuario de Guadalupe del Este de Los Angeles.
1978– Coadjutor en la parroquia del Santo Rosario, Paramount.
Redes Sociales