
TEMBLORES, HURACANES, TEMPESTADES
¿Qué nos dice Dios a través de estos hechos?
Por DR. J. ANTONIO MEDINA
Frente a las tragedias naturales nos podemos preguntar, ¿por qué pasan estas cosas? Para contestar esta pregunta surgen todo tipo de explicaciones. En México ya ha habido predicadores que atribuyen el temblor a un castigo de Dios o un castigo para los católicos. El Obispo Felipe Arizmendi de San Cristóbal de las Casas Chiapas ha tenido que aclarar la postura de la Iglesia Católica ante los comentarios de predicadores protestantes que interpretan el terremoto en Chiapas como un llamado a que la gente deje la Iglesia católica y se haga protestante. Frente a esta interpretación de que Dios hizo una selección de personas para castigarlas, el Obispo afirma: “Todos somos pecadores, y quien diga que no lo es, comete dos pecados graves: la mentira y el orgullo”. También dijo: “Los científicos explican este terremoto como el movimiento brusco de la placa tectónica llamada de Cocos, en las playas de Chiapas, que es parte de la falla que viene desde California. Es algo natural, no un castigo de Dios”.
Nosotros como católicos reconocemos que Dios es omnipotente, y es Señor de la creación, pero también reconocemos que Él en su sabiduría le ha dado una autonomía al mundo para que cumpla sus propios fines. El planeta Tierra tiene una vida interior y está en permanente evolución y cambio como producto de su abundante energía. Las erupciones volcánicas y los movimientos telúricos son producto de esa energía que busca salir y acomodarse y esto es parte de la naturaleza del planeta. Frente a estos fenómenos naturales el ser humano fue dotado de inteligencia para controlar hasta donde es posible y para prevenir en los casos extremos.
Entonces, los seres humanos tenemos una responsabilidad de cuidar el planeta para que esa energía no se desboque o dañe a la humanidad. Este es el llamado del Papa Francisco en su encíclica “Laudato Sí”. Él nos pide que descubramos esta íntima relación entre el amor a los hermanos y el cuidado de la casa común. Él ha denunciado el calentamiento global como causa de muchos de los fenómenos naturales que se han salido de control, por ejemplo los huracanes e inundaciones o las sequías en muchas áreas del planeta que están generando más pobreza y hambre entre la población. La contaminación ambiental, el uso abusivo de energías contaminantes, la basura excesiva especialmente de ciertas sociedades y el consumismo desbordado contribuyen al desorden ambiental.
El Papa también ha denunciado la corrupción como parte del atentado contra el planeta y quizás los terremotos son un buen ejemplo de su denuncia. Los terremotos no son la principal causa de las pérdidas humanas. La muerte en los terremotos es causada por la sobrepoblación de ciertas áreas y la mala construcción de los edificios. Todo esto es provocado por el pecado de la corrupción. La mayor parte de las muertes en el último terremoto de México se dieron en áreas extremadamente pobladas y con edificios que no cumplían con los requerimientos de construcción en zonas de alto riesgo de terremotos. El terremoto no se puede evitar pero si se pueden atenuar sus consecuencias devastadoras. Y la corrupción política no ha permitido tomar las precauciones necesarias en el terremoto de México y en las devastaciones en otros lugares del planeta.
Por al final de cuentas ¿qué nos toca hacer a nosotros?, especialmente si somos personas creyentes, cristianos que tratan de seguir a Jesús. La solidaridad frente a los que sufren debe ser automática, casi sin pensarlo. Lo mejor del ser humano brota cuando hemos educado nuestra conciencia en los valores del Reino de Dios. Si no surge automáticamente la solidaridad y el deseo de ayudar a las víctimas de estos desastres naturales, entonces tenemos que forzarnos a hacerlo. Santa Teresa de Calcuta decía que debemos dar hasta que nos duela. Ella lo decía frente a la necesidad de ayudar a los que sufren permanentemente, no sólo como consecuencia de un fenómeno natural pero el principio se aplica de la misma manera. La indiferencia ante el dolor de otros, especialmente nuestros hermanos es un síntoma de nuestra baja calidad moral que debe ser cambiada. Hay diferentes formas de solidaridad, una muy concreta es ir y ayudar, como los vimos con millones de jóvenes y adultos que lo hicieron en la Ciudad de México de manera espontánea y natural. Todos dando lo mejor de sí. Sin duda fue impresionante para los que lo vivieron de cerca y aún para los que lo vimos por los medios de comunicación.
Si no es posible ayudar físicamente se puede hacer a través de nuestro apoyo financiero. Los pobres cuando nos unimos hacemos milagros con nuestros pocos recursos; suele repetirse el milagro de los panes y los peces. Pero es muy importante discernir e informarse sobre el adecuado destino y administración de lo que damos. Desgraciadamente vivimos también en México el aprovechamiento político de la desgracia para lucrar con la ayuda humanitaria. Por eso debemos investigar qué asociaciones realmente son de confianza.
“Catholic Relief Services” y “Caridades Católicas” son dos instituciones católicas con alto grado de credibilidad en el reparto de las ayudas solidarias. Las Diócesis de EE.UU. han implementado segundas colectas con el fin de ayudar a estas instituciones. Y estas instituciones están ayudando a las víctimas de los desastres naturales en Estados Unidos y en otras partes del mundo.
La oración por las víctimas de los desastres naturales y la educación en los principios de la moral cristiana son otra forma de aprovechar estos momentos de sensibilización. Usualmente no nos gusta oír acerca de la solidaridad, de las responsabilidades sociales, de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. Tampoco nos gusta orar por aquellos que están lejos, por los que sufren producto de la injusticia del mundo o por los que pasan necesidad. No hemos sido educados en esa espiritualidad, por eso, en este tiempo, en que vemos estos hechos en los medios de comunicación, y por lo tanto estamos más sensibles, debemos llenarnos de nuevas ideas, nuevos sentimientos, para abrirnos a la misericordia y al amor efectivo.
Si caminamos en esa dirección podremos realmente cambiar la dirección de nuestra sociedad. Nos hemos hecho indiferentes al dolor del pobre y del que sufre y eso ha traído como consecuencia una sociedad polarizada y agresiva. Ya no nos vemos como hermanos sino como ávidos devoradores de los bienes de la Tierra. Nos creemos propietarios de la creación cuando sólo somos administradores. Quiera Dios que el sufrimiento de las víctimas, que al final de cuentas es el sufrimiento de Cristo, nos cambie el corazón y nos haga fieles testigos del Evangelio. VN
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