SIGUIENDO A MARÍA EN EL ADVIENTO

SIGUIENDO A MARÍA EN EL ADVIENTO

Por Monseñor José H. Gomez

Arzobispo de Los Ángeles

8 de diciembre de 2017

Este pasado domingo tuve la alegría de reunirme con miles de ustedes y con sus familias en el este de Los Ángeles para la 86ª procesión y celebración eucarística anual en honor a Nuestra Señora de Guadalupe.

Fue una hermosa manera de comenzar el Adviento: una celebración de fe y esperanza, de fuerza y solidaridad.

Y me hizo reflexionar acerca de que nuestra fe cristiana siempre se puede vivir con alegría, incluso en tiempos de incertidumbre y dificultad.

En nuestra celebración del domingo participaron muchos jóvenes y familias que viven bajo la amenaza de la deportación, atrapados en la red de un sistema de inmigración deficiente y que están en espera de que el Congreso decida el destino del programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés).

Sin embargo, hubo una gran alegría porque sabemos que Nuestra Señora de Guadalupe nos acompaña en este viaje que llamamos vida. De hecho, esta procesión en el este de Los Ángeles fue iniciada hace varias décadas por familias que huían de la peor persecución religiosa jamás presenciada en el continente americano.

Estas familias de refugiados se convirtieron en pilares de nuestra comunidad y en medio de sus dificultades y pérdidas, su ejemplo todavía nos muestra el camino. Ellos hallaron esperanza y gracia al recurrir a la Madre de Dios.

Al leer las noticias de estos días, puede parecer que estamos viviendo en tiempos llenos de retos y confusión.

Los discípulos de Cristo siempre estamos llamados a vivir, trabajar y a llevar a cabo nuestra misión en medio de las angustias propias del tiempo o lugar en el que vivimos.

Esta es una de las lecciones silenciosas de la temporada de Adviento y Navidad.

Lean y reflexionen nuevamente sobre el comienzo de los evangelios de Lucas y Mateo. Podrán ver ahí cómo las “biografías” de Jesús, María y José fueron moldeadas por la política y la historia de su nación.

Una decisión del gobierno, el censo, causó el viaje que los trajo a Belén en la noche de Navidad. Los temores y ambiciones del rey por el poder cambiaron sus vidas, obligándolos a huir del país como refugiados.

María está en el centro de la historia. Y ella está en el corazón del Adviento.

Como lo hacemos durante cada Adviento, esta semana celebraremos su Inmaculada Concepción, que marca el comienzo de nuestra salvación. Tres días después de eso, recordaremos su aparición de Guadalupe, que marca el comienzo de la historia en América y nos recuerda su continuo papel en el plan de salvación de Dios.

Nuestro mundo no es un caos de eventos pasajeros. Dios siempre es Dios y su amor siempre está actuando, sin importar lo que esté sucediendo en nuestra sociedad o en el mundo.

María se entregó por completo al plan de Dios y por su “sí” a Dios, ella nos da un ejemplo acerca de cómo encontrar la alegría en estos tiempos en que vivimos.

Lo que Dios le pidió a María, nunca se le había pedido a nadie antes: llevar en su seno a Aquel que iba a ser el Salvador de su pueblo y de toda la raza humana. A ella se le pidió que hiciera eso, sin importar los sacrificios que implicaría en su vida.

Cada paso de su vida con Cristo requirió que María “remara mar adentro”, como Jesús les dijo a sus apóstoles que lo hicieran.

Ella tuvo que enfrentar sus miedos a lo desconocido, el miedo a dónde podría llevarla Dios después. Tuvo que abandonar todas sus prioridades y planes, tuvo que dejar todo lo que hubiera deseado para su vida.

Al reflexionar acerca de María esta semana, me encontré recordando las palabras que Santa Isabel le dijo en su visitación: “Bienaventurada tú que has creído que se cumpliría lo que te fue dicho por el Señor”.

Así es como podemos regocijarnos incluso en momentos en los que los propósitos de Dios parecen misteriosos, desafiantes o difíciles de aceptar.

Encontramos las bendiciones de Dios cuando creemos, cuando abrimos la puerta de nuestros corazones y acogemos a Jesús, cuando confiamos en que su Palabra nos muestra el camino a seguir para nuestras vidas.

Creer en Dios no significa que toda la tristeza o el sufrimiento han de desaparecer.

Pero cuanto más confiemos en la amorosa voluntad de Dios para nosotros, más encontraremos la fuerza y el valor que necesitamos para abordar cualquier cosa que se nos presente en el camino sabiendo que no estamos solos, que Dios está con nosotros en el misterio de su amor.

Así que en esta primera semana de Adviento, oren por mí; yo estaré orando por ustedes.

Y tratemos de seguir a María más de cerca, porque nadie en la tierra estuvo más unido a Jesús, nadie lo conoció mejor que María.

Que Nuestra Santísima Madre siempre vaya con nosotros para guiarnos al encuentro con Jesús, que es el que nos trae la verdadera alegría.VN

 

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