
“SAN ROMERO DE AMÉRICA”
A casi 30 años de su muerte Monseñor Oscar Arnulfo Romero vive en su pueblo
Hace treinta años, quien recorriera los barrios populares de San Salvador un domingo a mediodía, podía escuchar una voz salida de las casas que era al mismo tiempo reconfortante, humilde y valiente, una voz inconfundible para quienes vivieron en esa época difícil y extraordinaria.
Gracias a la estación radial del Arzobispado de El Salvador, YSAX, numerosas veces destruida por escuadrones de derecha, la palabra de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Arzopispo de San Salvador, llegaba hasta el rincón más humilde del diminuto país. Un radio de baterías (y este sigue siendo el principal medio de comunicación en muchas partes del mundo) bastaba para no encontrarse tan aislado, y para que Monseñor Romero se conectara con su pueblo.
La suya era probablemente una de las voces mejor enteradas de lo que estaba sucediendo en su país y en su tiempo. Una tan sola de esas célebres homilías dominicales, la que pronunció del 4 de junio de 1978, el noveno domingo del Tiempo Ordinario, da una idea de lo abarcadora que era la mirada del arzobispo y de cómo le importaban los problemas de su gente. Ahí se refiere a una matanza de campesinos ocurridas en esos días en Guatemala, a la reforma educativa en discusión en su país, a la Ley de defensa y garantía del orden público (virtual Estado de sitio) y a la inauguración del período de sesiones 1978-80 de la Asamblea Legislativa. En ese mismo mensaje aborda el derecho de la población -en la ciudad y en el campo- a contar con suministro de agua, a la fiesta de mayo en honor de la Virgen y a los descarríos que se narran en la Epístola de San Pablo a los Romanos. Ni siquiera le pasa desapercibido que en esos días tiene lugar la apertura del campeonato mundial de fútbol, pues bien sabe el amor que los salvadoreños sienten por ese deporte.
Es gracias a esa identificación y compromiso con su pueblo, que a casi 30 años de su muerte Romero vive en su pueblo. En cualquier rancho del mundo rural salvadoreño se encuentra una imagen del Arzobispo Mártir, lo que atestigua la vigencia de su mensaje y su pensamiento. Para ellos él es “San Romero de América” y nunca han dejado de escuchar su voz. Quien en vida acompañó a su pueblo en los momentos más difíciles de su historia, sigue acompañándolos en las peripecias y amarguras de los que han tenido que cruzar fronteras para ir en busca de las oportunidades que se les niegan en su propia tierra. Cuando Monseñor Romero cayó acribillado en el momento de oficiar misa un 24 de marzo, aún no había comenzado la migración masiva a Estados Unidos y otros países. Fue más bien después de su muerte que los salvadoreños empezaron a ponerse en marcha, en ese momento para resguardarse de la represión, y más tarde para no perecer por falta de oportunidades económicas o tras haber quedado desamparados a causa de los terremotos y otras calamidades.
Monseñor Romero nunca se cansaba de acompañar a su gente. En el contenido de sus homilías se descubre que el querido arzobispo se mantenía en movimiento constante. Era un viajero incansable con una curiosidad insaciable y un gran sentido de la justicia. No hubo parroquia donde no se presentara, y eso le daba un conocimiento de primera mano del país. Podía hablar con autoridad de los problemas de la gente porque estaba familiarizado con ellos. Monseñor era además una persona admirablemente bien informada sobre lo que estaba pasando en Centroamérica, Latinoamérica y el mundo. Con razón decía: “…yo les invito, queridos hermanos, a que no meditemos una palabra desencarnada de la realidad”.
La semana pasada el presidente de Paraguay, Fernando Lugo, que fue obispo, estuvo en El Salvador a rendirle tributo a Romero. “Después de 28 años de su muerte martirial, puedo decir, como dijo el apóstol Pedro cuando le prohibían hablar de Jesús: por mucho que nos hagan callar, estas piedras gritarían más fuerte su nombre”, expresó Lugo. De la misma manera, agregó, hay gente en El Salvador a quienes se les prohíbe hablar de Romero; pero aun así, afirmó, su nombre ya no puede ser silenciado: “…el viento, las piedras, el río gritarían que sí vive con nosotros”.
Imposible silenciar su pensamiento y su obra, porque estas pertenecen a toda la humanidad. Su figura es ya universal y acompañará por siempre a todos los que sufren, a los humildes, a los que no tienen voz. VN
PALABRAS DE MONSEÑOR OSCAR ARNULFO ROMERO, ARZOBISPO DE EL SALVADOR
Hermanos:
¡Cómo quisiera yo grabar en el corazón de cada uno esta gran idea: el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones! Así resulta muy repugnante.
El cristianismo es una persona, que me amó tanto, que me reclama mi amor.
El cristianismo es Cristo.
6 de noviembre de 1977
Qué hermoso será el día en que cada bautizado comprenda que su profesión, su trabajo, es un trabajo sacerdotal; que así como yo voy a celebrar la misa en este altar, cada carpintero, cada hojalatero, cada profesional, cada médico con su bisturí, la señora del mercado en su puesto… están haciendo un oficio sacerdotal.
Cuántos motoristas sé que escuchan esta palabra allá en sus taxis.
Pues tú, querido motorista, junto a tu volante, eres un sacerdote si trabajas con honradez, consagrando a Dios tu taxi, llevando un mensaje de paz y de amor a tus clientes que van en tu carro.
20 de noviembre de 1977
Una religión de misa dominical pero de semanas injustas no le gusta al Señor.
Una religión de mucho rezo pero con hipocresías en el corazón no es cristiana.
Una Iglesia que se instalara sólo para estar bien, para tener mucho dinero, mucha comodidad, pero que olvida el reclamo de las injusticias, no sería la verdadera Iglesia de nuestro divino Redentor.
4 de diciembre de 1977
Aun cuando se nos llame locos, aun cuando se nos llame subversivos, comunistas y todos los calificativos que se nos dicen, sabemos que no hacemos más que predicar el testimonio subversivo de las bienaventuranzas, que le han dado vuelta a todo para proclamar bienaventurados a los pobres, bienaventurados a los sedientos de justicia, bienaventurados a los que sufren.
11 de mayo de 1978
Muchos quisieran que el pobre siempre dijera que es “voluntad de Dios” vivir pobres.
No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros no tengan nada.
No puede ser de Dios.
De Dios es la voluntad de que todos sus hijos sean felices.
10 de septiembre de 1978
Cuando se le da pan al que tiene hambre lo llaman santo, pero si pregunta por las causas, del por qué el pueblo tiene hambre, “lo llaman comunista ateísta”.
Pero hay un “ateísmo” más cercano y más peligroso para nuestra Iglesia: el ateísmo del capitalismo cuando los bienes materiales se erigen en ídolos y sustituyen a Dios.
15 de septiembre de 1978
Una Iglesia que no sufre persecución, sino que está disfrutando los privilegios y el apoyo de la burguesía, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo.
11 de marzo de 1979
No nos cansemos de denunciar la idolatría de la riqueza, que hace consistir la verdadera grandeza del hombre en tener y olvida que la verdadera grandeza es “ser”.
No vale el hombre por lo que tiene, sino por lo que es.
4 de noviembre de 1979
Habría que buscar al niño Jesús, no en las imágenes bonitas de nuestros pesebres.
Habría que buscarlo entre los niños desnutridos que se han acostado esta noche sin tener qué comer, entre los pobrecitos vendedores de periódicos que dormirán arropados de diarios allá en los portales.
24 de diciembre de 1979.
He estado amenazado de muerte frecuentemente.
He de decirles que como cristiano no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño.
Lo digo sin ninguna jactancia, con gran humildad.
Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por aquellos a quien amo, que son todos los salvadoreños, incluso por aquellos que vayan a asesinarme.
Si llegasen a cumplirse las amenazas, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador.
El martirio es una gracia de Dios, que no creo merecerlo.
Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal que la esperanza pronto una realidad.
Mi muerte, si es aceptado por Dios, sea para la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro.
Puede decir usted, si llegan a matarme, que perdono y bendigo a aquellos que lo hagan.
De esta manera se convencerán que pierden su tiempo.
Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, nunca perecerá.
Marzo de 1980
VN
Redes Sociales