REMONTÁNDONOS A LA ENCARNACIÓN

REMONTÁNDONOS A LA ENCARNACIÓN

(fOTO: El arzobispo de Los Ángeles José H. Gomez, vicepresidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, habla durante la conferencia “Innovadores Hispanos de la Fe”, que se llevó acabo en la Universidad Católica de América, en Washington D.C., el 6 de febrero de 2019. / BOB ROLLER, CNS)

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

Arzobispo de Los Ángeles

8 de febrero de 2019

Esta semana me invitaron a impartir la conferencia anual “Innovadores hispanos de la fe”, en la Universidad Católica de América.

Fue una charla seria para tiempos serios, que trató sobre la crisis de la persona humana de nuestro tiempo. Elegí este tema porque es algo que tiene profundas raíces en la experiencia hispana del continente americano.

Aunque frecuentemente no se toma en cuenta esto, los misioneros españoles hicieron importantes contribuciones a la tradición humanista de Occidente. Me refiero, entre otros, a los dominicanos, Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas y al franciscano, San Junípero Serra.

Al defender la humanidad y los derechos de los pueblos indígenas de estas tierras, los misioneros profundizaron nuestra comprensión de la Encarnación y sus implicaciones, ayudándonos a ver la santidad y el destino trascendente de toda vida humana hecha a la imagen de Dios y redimida en Jesucristo.

Hice referencia a estos innovadores hispanos de la fe porque cada uno de ellos enfrentó un desafío histórico en cuanto a la definición y el significado de la persona humana.

Creo que enfrentamos un desafío similar en nuestros días. Estamos perdiendo nuestra dimensión religiosa de la persona humana, del carácter sagrado de nuestra personalidad, es decir, de la verdad de que somos criaturas espirituales creadas a imagen de Dios, nacidas con un deseo interno de buscar la verdad y la trascendencia, un deseo que sólo Dios puede satisfacer.

A mi modo de ver, la crisis de la persona humana es una crisis referente a la Encarnación. Hemos olvidado la hermosa verdad de que Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo unigénito para salvarnos y revelarnos sus propósitos.

La Encarnación nos revela a un Dios personal que por amor quiere compartir su vida con nosotros. A un Dios que nos ama tanto que se humilló a sí mismo para asumir la carne humana, naciendo del seno materno y criándose en una familia humana, trabajando con manos humanas y compartiendo todas las alegrías y tristezas de la vida humana, incluso los extremos de la vida humana: el sufrimiento físico y emocional y la muerte.

Para explicar la Encarnación, los primeros cristianos usaban frecuentemente lo que hoy llamaríamos eslóganes. Estos son tres de los más importantes que deben ser puntos clave para nuestra predicación y enseñanza:

“Dios se hizo hombre para que nosotros pudiéramos llegar a ser Dios”.

“A todos los que creyeron en su nombre, les dio el poder llegar a ser hijos de Dios”.

“La gloria de Dios es la persona humana plenamente viva en Jesucristo”.

Para los primeros cristianos, estos no eran simplemente refranes o argumentos teológicos. Expresaban más bien la experiencia real y viva de gente cuya vida fue cambiada al conocer a Jesucristo.

Mario Vittorino, un filósofo y converso del siglo IV, dijo: “Cuando me encontré con Cristo, descubrí mi verdadera humanidad”.

Este es el poder del evangelio. En Jesucristo, descubrimos que la vida humana tiene una vocación divina, que nuestra humanidad fue hecha para ser “divinizada”, que fue creada para compartir la propia naturaleza de Dios. En Jesucristo descubrimos que nacemos para “renacer”, como hijos de Dios, como sus hijos e hijas amados.

Desde el principio, la imitación de Jesucristo ha sido la forma básica de la vida y espiritualidad cristianas. Jesús nos llamó a seguirlo, a pensar con su mente, a amar con su corazón, a vivir de acuerdo a sus palabras. San Pablo dijo sencillamente: “Yo imito a Cristo”.

Imitar a Jesucristo es darse cuenta de la plenitud de nuestra humanidad, es conocer la perfección humana, es seguir sus pasos, vivir los misterios de su vida, tomarlo realmente como el camino y la verdad de nuestras vidas.

El objetivo de imitar a Cristo es “volvernos como Jesús”, ser conscientes de su presencia dentro de nosotros. “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí”, dijo San Pablo.

Este es el poder y la gracia que nos llega a través de la Encarnación. Gracias a que Cristo se humilló a sí mismo para compartir nuestra humanidad, tenemos ahora esta asombrosa posibilidad de compartir su divinidad.

Somos criaturas con cuerpo y alma, corazón y conciencia, mente y voluntad, creadas del polvo de la tierra y llenas del aliento de Dios, de su Espíritu. En su amor, Dios nos llama ahora a caminar con Jesús y a compartir su misión, es decir, nos llama a servir en el amor a nuestros hermanos y hermanas, a transformar la ciudad terrenal en el reino de Dios, a darle gloria a Dios con nuestra vida.

Esta es la hermosa imagen de persona humana que estamos llamados a proclamar en nuestro tiempo.

Oren por mí esta semana y yo estaré orando por ustedes.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que nos muestre el poder de la Encarnación de una manera nueva. Que ella nos ayude a darle a Jesucristo la llave de nuestros corazones, y a llegar a transformarnos en los santos que estamos llamados a ser. VN

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