¡QUE VIVA LA VIRGEN DE GUADALUPE!
Uno de los privilegios en mi vida fue de asistir a la consagración de la nueva Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe el 12 de octubre de 1978. Fue muy especial porque concelebré con un grupo de sacerdotes de la Arquidiócesis de Los Angeles en la última misa que se celebró en la basílica antigua que estaba al pie de la imagen de la Virgen. Mi párroco en ese tiempo, Padre John Killeen, llevó a la señora que hacía la limpieza en la Rectoría y a mí a un peregrinaje. Yo había celebrado varias veces misa en la Basílica antigua, pero nunca como ese día.
Ni la lluvia que cayó la noche anterior en la Víspera Solemne pudo arruinar el espíritu que se sentía en el aire. Ella (Nuestra Señora de Guadalupe) se cambiaba. Todos preguntaban cómo se iba a ver en su nueva casa que era tres veces más grande que la anterior. Los artistas locales de descendencia indígena trabajaron toda la noche después de la lluvia para preparar una alfombra de flores con diferentes símbolos y diseños para darle la bienvenida a Nuestra Señora. El temor era que si acaso llegaba otra tormenta los planes para el traslado tendrían que ser cambiados. Nadie tuvo que preocuparse porque el sol salió y se secó todo.
Ella se cambiaba a su nueva casa. Su corte de honor y los portadores representarían a cada estado en México, a todas clases y edades de personas. Caminaron muy despacio con ella en sus hombros. Ella se cambiaba. Así como San Juan Diego la trajo al primer Obispo de México, ahora ellos la traían para presentarla al presente Primado de México que estaba esperando en la nueva Basílica. Pero esta vez la estaban recibiendo con los brazos abiertos. Para mí eso fue algo inolvidable. En acción de gracias nunca he olvidado decir un Rosario por ese privilegio. ¡Que viva la Virgen de Guadalupe! VN
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