EN ESTOS MOMENTOS DE LA HISTORIA, EN DONDE SE NOS PRESENTAN GRANDES DESAFÍOS

La mayoría de nosotros, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos sorprendido frente a las grandes y fascinantes narraciones del Antiguo Testamento. Cuántas veces hemos tratado de entender esos pasajes bíblicos de rayos, lluvias y luchas de ejércitos que nos narraron durante nuestros primeros pasos en la fe. Hay uno que recuerdo con mucha intensidad. La narración del diluvio, la construcción del Arca de Noé, la selección de los animales, la intensa lluvia por varios días y la sensación de una hecatombe definitiva. En fin, esa narración ocupó muchas noches y días en mi mente y en mi corazón.

Más adelante, los grandes misterios. Como por ejemplo, la pasión, la muerte y la resurrección. La Asunción de María, los santos con sus vidas ejemplares, los mártires con sus virtudes y, por supuesto, las oraciones que uno tenía que aprender de memoria para poder decir que se estaba listo para hacer la primera comunión.

De alguna forma, todos hemos tenido algo de esto. Sin embargo, siempre hay cosas nuevas, porque así es el Evangelio. Nos ofrece siempre algo nuevo para nuestra vida de fe y el Evangelio de hoy no es la excepción.

Si ponemos mucha atención, su lectura nos ofrece mucho. Especialmente en estos momentos de la historia, en donde se nos presentan grandes desafíos, como dice el Papa Benedicto XVI. A saber, la guerra injusta, innecesaria e inmoral. Guerra injusta porque siempre será la expresión del fracaso de la humanidad; innecesaria porque no hay necesidad de violencia. Y, como sabemos, la violencia genera más violencia. Sin dejar de pasar por alto su carácter inmoral por la montaña de mentiras que casi siempre se acumulan para justificarla.

También tenemos los problemas de nuestra comunidad inmigrante, la cual se siente cada día mas acosada, con menos oportunidades para alcanzar una mejor calidad de vida, y con una sensación creciente de frustración e impotencia, como cuando se le van cerrando los espacios para la educación, vivienda y la salud.

Y qué decir de nuestra frágil o maltrecha salud democrática, cuando vemos que, en los procesos electorales, algunos políticos son capaces de lo más ruin, de lo más bajo para ganar unos cuantos votos. Cuando escuchamos alaridos desesperados para hacer de lado la verdad y ganar con mentiras, con engaños, con cinismos. Un cinismo que llega a ofender la inteligencia. Y, finalmente, cuando en esos procesos electorales se llega al extremo de socavar el futuro y robar las esperanzas de todo un pueblo, mientras se desprecia lo más sagrado que es la dignidad del hombre y de todos los hombres.

Frente a esta realidad, la lectura del evangelio siempre nos permite revisitar algunos de sus pasajes o de sus personajes para arrojar un poco de luz sobre nuestra realidad presente y nuestras conciencias.

Como por ejemplo, a través del ciego de Jericó, el cual, al saber que Jesús está próximo a él, le grita desesperado: ¡Jesús, hijo de David ten compasión de mí! ¡Jesús, hijo de David ten compasión de mí! Un grito que resultó ensordecedor para los que caminaban al lado de Jesús y, por ello, le pedían, le ordenaban, que se callara. Sin embargo él sabía que esa sería su única oportunidad; ¡Jesús, hijo de David ten compasión de mí! Frente a esta plegaria, Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? Y, sin más, el ciego respondió; “Maestro que pueda ver”.

Y, quizás, esa puede ser hoy nuestra plegaria, “Jesús, Maestro que podamos ver”. Hoy es cuando necesitamos de esa presencia de Jesús en nuestra vida. Que cada uno de nosotros podamos ver el rol, el papel que tenemos que cumplir en esa obra importante, magnificente, que es la construcción del reino de los cielos y la esperanza aquí en Los Angeles. Porque, aquí es donde estamos y es aquí donde tenemos que responder y encarnar y hacer viva la Palabra de Dios. Aquí donde nos jugamos día a día la vida.

Que cada uno pueda cumplir un cometido. Que cada cual trascienda de igual forma en que lo han hecho, por ejemplo, personas tan valientes y luminosas como Monseñor Oscar Arnulfo Romero. De quien se ha dicho; “Romero hizo que la Palabra de Dios acampara entre nosotros y pusiera su tienda entre los pobres, los campesinos, los obreros, los desaparecidos, los torturados, los muertos. Con él, con Monseñor Romero, la Palabra de Dios se hizo cercana y compasiva hacia los pobres, y se hizo terrible para los poderosos”.

¡Jesús, Hijo de David ten compasión de nosotros! “Has que veamos la misión que tenemos frente a nosotros”. Señor que no sólo nos sorprendan las grande narraciones bíblicas del pasado. Que nos sorprendan las historias de tu presencia en la cotidianeidad de nuestras vidas y que seamos capaces de enfrentarlas y acometerlas aquí en el corazón de nuestras comunidades, para dejar testimonio de nuestra fe en vida. VN

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