¿Qué significa tener una vocación?

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

Como hacemos todos los años en el cuarto domingo de Pascua, nos unimos a la Iglesia universal en su oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa y consagrada.

En su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones de este año, el Papa Francisco nos invita a todos “a ponerse a la escucha de la voz de Cristo que resuena en la Iglesia, para comprender cuál es la propia vocación”.

Toda vida conlleva un llamado, una vocación. Nosotros no estaríamos aquí, no habríamos nacido, si no fuera porque Dios nos llamó a la existencia. Dios nos llama a la existencia desde el fondo de su corazón. Y lo hace con un motivo bien definido.

Toda vocación requiere conversión. Tenemos que superar nuestro egoísmo y hacer de Jesús y su Evangelio el centro de nuestras vidas. Tenemos que cambiar todas aquellas formas de pensar y modos de actuar que no están en consonancia con su Evangelio.

Jesús llama a cada uno de nosotros por su nombre y llama a cada uno, personalmente, a la conversión. Él nos llama a vivir no para nosotros mismos, sino para glorificar a Dios y para servir a nuestros hermanos y hermanas.

Seguir a Jesús implica escuchar su voz y seguir su ejemplo. Él es como una luz brillante que camina delante de nosotros en la oscuridad. Jesús quiere atraer todo lo que conforma nuestras vidas ordinarias a la luz de su vida divina.

Él quiere que entendamos nuestras vidas a la luz de su vida. Él quiere que veamos la hermosa vida que Dios pone delante de nosotros, quiere que veamos lo que es la belleza de caminar a su luz. Él quiere compartir su luz con nosotros, para que podamos irradiarla y compartirla con los demás.

Cada uno de nosotros está llamado a irradiar la luz divina de Jesús de una manera única. La vida de cada uno de ustedes le pertenece a Él, así como mi vida le pertenece a Él. Pero cada vida es diferente y lo que Cristo llama a cada uno de ustedes a hacer en esta vida, se lo está pidiendo a cada uno, específicamente. Él me pide algo específico a mí también. Y lo mismo pasa con todas las personas.

Y como nuestras vidas son diferentes, la manera en que estamos llamados a seguir a Cristo será también diferente. Existen muchos caminos, muchos llamados. Pero la llamada de Jesús es siempre una llamada a participar de su misión. Él nos envía, a todos nosotros, al mundo. La mayoría es enviada a servirlo en el mundo del trabajo y de la familia, en el mundo de la cultura y del deber cívico.

Pero algunos son escogidos por Jesús para seguir un llamado especial, para conformar su vida más de cerca a la imagen de Jesús. A algunos los elige para el sacerdocio. A otros los elige para seguirlo en una de las muchas formas de vida religiosa o consagrada que hay en la Iglesia.

Entonces, tenemos que escuchar la voz de Cristo y tenemos que responder a su llamado con todo nuestro corazón y toda nuestra fuerza.

No nacemos de manera aislada. Y tampoco escuchamos solos la llamada de Cristo. Nacemos en una familia, en una comunidad y en una parroquia. Somos parte de la familia de Dios, bautizados en su Iglesia.

Una vocación siempre tiene un contexto y ese contexto siempre es la Iglesia. Entonces nuestra tarea en la Iglesia —en todos los niveles— es acoger y acompañar a las personas y ayudarlas a que abran sus corazones para que puedan reconocer el llamado de Dios en sus vidas.

En nuestras parroquias, escuelas y ministerios, tenemos que animar a los demás a buscar el camino de la santidad y de la amistad en Jesús. Si conducimos a otros por este camino, si les ofrecemos los hermosos ideales de la vida cristiana, veremos nuevas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

Las vocaciones nacen en los corazones de aquellos que quieren ser verdaderos amigos y seguidores de Jesucristo. De manera que nuestros hogares y nuestra Iglesia deben convertirse en lugares donde se escuche la voz de Cristo y donde puedan aprender a seguirlo a través de la oración, el estudio y el servicio, y a través de lazos de compañerismo y de amor mutuo.

En Monterrey, donde yo crecí, el Arzobispo nos pedía que todos los días rezáramos esta sencilla oración para pedir por las vocaciones. Esto sería una hermosa práctica también para nosotros y, especialmente ahora que nos preparamos para el año 2015, que el Santo Padre ha designado como el “Año de la Vida Consagrada”.

Entonces, en esta semana, retomemos el hábito de orar en nuestros hogares y en nuestras parroquias por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Podemos decir la misma oración sencilla que yo rezaba en mi juventud:

Señor danos vocaciones

Señor danos muchas vocaciones

Señor danos muchas y santas vocaciones

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que también nos ayude, para que todos podamos escuchar y responder a la llamada de Dios en nuestras vidas y para que experimentemos la alegría de vivir para Él. VN

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