¿POR QUÉ ES BUENO ORAR?

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

Arzobispo de Los Ángeles

11 de diciembre de 2015

Los tiroteos terroristas ocurridos en San Bernardino siguen preocupándome y entristeciéndome.

Estoy orando por las familias y por los seres queridos de aquellos que fueron asesinados, y estoy pidiendo que los heridos y traumatizados encuentren consuelo y sanación.

Y me entristece ver que, en el tiempo posterior al atentado, el simple acto de elevar nuestras oraciones se está volviendo algo controvertido y complicado en nuestra sociedad.

En los programas de noticias y en los medios de comunicación social, hubo algunos políticos, periodistas y otras personas que estuvieron criticando a la gente por orar, diciendo que la oración es “inútil”, y sugiriendo que la oración es una excusa para no abordar los desafíos que enfrentamos en el mundo.

Supongo que esto es un signo que indica hacia donde se dirige nuestra sociedad secular. Es lamentable, pero hoy en día mucha gente no ve cómo la mano amorosa de Dios está actuando en el mundo.

Una sociedad secular tiende a ver sólo las causas materiales y sus efectos. Así que cuando tenemos problemas, buscamos “soluciones” técnicas, nuevas leyes y procesos, nuevas tecnologías. La oración parece irrelevante porque no contribuye a una “solución” o a producir “resultados”.

Pero los críticos seculares de la oración plantean preguntas que nosotros como cristianos tenemos que tomar en serio. ¿Por qué deberíamos de orar y qué podemos “esperar” cuando oramos? ¿Qué bien se logra? ¿”Funciona” realmente la oración?

Jesús oraba todo el tiempo y le enseñó a sus seguidores a orar como niños que hablamos con nuestro Padre. Dijo que Dios siempre está escuchando y que nos cuida con el amor de un Padre bueno.

Jesús nos enseñó a pedir cosas específicas: el pan de cada día, la fuerza para luchar contra la tentación, la liberación del mal. Él nos enseñó a orar y a esperar respuestas. “Pidan y se les dará”, dijo.

Así que es natural que nosotros, que seguimos a Jesús, recurramos a Dios en nuestras necesidades y, también, que oremos por los demás.

Esas son algunas de las escenas más conmovedoras de la vida de Jesús: aquellas en las que la gente le presenta sus peticiones a él para que ayude a algún ser querido que está en problemas. “Mi hija está a punto de morir. Por favor, ven a imponerle las manos, para que recobre la salud y viva”.

Me vinieron a la mente estas palabras del Evangelio cuando estaba leyendo acerca de un mensaje de texto que una joven envió durante el ataque de San Bernardino: “Papá hay una balacera en el trabajo. Pide por nosotros”.

Orar por otra persona es un acto hermoso y de amor desinteresado. No es “no hacer nada”. De hecho, es hacer todo lo que podemos, porque le estamos pidiendo su ayuda a Dios. Y con Dios todas las cosas son posibles; todas las cosas son posibles para los que creen.

Oramos por alguna buena razón y siempre con la confianza puesta en nuestro Padre. Pero la oración es una lucha. El Catecismo tiene un artículo titulado, “La batalla de la oración”.

La oración es una batalla, porque sabemos que el mundo puede ser cruel. A veces es difícil entender por qué Dios permite tanto dolor, tanto sufrimiento, tanta violencia sin sentido. Muchas veces parece que los malos están “ganando” y que Dios no está escuchando.

Ante el sufrimiento y la crueldad del mundo, nuestra fe y nuestra oración nos enseñan dos cosas.

La primera es que tenemos que confiar más en la providencia de Dios; tenemos que apoyarnos más en su misericordia. Él es el Señor de la historia y su creación se está desarrollando de acuerdo a su plan de amor.

Dios escucha el clamor de los que sufren. Pero él no siempre nos da las respuestas que queremos oír. Y eso es difícil de entender.

Pero Dios responde a cada oración y él saca bienes de todos los males. Tenemos que confiar en su amor, aunque pueda suceder que no entendamos sus respuestas hasta que nos encontremos con él cara a cara en el mundo por venir.

No oramos para cambiar a Dios, oramos para cambiarnos a nosotros mismos. Por eso, la esencia de la oración es orar. No por lo que queremos sino por lo que Él quiere. Hágase tu voluntad. No se haga mi voluntad.

La segunda cosa que nuestra fe nos enseña es que hemos de vencer el mal con el bien y responder al odio con el amor.

Orar por los demás es el principio de la compasión. La oración nos lleva a sufrir con los que sufren, a trabajar por la justicia, y a ser instrumentos de la compasión y de la misericordia de Dios. Oramos por los que sufren. Y pedimos ser una respuesta a las oraciones de los que sufren.

De modo que sigamos orando unos por otros y por nuestros hermanos y hermanas de San Bernardino. Oremos de manera especial por la paz de nuestro mundo, y por la conversión de todo corazón en el que radica el odio.

Y en este tiempo de Adviento y durante este Año de la Misericordia, pidámosle a nuestra Santísima Madre María que toque los corazones de aquellos que aún no creen y que todavía no pueden encontrar la razón para orar. VN

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