¿PARA QUÉ TRABAJAMOS?
Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ
Arzobispo de Los Ángeles
28 de agosto de 2015
¿Qué es el trabajo? ¿Por qué lo hacemos y para qué estamos trabajando? ¿Qué quiere Dios de nuestro trabajo? ¿Qué significa nuestro trabajo a la luz de nuestra fe católica?
Este verano he estado pensando mucho acerca de estas preguntas, al estar implementando la nueva estructura organizativa del Centro Católico Arquidiocesano.
Y en mis columnas de las próximas semanas, pensé que podría ser útil escribir acerca del trabajo, que es algo que la mayoría de nosotros hacemos todos los días, pero sobre lo cual rara vez pensamos o reflexionamos.
Uno de mis favoritos en la Comunión de los Santos trabajó como mecánico de automóviles.
El Beato Salvador Huerta Gutiérrez llevó una vida interesante. Nació en 1880, en Magdalena, Jalisco, México. Era un hombre culto, que cuando joven, asistía con frecuencia a la ópera con su hermano Ezequiel, quien luego se convirtió en cantante.
Durante un tiempo, Salvador trabajó en las minas, como técnico especializado en explosivos. Más tarde consiguió un trabajo que consistía en reparar motores de tren. Después se casó de casarse en 1907, formó un hogar y abrió un taller de reparación de automóviles en Guadalajara.
Por su empeño, su negocio creció, y con el tiempo llegó a emplear a otros ocho hombres. Su taller llegó a ser conocido como el mejor de la ciudad por su honestidad, integridad y por la elevada calidad de su servicio. Salvador no tenía que hacer propaganda de su taller. Era conocido por todos como el “Mago de Coches”.
El Beato Salvador era conocido por su profesionalismo y gran habilidad.
Sin embargo, sus clientes y empleados también sabían que era un católico devoto, un buen esposo y buen padre para con sus doce hijos. Sabían que iba a Misa todos los días, que visitaba con frecuencia al Santísimo Sacramento, que rezaba con su familia e iba a confesarse regularmente.
El punto importante es que el Beato Salvador no era un buen mecánico y un buen hombre de negocios que casualmente también era un buen católico. Más bien, él era un buen mecánico y un buen hombre de negocios, precisamente porque era un buen católico.
Desde el principio, la Iglesia Católica siempre ha sido el hogar espiritual de gente como Salvador Huerta Gutiérrez, es decir, de hombres y mujeres trabajadores: empresarios, propietarios de pequeños negocios, obreros.
Si leemos los escritos de los primeros líderes de la Iglesia, nos damos cuenta de que hablan sobre los diferentes tipos de personas que había en sus congregaciones. Eran los hombres y mujeres que constituían la columna vertebral de la economía local: agricultores, zapateros, tejedores, herreros, carpinteros, comerciantes, constructores, panaderos y muchos más.
Eso lo damos por descontado hoy en día. Por supuesto, ustedes saben que las personas que el domingo se sientan a su lado en la iglesia también trabajan en la comunidad, en todo tipo de tareas, oficios y ocupaciones diferentes.
Pero en los primeros tiempos del cristianismo, la Iglesia fue muy criticada por acoger a la gente común y corriente que desempeñaba un trabajo.
De hecho, la primera crítica exhaustiva al cristianismo fue escrita en el siglo II, por un filósofo llamado Celso. Él ridiculizaba a la Iglesia por estar conformada por “tejedores de lana, zapateros y lavanderos”.
Celso se burlaba de la gente por creer en Jesús, porque Jesús había nacido en el hogar de un carpintero ordinario y había trabajado él mismo, como carpintero.
Esto dice mucho acerca de la cultura en la que vivían los primeros cristianos.
Las élites del mundo antiguo creían que cualquier tipo de trabajo —especialmente el trabajo manual— era algo apto sólo para los esclavos. El comercio ordinario era también menospreciado como algo vulgar e indigno. Ustedes pueden encontrar esta actitud en los escritos de Platón, Aristóteles, Cicerón y otros.
San Pablo se enfrentó a esta actitud cuando, alrededor del año 50, predicó en la afluente ciudad de Corinto, en Grecia. Pero Pablo estaba orgulloso de identificarse a sí mismo como un hombre que trabajaba para poner el pan sobre la mesa. “Nos fatigamos, trabajando con nuestras propias manos”, decía. Y: “Cuando somos calumniados respondemos con amabilidad”.
La actitud de la Iglesia hacia el trabajo fue diferente desde el principio.
De hecho, no es exagerado decir que la Iglesia Católica es la primera institución en la historia humana en respetar la dignidad del trabajo. Y es cierto también que no hay ningún otro libro sagrado que tenga más qué decir sobre el trabajo que la Biblia.
La semana próxima mis reflexiones serán acerca de lo que la Biblia tiene que decir sobre el trabajo, y especialmente, sobre lo que San Juan Pablo II llamó el “Evangelio del trabajo”.
De manera que, esta semana, oremos unos por otros. Y oremos por nuestro trabajo, para que, a ejemplo del Beato Salvador Gutiérrez, siempre trabajemos con integridad y buscando servir a Dios y a nuestro prójimo a través de nuestro trabajo.
Pidámosle también a nuestra Santísima Madre María que prodigue su cuidado maternal a todos aquellos que no pueden encontrar trabajo o que no tienen suficiente trabajo. VN
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